02/03/2018

Palabras para una despedida a Alfredo Castellón

El pasado 24 de febrero de 2018, fueron inhumadas en el Cementerio de Torreo las cenizas de nuestro viejo y querido amigo Alfredo Castellón. Reproducimos las hermosas palabras que prounció una de sus más fieles amigas, Rosa Burillo Gadea, y una foto del acto, que ella misma , hace tiempo colaboradora de esta web, nos hace llegar.

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Rosa Álvarez, actriz, amiga de Alfredo, recordaba el jueves pasado, día 22 de febrero, el verso de Machado “y cuando llegue el día del último viaje…”. Ese día llegaba para Antonio Machado el 22 de febrero de 1939 en Collioure, Francia.

Años después, otro 22 de febrero, un grupo de amigos, muchos de ellos residentes en el colegio mayor Ximénez de Cisneros, homenajeaban la tumba del poeta en Collioure en una fotografía que la revista Ínsula inmortalizó para siempre. Eran entre otros Blas de Otero, Agustín Goytisolo, Ángel González, Costafreda, Carlos Barral, Jaime Gil de Biezma, Alfredo Castellón…

 

 

Hace dos días, 22 de febrero de 2018, muere Antonio Fraguas, Forges, que empezó como montador en televisión. Amigo de Alfredo, éste decía de Forges que siempre andaba por ahí garabateando sus dibujos…

Ese mismo día, 22 de febrero de este año, abro las páginas del Heraldo de Aragón y leo en obituarios la esquela que ha redactado la familia: “DON ALFREDO CASTELLÓN MOLINA. Escritor, Director de Cine, Realizador de Televisión Española…”, y más abajo, “…su familia comunica que sus cenizas serán inhumadas en el cementerio de Torrero, en Zaragoza, el día 24.

Y aquí estamos todos, su familia, sus amigos, porque Alfredo quería volver a Zaragoza. En los últimos tiempos, Alfredo fantaseó alguna vez con ese último encuentro y adivinaba lo que su hermano Antonio seguramente le diría: “Hermano, ¿por qué has tardado tanto?”

Una vez le pregunté a Alfredo, ¿qué es para ti Zaragoza?

“Hombreeeeee…, Zaragoza tiene mi juventud, para otros a lo mejor es corriente, pero para mí_”

Zaragoza es “el peral que plantó mi padre en el jardín de la casa de la calle la Paz, y sigue ahí…”, “El teléfono de baquelita por el que mi madre me escuchaba, cuando llamaba a casa, a veces desde lugares lejanos. Y lo conservo todavía.”

El Café de Levante, Casa Emilio y los nombres que guarda escritos a lápiz en la libreta de tapas negras, siempre abierta, encima de la mesa de despacho. Allí puede leerse Cuchi, sobrino de Enrique Gómez Padrós, Harry, su amigo de la infancia y, como dice en otro aparte “…que con tanto cariño pellizcaba la yugular del amigo”. Julito Ferrer, el tagalo, su amigo y compañero de la montaña, que llegó a general, y que le llamaba por teléfono invariablemente al menos una vez al mes, siempre con el mismo guiño cómplice, el mismo saludo, “hola, rojo…”. Tantos y tantos amigos, entre los que cada uno de vosotros os encontráis.

 

 

Los que le conocéis bien sabéis que era un hombre sencillo. Una vez le pregunté: ¿Qué significó para ti María Zambrano? Y me dijo, “María me enseñó a ser humilde”.

En su casa de Madrid, delante de la mesa camilla, pinchada con una chincheta al altavoz del equipo de música, tiene colocada una foto suya con los compañeros de El Salvador, el colegio de los jesuitas de Plaza Paraíso, donde ahora está el edificio de Ibercaja. Es una copia de la foto en blanco y negro que conserva en uno de los álbumnes. Junto a las cabezas de los compañeros de curso, va escribiendo a bolígrafo, los nombres de cada uno. Cada día recuerda alguno, Valverde, Buill, Castellet

Cuando salía a caminar, a tomar una caña, llevaba siempre consigo un lapicerito mínimo, pero que le servía para apuntar en los bordes de la servilleta o para garabatear un dibujo, al niño que se le acercaba cuando leía los Culturales el fin de semana, sentado siempre en la misma mesa del Café, cerca de la ventana.

Me recordaba tanto al personaje de Hemingway que acudía metódicamente a ese lugar limpio y bien iluminado en el cuento que acaba: “Nuestra nada, que estás en nada/ Danos hoy nuestra nada/ y pues NADA, pues eso, NADA.”

Pero por encima de todo, Alfredo era un gran vitalista y esa rasmia aragonesa le llevó a realizar con muy pocos medios su viaje por el mundo. Dotado de una enorme curiosidad por el conocimiento, celebraba a diario cada detalle que ofrecía la vida. A menudo con una sonrisa. La mirada es aquélla que recuerda en su libro para niños , El Más Pequeño del Bosque, que le publicó Alfaguara en su día:

“Hay que saber vivir/ viendo la vida/ y la vida no se ve/ si no se mira.”

Recordémoslo.