¡No te signifiques! ¡No te des a notar! ¡No te metas en política!
Me ha intrigado extraordinariamente que una crisis tan dramática como la actual no haya generado todavía una respuesta contundente en la sociedad española. Algo de luz a esta cuestión me la ha proporcionado la lectura del libro Desenterrar las palabras. Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español de Clara Valverde.
Es importante conocer los hechos ocurridos a nuestros abuelos y nuestros padres en la Guerra Civil, la dictadura y la postdictadura, para saber quiénes somos y cómo somos. Reconociendo la labor de muchos historiadores en esta tarea, mas todavía queda mucho por hacer. España después de Camboya es el país con más fosas sin abrir, donde permanecen sepultados unos 150.000 españoles. Siguen muchos cuerpos en el Valle de los Caídos, llevados por el gobierno de Franco sin haber pedido permiso a sus familiares. Como dice Emilio Silva “No se puede inaugurar un país sobre tantas fosas, sobre tanto miedo y tanto silencio”. Y esto no va a cambiar. Cabe recordar las palabras de la presidenta de Aragón “Durante mi gobierno las únicas zanjas que se abrirán serán las de obras públicas”.
Mas el libro no versa sobre los hechos históricos, sino por qué no se habló de ellos y el impacto de ese silencio en la tercera generación, la de los nietos. Lo que no se pudo decir por el miedo, la represión o el desbordamiento psíquico, fue transmitido por nuestros abuelos a nuestros padres, y a nosotros de una forma no verbal, a través del inconsciente. Esto es la transmisión generacional. Hemos heredado aspectos nocivos del impacto negativo de nuestros ascendientes sin apercibirnos de ello. Los expertos en la transmisión generacional, cuestión no estudiada en nuestro país, señalan que si una sociedad no elabora los traumas causados por la violencia política del pasado, sus efectos nocivos interfieren en futuras generaciones, efectos como la necesidad de tener enemigos, polarización, vergüenza, victimismo, venganza y miedo a denunciar el poder En el Estado español, el trauma transgeneracional no se ha abordado.
Durante 50 años de nuestro siglo XX han estado presentes la represión, la violencia y el terror desde las instancias del Estado, que marcaron implacablemente el vivir y el sentir de nuestros ascendientes. De ahí el miedo, y el silencio que provoca el miedo que sintieron, y que nos han transmitido, y que no ha desaparecido hoy de nuestras vidas. Miedo que puede servir para explicar muchos de nuestros comportamientos actuales ante la crisis que nos invade.
El miedo a la autoridad está en muchas de nuestras actitudes. Por ejemplo, si estamos disconformes con el funcionamiento de un servicio público, en lugar de reclamar ante la persona responsable, nos quejamos interiormente, o a una persona que también tiene miedo de enfrentarse al poder. Perdemos mucho tiempo hablando sobre lo que diríamos al poder, pero poco hablando directamente al poder. Numerosas ocasiones afirmamos, con rabia, otro sentimiento heredado: “le hubiera dicho… y cuando te dijo tal cosa, yo le hubiera dicho”. Ese le hubiera dicho, que no lo decimos ni lo diremos nunca, es una prueba concluyente de nuestro miedo contra el poder.
No solo nos callamos ante el poder ( y sin embargo nos desahogamos con los amigos en la barra del bar), sino que, cuando alguno tiene el coraje o las agallas de enfrentarse al poder, sobre todo desde el ámbito familiar, aduciendo que lo hacen por nuestro bien, intentan impedírnoslo para evitarnos problemas. Las frases “No te signifiques” o “No te des a notar” recuerdan y son una herencia de la dictadura. Muchos de nuestros abuelos por haberse significado políticamente fueron represaliados brutalmente ellos y miembros de su familia. Y en el sumo de la perversidad perfectamente organizada les hicieron sentirse culpables. Como dice Montse Armengou en el prólogo del libro, en mi trabajo como directora de documentales sobre la represión franquista no deja de sorprenderme que muy frecuentemente las víctimas adquieran conciencia de serlo en el marco de un programa televisivo. Así que esa manía de papá de meterse en política o a aspirar a un mundo mejor acarreó la desgracia a toda la familia, a él el primero, claro, pero de rebote nos salpicó a todos. Mira que mamá se lo tenía dicho: ¡tú no te metas en política!
Al pretender que no nos signifiquemos, lo que se nos está diciendo que es mejor vivir sin significado, sin generar lenguaje, específicamente, lenguaje político. En definitiva, no te metas en política. Es obvio que la represión no es la misma que en la dictadura, pero vivimos con miedo de manifestar nuestras ideas, por decir lo que pensamos. Ahora no necesitan reprimirnos. Lo hacemos nosotros mismos. Nos autocensuramos y censuramos a la gente en nuestro entorno. Con el “ten cuidado”, frenamos a los demás y a nosotros mismos de ser libres y de luchar contras las desigualdades y los privilegios. Ese miedo extendido y heredado como una plaga en muchos de los españoles, lo conocen y lo usan desde el poder para imponernos tantas y tan dañinas injusticias como estamos sufriendo en la actualidad.
Mas también deberíamos recuperar el ejemplo de nuestros abuelos que mostraron su valentía y compromiso ante la injusticia, y que les supuso todo tipo de desgracias personales y familiares.