andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.7. Los principales temas

Andalán y los pirineos: cuando las montañas dejaron de ser solo un paisaje

Hay unas montañas que recuerdan un poco a las de Añisclo y Ordesa. Se ven dos cañones calcáreos separados por una cumbre que puede ser la de Sestrales o cualquier otra. El que mira el dibujo, porque estamos hablando de un dibujo, lo hace como si tuviera delante la embocadura de los dos cañones. Por uno sale un montón de gente que abandona las montañas. Son hombres y mujeres con ropa negra, ellos con boina, ellas con pañuelo en la cabeza. Llevan maletas y sacos. Miran al suelo. Están tristes. Se marchan. En la entrada del otro cañón, ruidosa, se apelotona la gente que entra. Uno va en moto, otros llevan esquís, hay varios con carteras y rollos de planos en las manos. Miran al frente. Sonríen. Avanzan por un suelo en el que se ven papeles, latas y otros residuos. El dibujo de Layus (Martínez de Pisón), que apareció como portada del número que Andalán dedicó al Pirineo aragonés en diciembre de 1974, resumía en una sola imagen los grandes cambios que se estaban viviendo en la cordillera. Los hijos de las montañas, los herederos de cien generaciones que habían esculpido el paisaje pirenaico con su trabajo, abandonaban las aldeas en busca de una vida nueva en las ciudades. Mientras, del mundo urbano llegaba una gente nueva dispuesta a tratar de otro modo con el medio natural, convertido de repente en un espacio de ocio y de posibilidades especulativas en lo inmobiliario. Sobre estas cosas se hablaba en los artículos del cuadernillo pirenaico.

 

 

 

Cuando apareció el dibujo de Layus Andalán ya contaba con una andadura larga. Quiso iniciarla, dos años antes, en los Pirineos. Fue el día 16 de septiembre de 1972, en Ainsa. El escenario, la plaza recién restaurada. La ocasión, la fiesta mayor de la localidad. El rito, un bautizo laico para la criatura de papel que acababa de nacer. Los oficiantes, una docena de tipos empeñados en juntar voluntades para sacar a Aragón del olvido, representados en el escenario por Eloy Fernández Clemente con la palabra y por Labordeta y María Pilar Garzón con la canción. El público, bastante variado: un centenar de vecinos de la localidad y otro centenar llegados de los pueblos del entorno para divertirse en la fiesta, además de los amigos zaragozanos del recién nacido y de los jóvenes que bailábamos en el grupo folclórico Viello Sobrarbe. Como en todo rito, a la simbología de la fecha, de los gestos y de las palabras había de unirse la del lugar. Aparecía explícita en el número inicial que se presentaba. Ainsa, con el esplendor arquitectónico recién recuperado, con el antiguo folclore revivido, con la conmemoración iniciática de la cruz sobre la carrasca vuelta a representar de nuevo en la Morisma y con la lengua agonizante en trance de obtener la salud o, al menos, el reconocimiento, representaba, según se decía en las páginas del periódico que nacía, el objetivo buscado: la unión de voluntades para lograr el renacimiento cultural, político y económico del viejo reino.

Los Pirineos contaban con una larga tradición literaria y fotográfica. La presencia de la cordillera en los libros  y en la prensa periódica, iniciada en Francia e implantada después, poco a poco, en España, se vinculaba sobre todo con el pireneismo entendido, igual que el alpinismo, como una forma de hacer turismo consistente en coronar cumbres o en caminar por parajes remotos. Cuando Andalán nació, el acercamiento desde la letra impresa a las montañas había ampliado un poco el punto de vista para abarcar otros temas, como los pueblos o el arte, pero seguía dominado por el deseo de dar a conocer el paisaje a los visitantes o a los viajeros de sillón. Andalán, desde sus inicios, vio en los Pirineos algo más que un paisaje.

El periódico quincenal aragonés comenzó a acercarse a los valles a partir de una línea ya asentada en las publicaciones: la etnología. En el número 3 apareció el primero de los artículos que María Dolores Albiac dedicó, desde el punto de vista etnológico, a Ansó. Pero en el número siguiente, junto al texto que habla de las costumbres se puede leer un comentario sobre los osos y la ganadería del valle que muestra otra forma de aproximarse a la realidad pirenaica: la de narrar acontecimientos y, además, añadir juicios, valoraciones y opiniones ¿es razonable que los ganaderos, para proteger sus rebaños, sigan organizando cacerías de osos? ¿No deberían los poderes públicos proteger al oso y abonar a los vecinos del valle los daños causados en sus rebaños? Las montañas ya no son solo paisajes idílicos, son territorios donde, como en cualquier otro lugar, suceden cosas, hay problemas y deben buscarse soluciones.

Pronto comienza a aparecer la publicidad: Restaurante Somport. Jaca (Se come bien). Y los planes empresariales. En el número 5, noviembre del 72, hay un artículo sobre Astún. No se trata solo de escribir acerca de las bellezas del valle donde se está proyectando una nueva estación de esquí, sino de ofrecer un análisis urbanístico como se haría si se hablara del ensanche de una ciudad. Los Pirineos se normalizan, ya no son solo una postal. Hasta cuando el tema central es de carácter histórico o artístico el tratamiento no suele ser meramente estático y descriptivo sino que procura buscar el dinamismo propio de lo vivo y conflictivo o, incluso, polémico. En el número 6 el historiador Durán Gudiol habla de las iglesias de Serrablo pero lo hace no mirando solo al lejano tiempo en el que fueron construidas sino también al momento en el que habla, a la polémica suscitada por el calificativo de mozárabe que otorga a los templos que ha estudiado, a las dificultades de la investigación histórica, al papel de Zaragoza dentro de Aragón y a la relación entre aragoneses y catalanes. El arte, también el medieval, es algo vivo.

Hay más humildad aquí que en un pueblo inglés. Lo dice en el número doble 7-8, el último del año, un pintor inglés establecido en Berdún al que José Manuel Falcón entrevista para que hable de la escuela de pintura que ha creado en el pueblo. Cerca de las palabras del artista británico hay un pequeño artículo sobre el grupo folclórico de Ainsa donde se da cuenta del trabajo de investigación que está realizando en la comarca de Sobrarbe y de cómo han conseguido los trajes gracias al buen hacer de un viejo sastre del valle de Chistau. Todo suena a algo vivo, cargado de entusiasmo y novedoso hasta cuando hace referencia a cosas del pasado. Antes de acabar el año en el que nació, con solo tres meses de vida, Andalán ya había marcado las grandes líneas en cuanto al tratamiento del mundo pirenaico se refiere. Los habitantes del Pirineo no son solo figurantes en una obra protagonizada por montañeros o etnógrafos, son gente viva, dueños de su día a día, cargados de ideas, de proyectos y, cómo no, de problemas.

Entre estos se encuentra el de la lengua. En el primer número Ánchel Conte ya escribió sobre el Altoaragón y sus lenguas. El tema del aragonés no está circunscrito solo al Pirineo, pero tiene en las montañas su reducto más importante. En el número 9, cuando el quincenal ya ha adquirido cierta robustez, se considera llegado el momento de sacar el asunto a la palestra con un papel protagonista. En aquellos tiempos Andalán cambiaba el color de la tipografía en cada número. Al 9 le tocó el rojo. En las páginas centrales, como una llamarada, surge el habla aragonesa. Ballarín Cornel, Ánchel Conte y Francho Nagore hacen chisporrotear sus ideas en torno a una cuestión de la que se había hablado muy poco en la prensa. Andalán va a acabar con ese silencio ya demasiado prolongado. En los años siguientes, una y otra vez, aparecerán artículos en aragonés o sobre el aragonés en las páginas del periódico. En el tratamiento ningún matiz quedará obviado, no se rehuirá polémica alguna, se dará la palabra a todas las variedades y ninguna opinión se erigirá en dominante. Como sucede con otras cuestiones la forma de tratar el problema lingüístico muestra la saludable inocencia de lo inicial, la viva claridad del agua cuando sale del manantial y corre alegre, todavía ajena a las impurezas que recogerá conforme avance por el cauce.

Si en el número 9 se exponen las grandes líneas de lo que será el tratamiento de la lengua aragonesa, en el 10 Mario Gaviria, con la premura y la necesidad que asociamos al término alarma, retrata ya el meollo de los peligros de un desarrollo vinculado exclusivamente con el turismo y la especulación urbanística. Algo más importante de lo que parece se está fraguando, decía Gaviria tras detallar las enormes sumas de dinero que llegaban a las estaciones de esquí. Como una verdadera biblia, por lo que de contenido profético muestra, puede ser calificado el artículo Alarma en el Pirineo, sobre todo en el apartado final –Lo que yo haría si fuera un habitante del Pirineo aragonés- donde en 14 puntos Mario perfila un programa escueto y muy certero para sortear los escollos en la difícil navegación por el mar del desarrollo rápido y desordenado.

En Gaviria no asoma para nada la candidez: se muestra como un estratega experimentado. Pero una cierta ingenuidad confiada tiñe con frecuencia en Andalán algunos temas pirenaicos, ahora ya clásicos, que nacieron para la letra impresa en las páginas del quincenal. Uno de ellos es el del ferrocarril de Canfranc. Aparece por vez primera en enero del 73, en el número que dedicaba las páginas centrales a la lengua, con idéntica tipografía roja. Canfranc: una enorme “sala de espera”, así se titulaba el artículo en el que La señora del conde Gauterico, sin imaginarse lo que aguardaba al desafortunado enlace ferroviario, dice que el desdichado puente de Lestanguet va a ser restaurado y mejorado definitivamente. Los capítulos siguientes ya los conocemos. El quincenal se hizo eco de la creciente inquietud por el abandono del enlace ferroviario  internacional. En el número doble de julio del 75 daba cuenta de la primera gran manifestación para pedir soluciones. Había tenido lugar el día 23 de junio con la presencia de cientos de personas que, concentradas ante la boca callada del túnel y en la fonda de la estación, reclamaron la unidad de todos los aragoneses en la batalla para lograr la reapertura de la línea.

Eran años de cambios y de luchas, de algo que agonizaba y de algo que nacía: en España, en Aragón, en los Pirineos. Tal vez Andalán no fuera el padre, pero estuvo presente en el parto y colaboró de manera decisiva para que la criatura naciera.

En las montañas el tema del agua inquietaba de forma diferente a como lo hacía en el llano. Los de abajo querían que en los valles se almacenara agua para alimentar los riegos. Desde los primeros años del siglo, con Costa como abanderado, sus reivindicaciones aparecían constantemente en la prensa y, finalmente, habían sido atendidas casi en su totalidad. Pero las quejas de los montañeses desalojados por el agua embalsada, obligados a abandonar sus casas en condiciones muy precarias, no habían encontrado eco en el papel impreso. Tampoco se había escrito nada acerca de la voracidad de las empresas que obtenían grandes beneficios de la explotación hidroeléctrica sin que el modelo colonialista de extracción de los recursos hubiera recibido respuesta desde el lado de los colonizados. Pero a mediados de los 70 las cosas habían empezado a cambiar. Un proyecto, que ahora nos parece descabellado, encendió la chispa de las protestas: la empresa Hidronitro quiso construir un embalse en el valle de Añisclo. “¡En el Valle de Añisclo!” escribía Jaume Drac de Lleida en el número de 15 de noviembre de 1973, “Uno… piensa en lo bien que estaría Añisclo como Parque Nacional”. La campaña para salvar Añisclo, que tuvo eco en toda la prensa aragonesa, también encontró espacio en Andalán junto a artículos donde se clamaba contra la explotación colonialista de los recursos del Altoaragón. Porquet Manzano en el número 41, 15 de mayo de 1974, titula su artículo Huesca: una provincia colonizada. Y en el mismo número, en una reseña sobre la charla celebrada en el colegio mayor Pignatelli con la presencia del ingeniero de montes Santiago Marraco, vuelve a aparecer el término colonialismo cuando se habla de los recursos que las grandes empresas están obteniendo en los Pirineos.

 

 

Algo está cambiando. El silencio resignado y sumiso en el que había vivido la gente pirenaica va siendo sustituido por una lúcida toma de conciencia acerca de su problemática y de la necesidad de buscar soluciones contando con la participación de los implicados. Y Andalán estuvo allí. El extra dedicado al Pirineo aragonés, del que se hablaba al comenzar este artículo, salió a la calle el 15 de diciembre de 1974. Fue, quizá, el primer intento serio de proporcionar a los lectores un análisis riguroso de la problemática del Pirineo contemplada desde disciplinas y puntos de vista muy diferentes. Tras el dibujo de la portada ya comentado –una acertada síntesis del momento- aparece un artículo sobre la ganadería en el que se describe la angustiosa situación del sector pecuario y se aboga por plantear una verdadera política de montaña con uno de sus ejes principales vinculado al potencial ganadero. A continuación Borrás y García Guatas someten a examen, como doctores del patrimonio,  al arte altoaragonés y ofrecen un diagnóstico: su estado se sitúa entre el desconocimiento y la desaparición. El tratamiento para iniciar la curación o el alivio incluye dos medidas urgentes: elaborar un inventario y proteger la arquitectura de los pueblos que han quedado deshabitados. En la página siguiente el Grupo de estudios para el Sobrarbe, que formábamos media docena de jóvenes de la comarca pirenaica y de Madrid contratados por el ICONA para redactar el anteproyecto de ampliación del Parque Nacional de Ordesa, hablábamos de la necesidad de aumentar el número y la extensión de los espacios protegidos. Santiago Marraco pedía, en su artículo El hombre contra el bosque, una planificación que teniendo en cuenta la triple vocación de los montes –productora, protectora y recreativa- permitiera conseguir la óptima utilización y el mayor beneficio social. Pero aquí, en lo referente al beneficio social, las posturas se mostraban enfrentadas o, al menos, no coincidentes al hablar de la protección y del uso turístico. Las discrepancias principales aparecen en torno a dos temas: la creación de una nueva estación de esquí en la Maladeta y la figura de Parque Nacional que se propone para salvaguardar Añisclo. Ballarín Marcial defiende la propuesta de la nueva instalación deportiva, al igual que lo hace en un artículo muy razonado Ángel Ríos Calderón, gerente de la Unión turística del Pirineo. No menos razonada parece la oposición de  Sánchez-Rico como presidente de Montañeros de Aragón. También se opone Máximo Decumano a la promoción, desde Navarra, de una estación de esquí en territorio ansotano. Sobre Añisclo Martínez de Pisón advierte del riesgo de “ordesizar” un valle hasta entonces alejado del turismo masivo. A los del Grupo de estudios para el Sobrarbe no nos parecía mal que Añisclo formara parte de la ampliación del Parque Nacional cuyo anteproyecto habíamos redactado, pero creíamos, como exponíamos en el artículo titulado Añisclo, que la medida resultaba insuficiente si no se inscribía en una planificación global que hiciera frente a la crisis general de la vieja sociedad pirenaica  en trance de desaparecer. A esta planificación hacía referencia el artículo firmado por la Consultora de sociología para contrastarla con la planificación al uso, la misma que había propiciado el caos urbanístico en las costas españolas. El urbanismo constituía una de las grandes preocupaciones a la vista de los proyectos que se preparaban en la parte occidental del Pirineo aragonés. El estado de la cuestión es examinado por Máximo Decumano quien desmenuza, valle por valle, el grado de desarrollo del ordenamiento urbanístico y advierte de las amenazas de la especulación. Los hoteles y las nuevas viviendas de uso turístico además de relacionarse con las instalaciones deportivas y con la promoción de espacios emblemáticos han de guardar relación con las comunicaciones. A ellas dedica Carlos García su artículo El gran embudo donde plantea los principales retos que se presentan para hacer del Pirineo aragonés un espacio bien comunicado. Con la población que Layus dibujaba escapando de las montañas desaparecía también La cultura popular pirenaica a la que dedica Agustín Ubieto un largo artículo en el que describe y lamenta el estado del patrimonio cultural de un mundo en extinción que arrastra en su final, hacia la desaparición, las tradiciones, las leyendas, los ajuares domésticos y la sabiduría de los más viejos. Pide recoger lo que sabe la gente más mayor y, también, museos para conservar lo que peligra. Del museo de Huesca habla en su artículo Ánchel Conte para alabar la transformación que observa en el mismo.

 

Los Pirineos, Pedro Sagasta

 

El amplio cuadernillo pirenaico se completaba con una bibliografía extensa sobe la cordillera en su tramo aragonés. El apartado de los libros no se agotó en el extra sobre el Pirineo sino que se fue enriqueciendo mediante una constante atención a cuanto se publicaba, y lo mismo sucedió con el resto de los temas.

El extra señalaba las rutas por donde avanzó el periódico a lo largo de toda su historia. Los embalses siguieron mereciendo la atención de Andalán. Sobre los amenazantes proyectos de Campo, de Berdún y de Jánovas encontramos en el periódico tanto las reseñas de las luchas para impedir que se construyeran como los argumentos para animar a una oposición que finalmente ganó la batalla.

El estudio del Pirineo y su defensa fueron creciendo a lo largo de la década de 1980. Se publicaron docenas de monografías y nacieron otras tantas asociaciones locales o comarcales, se comenzaron a editar revistas y se abrieron nuevos museos. A nada fue ajeno Andalán. Saludó y comentó la aparición de cada nuevo nudo del entramado social y cultural que iba dotando de músculo y de vigor a una sociedad anteriormente callada y resignada. Conforme las amenazas más graves se diluían y la nueva sociedad se asentaba, los contenidos de Andalán se modificaban. Ya no había solo peligros, también ocasiones para el ocio y la gastronomía, para el reportaje histórico y el relato tranquilo. Se podía hablar del pan de Bisaurri o del ovni de Laguarta sin dejar de lado las reivindicaciones.

Finalmente aquellos tipos del dibujo de Layus de 1974 se han mezclado y se han transformado. Por el cañón de los que salían no marcharon todos, algunos se quedaron para emprender las actividades que los nuevos tiempos reclamaban.  Por el cañón de los que entraban no pasaron solo los especuladores de los planos enrollados y la actitud agresiva, llegó también mucha gente respetuosa con el medio, que amaba de verdad la montaña. Los problemas no se han acabado, los peligros no se han esfumado, pero la sociedad pirenaica de nuestros días no vive ya solo pendiente del lamento por lo que se pierde y del temor a lo que llega. Sin que se haya bajado la guardia se aprecia alegría y optimismo. Hasta la tasa de natalidad está creciendo en Sobrarbe, la más despoblada y antaño amenazada de las comarcas pirenaicas. Indudablemente Andalán ha desempeñado un papel importante en esta nueva situación porque colaboró de manera decisiva para la formación de una conciencia social y cultural encaminada al estudio, al análisis, a la organización y a la defensa de las montañas y de sus gentes partiendo de los grandes valores progresistas y laicos.

Severino Pallaruelo, 30 / 03 / 2022