Hubo especial cuidado, cariño, con los temas turolenses. Labordeta y Eloy venían de allí, de unos años importantes en su Instituto de Enseñanza Media y el mitificado Colegio menor San Pablo, y traían la sensación de que debían ocuparse y bien de aquellos recuerdos y de los problemas aún vivos. Y lo hicieron, y nos contagiaron a todos.
Habíamos preparado unas páginas turolenses cuando, el día de san Pedro de 1974 eran “secuestrados” por la policía todos los ejemplares del número de la revista en que Eloy publicaba un “informe” sobre la Batalla de Teruel. Era la primera vez en vida de Franco que se abordaba el tema en otro tono que el de los vencedores. El número se reeditó quitando esas páginas y otras.
Hubo muchos artículos de Plácido Díez, buen conocedor de su provincia, que le dedicó casi la mitad de sus cuidados trabajos en la segunda etapa: sobre Pepe Gonzalvo, el escultor de Rubielos; Poyo del Cid; reportajes incisivos sobre Teruel en su serie “Un año de ayuntamientos democráticos”; sobre Calamocha: los barrios de la discordia; el desafío de Roca al Ayuntamiento de Alcorisa. Y las Cuencas Mineras. La cooperativa de Mora, el Jiloca con el misterio de los pozos, la marejada municipal de Villarquemado, etc. Otros llamativos títulos fueron Los ciervos de la ira (Albarracín) y una docena de artículos dedicados a la capital (No vendrá la SEAT, Caciques con bata blanca, Psicosis de miedo, la batalla del kilowatio, La calle para el que la disfruta…)
También Enrique Guillén escribía sobre el Bajo Aragón, La vaquilla más larga, Un reto a la especulación, Se llevan geológicas, Teruel ¿conejo de Indias?, Ancianos en Teruel. Todavía hay clases, 150 familias engañadas. Tan caros pisos…
Y no faltaron artículos de Joaquín Carbonell. O aquella delicia de los viajes por el Teruel profundo de Clemente Alonso; y Cristóbal Guitart, que no olvidó en su serie de castillos los de Aliaga, Mora, Albarracín, Peracense y Alcalá de la Selva; y letras y comentarios de Canciones de Tomás Bosque, o sobre Las albadas de Mª Luisa Berlin; y las polémicas con la muy conservadora UCD y su tribuno en la Diputación, Román Alcalá.
Jorge Infante analizó La economía turolense, y José Manuel Nicolau, pionero en estudios de ecología y medio ambiente abordaba: “Repercusiones de la minería a cielo abierto en el paisaje turolense”. Muy cerca del final, un dossier encabezado por un editorial (“Andorra, la fiebre del carbón”), es arropado por Javier Alquézar, Ángel Cañada, Rafael Guerrero, Alfonso Lázaro, Juan Mainer, Peña Martínez y Mª José Villanueva. Mariano Minguijón escribe “José: un pastor de las tierras turolenses” en 1983, diecisiete años antes de que Severino Pallaruelo publicara su genial “José, un hombre de los Pirineos”.
En Arte se produce un dueto con Santiago Sebastián, de quien se reseñan los libros Teruel monumental, 1970 y La expresión artística turolense, 1972; ese mismo año él manda desde Valencia reseña de El mudéjar turolense, de Gonzalo Borrás, quien al año siguiente daba la bienvenida a la revista que aquel dirige: Traza y Baza. Y escribe, entre sus muchos artículos de historia del arte, sobre la ruta del gótico en la Tierra Baja, Teruel y el mudejarismo, o su temprano y penetrante análisis de Serrano: “Entender a Pablo, entender la escultura”. Eloy le entrevistó en 1985 y titulaba: “En Teruel he podido defender mi interpretación heterodoxa del mudéjar”, asunto comentado años antes por Guatas. Y al año siguiente reseñó de nuevo Eloy su Arte mudéjar aragonés: “Una obra ejemplar: El mudéjar, clave espiritual de nuestro pueblo”. También, desde la capital, Carlos de la Vega escribía sobre una gran revista: la Miscelánea turolense
Y ya casi al final, nos hacíamos eco con mala uva del “V Festival de cine en super-8 y vídeo. Elogio de lo cutre”. Qué duros éramos con lo muy querido…
“No leía yo la revista de forma regular, y ya lo lamento. Recuerdo algún artículo viajero de Clemente Alonso (él podría hacer esto), ideas sueltas, textos de Labordeta. Los años buenos me pillaron a mí lejos de aquí; al regreso quizá quise ponerme al día, pero me fui más atrás, a los sesenta, y creo que ya me quedé en las prosas de Valdivia y los poemas, impagables, de José Antonio.
Ese Teruel a la deriva, ya entonces, que se asoma a esos poemas, supongo que está de algún modo en la génesis de Andalán, o al menos en las mentes de quienes andabais por aquí, un poco como misioneros en tierra hostil, perdóname la expresión. Siempre he pensado, aunque seguro que ando equivocado, que aquella hégira alcanza una suerte de gozne en el artículo en el que la tinta de Labordeta evoca la ascensión a Javalambre, toda esa tribu regeneracionista subiendo a un alto, como los personajes románticos, para contemplar desde arriba ese mundo de los sueños y de las incomprensiones”.
Toni Losantos en carta a EFC