12/03/2011

In memoriam

En este país padecemos del mal de la desmemoria. Ni las magistrales fórmulas de nuestras abuelitas, basadas en la ingesta masiva de rabos de pasas, o los sanos consejos de la medicina natural recomendado la toma de soja tres veces al día sirven para nada. Tan siquiera esas milagrosas píldoras contra el olvido, de cuyo nombre no consigo acordarme, que recetan los galenos para combatir el Alzheimer pueden ayudarnos a evocar cualquier vestigio de todo aquello que no conviene que sea recordado.

Como ya dijo Montaigne: «El que no esté seguro de su memoria, absténgase de mentir». Un buen consejo que, en estos carpetovetónicos parajes, aplicamos del revés. Porque eso sí, a fabular sobre lo acontecido en nuestra historia, no nos ganan ni filósofos gabachos ni los mismísimos hermanos Green. Por eso, cuando algún insolente intenta recuperar los episodios más negros de nuestro pasado, surge un coro de enaltecidos filisteos post-franquistas blandiendo aquello de lo poco recomendable que es hurgar en las heridas. Sobre todo si hablamos de las heridas de los demás y fueron otros bucaneros de su misma cuerda quienes provocaron las lesiones que se pretenden desenterrar.

Bien lo sabe el juez Garzón que sigue esperando a ser juzgado por esa obcecación en averiguar donde se encuentran los 300.000 desaparecidos del franquismo. ¡Pero hombre, por dios!, ¿Cómo se le ocurre? Una cosa es meter las narices en las matanzas de las dictaduras ajenas y otra muy distinta pretender hacer lo mismo en nuestra patria. Además no se puede comparar. Son muchos todavía los acólitos de un régimen en el que, si seguías el ejemplo del Criminalísimo y no te metías en política, nada tenías que temer.

Porque ellos sí recuerdan esos días de gloria en los que las principales libertades de la ciudadanía, como conducir beodo y a la velocidad que te salía de las bujías o expeler impunemente el humo de un cigarro en cualquier recinto público, no tenían cortapisas.

La nostalgia les pone tontorrones cuando, entornando los ojos, suspiran por esa época libre de aprensiones y complejos donde al rojo se le daba matarile sin que nadie pidiera explicaciones por este ejercicio de autodeterminación ideológica. Ahí está ese paradigma de la biología, Manuel Fraga, sobreviviendo a lo humano y lo divino camuflado a duras penas entre los más oscuros entresijos de la democracia. O ese Mayor Oreja que entra en éxtasis relatando el beatífico periodo del franquismo que fue vivido con tanta «naturalidad y normalidad» por aquellos que se consideraban gentes de orden.

Lo dicho, la memoria es una cosa muy elástica. Y la mentira un potente sucedáneo de lo que no se quiere recordar.

En estos días se cumple el séptimo aniversario del fatídico 11-M. Después del horror dlos cuerpos mutilados por la sinrazón del terrorismo islámico, una avalancha de odio y rencor sigue envenenando los corazones de los cuentacuentos nacionales. De nada sirvió la exhaustiva investigación policial ni el escrupuloso juicio que determinó, fuera de toda duda, la autoría de este acto de terror. La insidia tomó cuerpo en una oposición desentrañada que manipulaba la verdad azuzando a todos sus agentes políticos y mediáticos. Aquí históricamente, ya se sabe, ni los muertos se respetan. Y si hay que utilizarlos para arrojarlos a la cara de los rivales políticos arguyendo la más insidiosa de las conspiraciones, pues así sea.

La presidenta de la asociación 11-M Afectados por el Terrorismo, Pilar Manjón, vuelve a pedir que se deje en paz a los muertos. Todos los que se sienten representados por esta asociación están hartos, asqueados por el infame uso que se sigue haciendo del asesinato de sus seres queridos. Ellos, al contrario que las víctimas del franquismo, podrían pasar página y continuar con sus vidas una vez esclarecido el origen del atentado. Pero no les dejan. Los mismos que recomiendan no indagar en las llagas del pasado franquista no sienten pudor alguno en utilizar estos cadáveres hasta exprimirles todo el rédito electoral. Aunque sea a costa de convertir el ruedo político en un muladar donde no quede lugar para la honestidad y la vergüenza.

La misma Pilar Manjón declara valientemente el menosprecio al que fueron sometidos por el vicealcalde de la capital Manuel Cobo (PP) cuando su colectivo solicitó que se erigiera un monumento en memoria de las víctimas en la estación de cercanías de El Pozo. El pollo en cuestión contestó a su demanda con el siguiente sainete: «¿Vienen a por otro monumentito para el 11-M? Cualquier día tendremos que hacer uno a las putas de la Montera» Sin embargo no tuvieron empacho en hacerlo unilateralmente con la otra asociación de víctimas, la que defiende su tesis de la conspiración, bajo el lema de «un grito contra el silencio y el olvido».

Gritar es lo que me provoca a mí tanta desfachatez y cinismo. Abrir los pulmones y clavar un alarido tan potente que arranque la tierra de las calaveras abandonadas en las ignotas cunetas de esta tierra. Gritar hasta provocarme una sordera voluntaria que me impida escuchar el rumor de su miseria. De esa miseria que vomitan con absoluta impunidad enlodando el sufrimiento de la gente.

La memoria es un arma cargada de futuro, decía Celaya en unos hermosos versos. La desmemoria y la falacia también son armas, añadiría yo, pero de destrucción masiva contra la dignidad de nuestro pueblo.