Servidores impúdicos
La pasada semana empezó a correr por mi trabajo el rumor de que nos van a recortar el salario un 3 %. Como le sucede a muchos españoles, el exiguo sueldo que percibimos ya había sufrido un tijeretazo de un 5 % dejando nuestras remuneraciones por debajo de la franja mileurista, por aquello de ayudar con este sacrificio a levantar la economía nacional (siempre según las directrices marcadas por los oráculos que habitan en el olimpo de Bruselas).
Bajo este criterio de austeridad hemos visto como se eliminaba la ayuda de 420 euros, una limosna para la supervivencia, a los parados que habían agotado todos los recursos y que ahora se encuentran en el puro y duro desamparo social. Mientras tanto, muchos políticos perciben más de 230.000 euros al año que, inflados a base de dietas y otras fruslerías, llegan a costarnos tres millones de euros en algunos casos.
Cuando el derecho a una jubilación digna empieza a convertirse en una entelequia inalcanzable para la mayoría de los trabajadores del país, nos tragamos la bilis viendo como nuestros representantes electos acceden al dorado retiro con apenas siete años de haber transitado por las Cortes y se adjudican la máxima en virtud a los inapreciables servicios prestados a la patria.
Los banqueros (esos depredadores que nos han conducido a la situación que atravesamos) en vez de pagar sus delitos contra el pueblo dando con los huesos en la cárcel, le susurran al gobierno consignas de moderación salarial para la plebe a la vez que trapichean con delincuentes habituales, defraudadores fiscales y otros pájaros de la fauna corrupta a la que ayudan a blanquear la pasta que previamente nos ha sido robada.
Se han congelado las pensiones, reducido la prestación al desempleo, eliminado el cheque-bebé… y todo para que los especuladores puedan tener garantías de que su insaciable bacanal no tenga cortapisas.
Aún así aceptamos la evasión de capitales y el fraude fiscal, el mayor de toda la comunidad europea, pagando la cuenta de los piratas sin que hordas de ciudadanos salgamos a la calle exigiendo su persecución y procesamiento. Tampoco hacemos casi nada para evitar la ruina de muchas familias que, tras sufrir los reveses de la pérdida del empleo, se han visto embargadas, desposeídas de sus viviendas y endeudas para los restos engordando las prietas filas de la miseria.
Nos parece normal la campante corrupción en la que se mueven nuestros políticos y asumimos su naturaleza para el latrocinio tan ricamente reeligiéndolos en las urnas. Nos hemos acostumbrado a la censura informativa y a la imposición de un modelo social idiotizado que idolatra a personajes mediáticos cuyo único mérito es haber copulado con toreros o futbolistas.
No nos incomoda una ley de partidos que nos aboca al bipartidismo bicéfalo neoliberal. Ni que los diputados sean los únicos ciudadanos que no tengan que tributar 1/3 de sus retribuciones al erario público.
Por todo esto, y mucho más que me dejo en el tintero para no hacer de este artículo la historia interminable, no es de extrañar que tras el revuelo montado por la negativa de la inmensa mayoría de los eurodiputados a volar en clase turista, no acumular dietas o congelar sus salarios no pase absolutamente nada.
Ellos lo saben. Conocen nuestra pasividad bovina y no solo piensan continuar con el atraco al pueblo, además se nos cachondean. Su impudicia solo es proporcional a nuestra falta de reacción y estupidez.
¿Cómo calificar sino la salida del PSOE sobre este asunto achacando su voto a un error? ¿Es que no saben lo que votan los señores diputados? Porque de ser así, su ineptitud debería conducirles directamente a las oficinas del INEM. A sufrir en carne propia las desventuras de millones de españoles que son víctimas directas de su manifiesta inutilidad para gestionar el estado.
El resto de los grupos, excepto escasas y honrosas excepciones, no sienten vergüenza alguna en defender sus privilegios. No tienen dudas de que seguiremos tragando carros, carretas y vuelos en primera. Por eso exhiben su indecencia con descaro, a pecho descubierto.
Hace tiempo que descubrieron que simplemente somos tontos.