A la búsqueda de Domingo Laín
Con el título de La búsqueda, se ha publicado en Colombia un libro que narra la vida de Leonor Esguerra Rojas, monja colombiana que a los 81 años cuenta su interesante y apasionada vida cuya trayectoria había sido ignorada por los conductos oficiales. La publicación ha causado una gran impresión en todo el país por explicar cómo se atrevió en los años convulsos de la década de los 70 del siglo pasado, a abandonar la vida de religiosa para, sin renunciar a su fe en el Evangelio, unirse a los guerrilleros del ELN en donde estaba nuestro paisano Domingo Laín.
Leonor Esguerra pertenece a una familia acomodada de Bogotá. Tras pasar por varios colegios de la ciudad llegó a uno nuevo fundado el año 1948 por monjas norteamericanas pertenecientes a las religiosas del Sagrado Corazón de María. En el Marymount, nombre del colegio, las hermanas que lo dirigían eran muy distintas a las que ella había tenido anteriormente. Su forma liberal de educar y de compartir con las alumnas sus inquietudes, hizo que Leonor se sintiera identificadas con la congregación. Sin embargo, no le atraía el futuro que a la mayoría de sus compañeras les esperaba: aspirar a casarse con un hombre rico, tener hijos y contemplar a un marido que seguramente le engañaría. Con 17 años decidió entrar en la congregación y marchó al convento central en Nueva York para realizar el noviciado. A su vuelta a Colombia, ahora con el nombre de sor Consuelo, fue destinada como profesora en el nuevo colegio Marymount fundado en Barranquilla al que asistían lo mejor de lo mejor de las familias adineradas de la costa atlántica colombiana, y del que muy pronto la joven monja sería nombrada madre superiora. Allí estuvo varios años hasta que fue trasladada al Marymount de Bogotá como madre superiora general de la Orden en Colombia.
Fue en la capital colombiana donde tomó la decisión de fundar un nuevo colegio en el popular barrio Galán para los hijos de obreros; una escuela en la que, siguiendo los consejos del profesor y pedagogo Germán Zabala, los estudiantes tuvieran participación en las decisiones del centro. El colegio, que muy pronto fue mixto, alcanzó enseguida mucha fama por los buenos resultados que obtenía y por las atrevidas propuestas que los profesores realizaban. Lo que ocurría con las monjas del Marymount era digno de verse y atractivo para los cristianos que estuvieran buscando posiciones diferentes a las tradicionales en la Iglesia católica. Movido por esa curiosidad, el sacerdote Domingo Laín, que vivía en el barrio de Meissen en donde trabajaba en una ladrilería, quiso ver con sus propios ojos lo que ocurría en esa comunidad de religiosas en la que profesores con ideología marxista impartían clases. Ese día, la madre Consuelo y Domingo hablaron por primera vez. Domingo le explicó las ideas que el sacerdote Camilo Torres Restrepo había deseado llevar a la sociedad colombiana y por qué al no conseguirlo se integró en la guerrilla. Al responderle que ella estaba de acuerdo con sus ideas, pero no con la violencia, el padre Laín le responde: «En Colombia muere un niño cada cinco minutos por enfermedades prevenibles y curables. ¿Quién los mata? ¿No es eso un asesinato?».
En marzo de 1968, sor Consuelo asistió en Roma a la primera sesión del Capítulo General de las religiosas del sagrado Corazón presentando un documento titulado La situación de Colombia hoy, en la que afirmaba entre otras cosas …La Iglesia de Colombia ha estado asociado a los ricos y al estatus que les ha apoyado a través de su sistema educativo, incluyendo el Marymount. Muy pronto nos veremos forzados, como comunidad comprometida, a tomar una posición definida en la cuestión social. Cuando al año siguiente asistió al segundo Capítulo, esta vez en Londres, aprovechó la oportunidad para encontrase con Domingo Laín que estaba en Francia (había sido expulsado de Colombia) y pudo dialogar con él y con sus compañeros Manuel Pérez y José Antonio Giménez. Para sor Consuelo, aquel encuentro en Sète fue de un gran compromiso y significación. Al despedirse de Domingo le dijo: «Domingo, para lo que sea, para lo que necesite cuente conmigo; no importa lo que haya que hacer».
A la vuelta de Europa, sor Consuelo, en compañía de otra amiga monja, abandona el colegio Marymount y se marcha a Buenaventura en busca de la pobreza. Ella decía que el voto que había realizado al entrar en la congregación consistía en tener todo lo necesario pero sin saber cuánto costaba porque no manejaba dinero. A los dos meses de estar trabajando como maestra en un suburbio llegó un sacerdote que la conocía y le comunicó que Fabio Vásquez, jefe del Ejército de Liberación Nacional, quería hablar con ella. Recordó entonces la promesa que le había hecho al padre Domingo Laín en Francia, del que sabía que ya había ingresado en ELN, y pensó que tal vez la petición fuese para ver de qué manera podía ayudarle. Tras meditarlo concienzudamente acudió al encuentro de un misterioso campesino que la esperaba para llevarla, navegando toda la noche en una canoa por zonas pantanosas, a reunirse con otras personas que la recogieron. Tras días de duras caminatas llegó al campamento de los elenos donde se encontró inesperadamente con un Fabio Vásquez que le causó sensaciones desconocidas. Así mismo, su reencuentro con Domingo, Manuel y José Antonio, que aparecieron silenciosamente, estuvo lleno de gran emoción.
Sor Consuelo decide quedarse en la selva, ahora con el nombre de Socorro, y vive una transformación total acostumbrándose a sufrir todos los inconvenientes que aquella vida acarreaba, así como a presenciar los fusilamientos de compañeros -hasta ella misma estuvo sentenciada a muerte- si en algún compromiso importante fallaban. Desde que Domingo Laín se integró en la guerrilla, lo que cuenta en el libro Socorro de nuestro paisano es el único testimonio directo que hasta ahora se conoce. A su vuelta, cuatro años después, no puede decir nada porque es buscada por la policía. Consigue huir del país y llega a Nicaragua uniéndose a los sandinistas como una luchadora más. En mayo de 1994 vuelve a Colombia y en el Registro Civil recupera su primitivo nombre y apellidos obtenidos sesenta y tres años antes.
Leonor vive actualmente en Chía, ciudad cercana a Bogotá, cuidando a su hermana Milena, viuda del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, sin renegar a su lucha por otras injusticias ignoradas culturalmente a través de la historia. Este interesantísimo libro, que creo no se comercializa todavía en España, me lo trajo el escritor y productor audiovisual, el zaragozano Mario de los Santos, que se desplazó a Colombia para entrevistar a la hermana de Leonor de la que piensa escribir su biografía. Laureano Molina, compañero de Domingo Laín, le había entregado con anterioridad el libro que yo había a escrito sobre Domingo con una dedicatoria que le hice para ella. Leonor, en el suyo, me correspondió también con una letra clara, de persona joven. Dice así: Santiago Sancho, leeré tu libro con emoción y recuerdos de Domingo a quien he querido siempre. Gracias por compartirlo conmigo. Espero a mi vez, que mi testimonio te ayude a entender nuestra historia de la que parte conviví con Domingo.