Hace más de 43 años que entré un anodino día de 1979 en la redacción de Andalán para ofrecerme a hacer prácticas durante las vacaciones, cuando estaba a punto de terminar 4º curso de Periodismo en la Facultad de Bellaterra. Quería ser periodista porque, además de viciosa lectora de prensa, esta profesión era una buena herramienta para ayudar a mejorar el mundo. Sobre todo, soñar.
Mi otra pasión era Aragón, con un orgullo que enraizó aún más en junio de 1978 en el concierto en favor de Andalán –en guerra entonces con la Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja- en el Palacio Municipal de Deportes de Montjuic. Un hito para muchos, con 12.000 personas en aquel despertar del aragonesismo al que tanto contribuyó nuestra revista.
Tímida como era yo por entonces, aspiraba a escribir en un periódico o revista contando a los lectores las verdades del mundo. Se me presentó la posibilidad de trabajar en Andalán y aquello fue para mí como ganar el Gordo de Navidad, pues empezaba justo en el punto donde yo había colocado mi meta profesional. Era tocar el cielo con la mano, apoyada primero por Pablo Larrañeta y después –a los dos meses- por Luis Granell como nuevo director.
La marcha del primero al Ayuntamiento facilitó la posterior contratación de Plácido Díez y la mía -dos al precio de uno- por un sueldo de 45.000 pesetas al mes. Teníamos por delante la obligación de hacer 5º de Periodismo a distancia y la oportunidad de demostrar que valíamos para el oficio. Del pulimento profesional se encargaría, con ahínco, Luis Granell, azote de todos nosotros con sus exigencias sintácticas y su rigor periodístico. Estábamos en la mejor escuela de periodismo que podíamos imaginar, aunque entonces solo lo sospechábamos.
En medio, el privilegio de compartir días y discusiones, risas y nervios, con lo más granado de la cultura aragonesa y lo más activo de la política regional. Con corazón y espíritus de izquierdas, se entiende, pero también de demócratas en ebullición, pues todos estábamos por entonces ubicándonos en la España de la Transición, en la creación de una normalidad democrática donde los medios de comunicación ocupaban un lugar tan privilegiado como comprometido.
La calidez somarda de Labordeta, la erudición de Fernández Clemente, la pulcritud de Embid, la modestia de Biescas, las lecturas literarias de Javier Delgado, la seriedad de Forcadell, el magisterio de Carreras, el lírico despiste de Emilio Gastón, el humo tabaquero de Gonzalo Borrás, las indagaciones de Luis Germán, la experiencia intedisciplinar de José Luis Fandos….. Son solo algunos nombres que me vienen mezclados – en mi cabeza de bisoña redactora- de aquellos primeros momentos, donde encontraba refugio en Luz Abadía, Ana Calvo, José Mari Lagunas y otros compañeros de Administración, a los que unían a la vez redactores como Placido Díez Fernando Baeta, Enrique Guillen, José Carlos Arnal y otros más.
Andalán, en este movedizo contexto, nunca fue empresa fácil, sus escuálidas cuentas absorbieron la energía de muchas reuniones, donde también se lidiaron personalismos y diferentes criterios de enfoque. Nada nuevo, por otra parte. Pobres pero acompañados, pues numerosos artistas y personas ilustres arrimaron el hombro para ayudar a recaudar ingresos extras. Incluso mi primer crédito personal fue para contribuir al sostenimiento de la revista.
Ser periodista es ser generalista y en Andalán, con muchas expectativas y pocos medios, eso era una necesidad. Me acuerdo –borrosamente- del viaje por el Delta para hablar del Minitrasvase del Ebro, un asunto que traté en la propia sede de la revista en un mano a mano periodístico entre Santiago Marraco e Hipólito Gómez de las Roces, del que existe uno de los pocos testimonios fotográficos que sobrevivieron. Y al decirlo entono mi mea culpa, pues no haber conservado las fotos que hacía Jacinto Ramos es un delito.
En su libro “Los años de Andalán”, Eloy Fernández Clemente recuerda algunas de las entrevistas que yo realicé, a personas destacadas de diferentes ámbitos, donde aprendí –pese a mis temores iniciales- que es mucho más cómodo entrevistar a un personaje consagrado que a un novato en fase de engreimiento. Cito con especial cariño la que le hice a Ignacio Ellacuría, asesinado años después por grupos enemigos de la labor social que este jesuita íntegro estaba haciendo en Centroamérica
Nos tocó informar sobre las guerras del Estatuto de Autonomía por la vía amplia del 151 o la estrecha del 143, sobre el desarrollo de los Ayuntamientos democráticos y su amplia cartera de servicios, el montaje institucional de la Diputación General de Aragón, la recuperación del patrimonial artístico, el nacimiento del tejido cultural, la reordenación de los partidos políticos y el movimiento asociativo y sindical. A esa efervescencia periodística fueron sumándose, sin tanta cortapisa, otros medios de comunicación…..Y nacieron otros nuevos, como El Día, que significó un nuevo tiempo para Andalán.
Coincidiendo con este acontecimiento periodístico, que supuso la marcha entre otros de Luis Granell, yo accedí a dirigir el nuevo Andalán en formato revista y con periodicidad quincenal. En ese tiempo mi principal apoyo fue Enrique Ortego, hombre también de la casa, ya fallecido, y que años después marcharía a Centroamérica.
Las colecciones de Andalán, guardadas en archivos y soportes institucionales, son un rico manantial documental para escribir sobre esos años del despertar autonomista y cultural. En esta fase optamos por prestigiar con énfasis la creación artística y literaria. En cada portada se reproducía una obra inédita, empezando por Natalia Bayo o Eduardo Salavera, para continuar con una acertada serie de pinturas. En páginas centrales iban las Galeradas, donde se adelantaban pasajes de obras literarias de todo género, ya fuera literatura, ensayo o poesía.
En cada número, se analizaba un tema central sobre la situación aragonesa, con amplio enfoque de asuntos: el estado de la Justicia, la prensa feminista en España, la burguesía aragonesa y la industrialización, y un largo etcétera. La cultura en general, y la creación aragonesa en particular, dieron vida a esos años renovados de Andalán, en una vuelta a los orígenes que se resistía a abandonar el papel de informar y denunciar, proponer y construir, dicho en palabras de Labordeta, fiel colaborador al que no molestaba ni que le corrigieras los textos.
Echando la vista atrás, Andalán puede ser a los ojos de los aragoneses un episodio agitador del nuevo Aragón, un ejercicio de libertad y de la búsqueda de señas de identidad propias. En el libro de memorias de Eloy, auténtico padre de la criatura, está todo. A mi sesgado entender, sus 15 años de vida fueron un trozo culto, periodístico, soñador y hacedor del Aragón moderno. La suma de una generación de hombres y mujeres (a caballo entre dos tiempos y dos culturas) que se empeñaron en dar voz propia al retraso de una tierra a la que querían, y queremos -como decía nuestro líder moral, José Antonio Labordeta- con un cariño ancestral.
Lola Campos Palacio