22/10/2014

Es peor la autocensura

Libro de MoránEn las dos últimas semanas, a la vez que cundía en toda España el pavor por el Ébola, la indignación por las “tarjetas de robo automático”, la impotencia colectiva ante políticas que apenas reducen el paro, la evolución del separatismo catalán y tantas otras cuestiones, se produjo un hecho muy preocupante por su significación y posibles secuelas. Me refiero a la negativa de la editorial Crítica (del grupo Planeta, que la absorbió hace unos años), a publicar un libro contratado con el escritor Gregorio Morán: El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los letrados. Cultura y política en España, 1962-1996. Planeta, que dirige José Manuel Lara y parece atraviesa seria crisis de ventas, acaba de dar su gran premio poco después a un desconocido –aquí- periodista mexicano: había que ampliar el mercado en castellano por si revienta Cataluña y se decide cambiar de residencia fiscal.

Se había negado Morán a suprimir once páginas que le eran indicadas como indeseables, porque arremetía en ellas, con la acidez y eficacia que suele, contra Víctor García de la Concha –“un colaborador importantísimo de la editorial”, le dijo Lara- y otros académicos (¡poco después salía la nueva edición, de Planeta, del Diccionario!), y personajes del mundo de la cultura. La razón esgrimida: “precaución judicial”, ante la previsible demanda de muchos de los allí criticados y denostados. Hay quien prefiere pensar que la precaución era de no perder a esos autores, en un momento de lucha encarnizada entre editores por sus originales.

Se le recordaron al autor fórmulas acordadas de confidencialidad (por lo que, contra lo acostumbrado, no es fácil conseguir ese fragmento en las redes) a la vez que se le “perdonaba” el adelanto recibido. Hasta ahí, todo claro, y, en esas condiciones, parece que muchos ansían publicar el libro maldito, que acarrea una gran publicidad gratuita… pero nadie se atreve.

Pero todo esto, con ser síntoma inquietante, entra dentro de una cierta práctica, mayor de lo que se sabe y parece, en el mundo editorial, incluida la prensa. Lo que más asusta en este caso es que, contra lo habitual -que cuando salta la noticia todos se apresuran a darla y analizarla-, lo que ha habido es un tremendo silencio. En la prensa de papel y los medios audiovisuales (no leo y veo todo, pero estos temas trascienden, se citan, se reproducen), salvo el artículo en su sabatina del 18 de octubre, que La Vanguardia le publica como suele. Dice Morán que hoy se puede atacar sin problemas a un presidente de Gobierno, pero no a un banquero, y eso que, denunciados por el propio Rajoy, se hace leña de algunos de éstos.

Sólo en El Confidencial, destacadamente, y en otros periódicos virtuales, se ha tocado el tema, y en ese caso además ha realizado una larga, importante entrevista. Las redes sí, lo han abordado a lo ancho y a lo alto, aunque en tiempos tan confusos no parece a muchos principal.

Y al fin, el mismo sábado 18 de octubre, en su habitual sección “Sillón de orejas” (la mejor junto con la de Muñoz Molina) del suplemento cultural Babelia de El País, Manuel Rodríguez Rivero comenta y amplía la noticia con su habitual gracejo: “… las negruras de este octubre más pardo que rojo se completan (por ahora) con un nuevo caso de censura en este país donde parecía que ya no existía (juá, juá)”. Y eso que también Cebrián se lleva un buen palo en ese amplio vapuleo de la “casta cultural”, de Cela a Aranguren. Porca miseria.