Cataluña Núm. 148 (octubre de 2014)
148.1. Antropología del soberanismo, Fernando Sánchez Cuesta
El auge desbordante del soberanismo ha propiciado, a lo largo de los últimos meses, todo tipo de análisis sobre sus causas y su evolución. El nacionalismo catalán ha ligado la eclosión independentista a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto y a un supuesto maltrato sostenido del Estado hacia Cataluña. De acuerdo con este relato, el soberanismo es un movimiento que proviene de la sociedad civil y goza de una inmensa transversalidad.
Desde otras perspectivas, se ha interpretado el fenómeno de masas que vive Cataluña como una forma sofisticada de populismo, como una estrategia política cínica o como el resultado de una gran campaña de propaganda. Recomiendo, en este sentido, la lectura del capítulo con el que Juan Arza y Pau Mari-Klose abren el libro Cataluña. Los mitos de la secesión (Almuzara, 2014). Con un uso riguroso y crítico de datos estadísticos, los autores desmontan la retórica con la que los líderes nacionalistas justifican, día tras día, su insensata aventura.
A mi entender, el éxito social del independentismo se debe, en primer lugar, a la eficacia con la que sus ideólogos han planteado los marcos de discusión pública. El soberanismo ha pasado por cuatro fases discursivas. Las bases las puso el pujolismo. Durante decenios, la élite convergente se encargó de fortalecer el imaginario nacional catalán a través de los medios de comunicación, la educación y el entramado asociativo.
Pero el kairos del independentismo no llegó hasta que estalló la crisis económica. Era el momento adecuado y el tiempo preciso para dar un salto cualitativo. El nacionalismo abandonó su discurso herderiano y esencialista, y apostó por un relato mucho más persuasivo. La lengua y la historia pasaron a un segundo plano. La socialización de la causa independentista exigía una estrategia más eficaz, aunque fuera ruin e inmoral. Así se inició la campaña del agravio fiscal y del “España nos roba”, que tan hondo ha calado. Este marco discursivo funcionó hasta que sus promotores se dieron cuenta de que provocaba rechazo en el resto de Europa. La mezquindad era demasiado descarada.
Los independentistas han dibujado entonces dos nuevos frames, que se han desplegado en paralelo. Por un lado, los estrategas nacionalistas han decidido centrar el debate en la apelación constante a la legitimidad democrática. La palabra democracia se repite como un mantra que derriba con maniquea rapidez otros argumentos más rigurosos, pero menos pirotécnicos.
La independencia ofrece, al fin y al cabo, un horizonte de esperanza para mucha gente. Este es, a mi modo de ver, el logos más profundo del movimiento que hay en Cataluña. El ‘Proceso’ soberanista es, en el fondo, la cristalización y la respuesta a un malestar social, político y antropológico de gran calado, que va más allá de la confrontación política. Su éxito radica en que genera ilusión en un mundo desencantado. El independentismo guarda relación con la crisis sociocultural que atraviesa la modernidad ilustrada y liberal.
Procuraré explicarme y encuadrar el movimiento populista que impera en Cataluña en una crisis sistémica que tiene raíz cultural y antropológica. ¿En qué consiste esta crisis?
Solo superaremos el soberanismo si logramos que España vuelva a ser un proyecto que ilusione. Tenemos el deber moral y político de repensar nuestro país para proponerlo como relato apasionante y creativo, capaz de generar compromiso. Necesitamos rediseñar el proyecto histórico español y contarlo con una nueva narrativa. Nos urge reformular el relato nacional –intelectual, visual y emotivo– para hilvanar con coherencia nuestra actividad política y social.
http://blogs.elconfidencial.com/espana/tribuna/2014-10-24/antropologia-del-soberanismo_408047/
148.2. En tiempos de confusión, Françesc de Carreras
Hace cerca de quince años, la ERC dirigida por Carod-Rovira y Puigcercós, tuvo una idea, una brillante idea: la hora de la independencia de Cataluña había llegado, era preciso trazar un estrategia para alcanzar lo más pronto posible este objetivo. Esta idea partía de una base: el nacionalismo de corte identitario propio de la Convergència de Jordi Pujol, había tocado techo, no lograba atraer a más adeptos. Cada día tenía menos adeptos la idea de que Cataluña era una nación porque tenía una lengua propia, un pasado común, unas tradiciones y costumbres que provenían de muy lejos y la diferenciaban del resto de España, y que por todas estas razones era acreedora de un Estado. Era preciso encontrar nuevos caminos, convencer de la necesidad de la independencia a otras capas de la población no sensibles a esta catalanidad sentimental.
ERC se puso manos a la obra. Mediante las cuentas resultantes de una balanzas fiscales que, ahora ya lo sabemos, no se correspondían con la realidad, se persuadió a muchos catalanes que España les expoliaba económicamente, en palabras más fuertes, que España les robaba. En pocos años, el número de independentistas, que desde 1980 hasta entonces se mantenía de manera fija alrededor del 15%, se duplicó. Del nacionalismo identitario estábamos pasando al nacionalismo económico.
Encima, para que el número de independentistas diera la sensación de ir en aumento, al derecho de autodeterminación le llamaron derecho a decidir, un término deliberadamente confuso. ¿quién no quiere decidir en una democracia?
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/10/21/catalunya/1413914182_898456.html
148.3. Las cuentas del cuento, Félix Ovejero
Cuando las palabras impiden entender las cosas, toca abandonarlas: las dificultades que surgen de preguntas incorrectas no tienen solución. En Cataluña, los problemas de los políticos no son los de los ciudadanos
Por lo que se ve, las transversalidad, la identidad, la cohesión, las piezas empíricas del relato, son tan débiles como las que sostienen el relato normativo: la discriminación y el expolio. En realidad, la hipótesis más parsimoniosa es que el nacionalismo, sostenido por unas élites políticas culturales alejadas de la sociedad catalana, ceba un problema al que se presenta como solución. Lo malo es que, si quiere sobrevivir como proyecto político, el problema no ha de encontrar nunca solución. Su supervivencia está vinculada a la recreación del problema, al naufragio de las terceras vías.
http://elpais.com/elpais/2014/10/10/opinion/1412953267_524548.html
148.4. Las trampas de la consulta, Francisco J. Laporta
Siempre he pensado que nacionalismo y democracia son dos idearios poco compatibles. La democracia descansa en los ciudadanos pensados individualmente, el nacionalismo en cambio en un todo social —la nación, el pueblo— por encima de ellos. Para la democracia el ciudadano es singular, autónomo e independiente. Para el nacionalismo la ciudadanía es sobre todo pertenencia. Lo que define tu identidad en el ideal democrático es tu individualidad libre y creadora; en el ideal nacionalista, tu pertenencia al todo nacional. Por eso los nacionalistas siempre hablan en nombre de la patria; los demócratas, en nombre de los ciudadanos. Y eso es también lo que hace tentadora la idea de que el mejor antídoto contra el nacionalismo es la democracia. A cada afirmación nacionalista sobre los rasgos y preferencias del “pueblo” debería poder responderse con una pregunta ciudadano por ciudadano. Los resultados serían sorprendentes.
Aunque sabe que la independencia no es mayoritaria en Cataluña, el nacionalismo se empeña en votar sus preguntas para que el mero hecho de hacerlo sea el reconocimiento institucional de su carácter de nación.
http://elpais.com/elpais/2014/10/14/opinion/1413302494_276944.html
148.5. La jerga catalana, Enric Juliana
A medida que la pugna interna se va descarnando, el lenguaje político catalanista se hace más críptico y dibuja una caricatura
Tanto da la suspensión del Tribunal Constitucional. Tenemos un plan B. Con el consenso técnico de los partidos, haremos un 9-N alternativo, de participación ciudadana, corregido y dignificado. Después convocaremos unas plebiscitarias, tal y como han pedido las tiítas. Antes de tres meses convocaremos unas plebiscitarias con lista de país, seguiremos la hoja de ruta y proclamaremos la DUI en el Parlament. Será emocionante y se nos pondrá la piel de gallina. Lo viviremos con mucha ilusión. Europa nos reconocerá, haremos un país nuevo y el proceso habrá triunfado”.
Una vez traducido, lo explico; mejor dicho, lo intento explicar.
La cronificación del ‘slang’ soberanista es significativa. La jerga política catalana comienza a ser incomprensible para mucha gente. Es sorprendente que nadie, ni los políticos, ni los periodistas coautores del fenómeno, propongan una urgente corrección de rumbo lingüística. El ‘politichese’ o ‘langue de bois’ catalanista comienza a ser risible.
http://www.lavanguardia.com/politica/20141021/54418110529/jerga-catalana.html#.VEdRdHZgwto.twitter
148.6. La voz rota de Oriol Junqueras, Jordi Gracia
El proceso nació inestable y quebradizo porque los alidos no eran soberanistas ni independentistas, ni apenas cómplices en nada demasiado serio. Y de golpe los que no lo eran se hicieron soberanistas e independentistas a través del derecho a decidir. Ese acuerdo era débil porque en él había representado un electorado muy contradictorio: unos enfatizaban sin disimulo su independentismo —ERC y CUP— y otros enfatizaban su derecho a decidir sin claridad sobre la decisión que tomarían.
Junqueras persistió en el programa de televisión en ofrecer argumentos emocionales y convicciones íntimas. Pero no creo que le baste al catalán medio con saber que Junqueras tiene fe en que haremos mejor las cosas solos, en frase que ha repetido tantas veces y que empieza a ser un mantra como mínimo desasosegante. ¿Por qué cree que haremos mejor las cosas solos? ¿Quiénes las haremos mejor solos? ¿Qué cosas? Explicar eso es de veras un problema. La respuesta tiene que evitar a toda costa lo que nadie puede ni quiere decir: lo haremos mejor porque somos mejores.
Hoy el independentismo ha perdido el escudo heroico de una frase imbatible —el derecho a decidir— y entra en política descarnada. Es una buena noticia: tendrá que ofrecer argumentos, contrastar análisis, refutar pronósticos.
http://elpais.com/elpais/2014/10/21/opinion/1413917444_691407.html
148.7. Elecciones “plebiscitarias”: la peor opción, Xavier Vidal-Folch
Los términos se oponen entre sí: se plebiscita una única decisión; se elige entre varios líderes y distintos programas
Para que unas elecciones sean auténticamente elecciones, se requiere que diriman distintas cuestiones, no solo una. Se requiere la concurrencia de una pluralidad de partidos, programas y líderes. De forma que si no hubiese lista única —eso que con autocrática cursilería algunos denominan “lista de país”— y hubiese varias listas pero con una propuesta común, los electores no votarían sólo esa propuesta, sino a distintos líderes, y distintos modos de alcanzarla, un asunto nada menor.
Incluso muchos de quienes no leen los programas ignorarían la propuesta de separación (o le darían una trascendencia menor, para nada referendaria), y se fijarían solo en las cuestiones socioeconómicas u otras, o repetirían lo que votaron en otras ocasiones; computarlos como independentistas sería del todo abusivo. En términos democráticos, esta es la peor opción.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/10/19/catalunya/1413744144_677228.html