23/02/2010

Todo por la patria

Se aflojan en toda Europa las correas que sujetaban a los cancerberos de la Patria. Ese sentimiento tribal, que tan bien saben manejar los poderosos, sale del letargo en el que andaba sumido. Sin complejos, en Francia se impone a la ciudadanía un chauvinismo oficial. Y en Washington, los ultras de todo Estados Unidos se reunen para intentar aliarse y conseguir el control del partido republicano. En tiempos de incertidumbre, como los actuales, los salvapatrias aparecen como la única alternativa capaz de «reconducir» la situación.

Aquí, esos fantasmas ni siquiera andaban escondidos por los armarios. Tomaban cuerpo en partidos políticos que todavía no han condenado la dictadura, en asociaciones que hacen apología del fascismo como Falange o en la Iglesia Católica, siempre presta a reavivar su concubinato con la extrema derecha. Son muchas las formas que adoptan los patrioteros nacionales. Nada une tanto como el odio común y ellos son prestidigitadores en la manipulación emocional de las masas.

Los que no queremos morir, ni mucho menos matar por ninguna patria, sentimos cierta aversión ante este concepto. Guerras, genocidios, persecuciones raciales… El fin ha justificado todos los medios pero, ¿cuál es el último fin que se persigue? ¿A quién sirven realmente estos leales canes?¿Para quién trabajan? Samuel Johnson definió el patriotismo como el último refugio de los cobardes. Un medio que ha sido utilizado por políticos, caudillos y dictadores para embaucar la voluntad del pueblo iletrado. En Italia, Francia, Austria y aquí mismo, se utiliza la xenofobia como un catalizador de la angustia social y la rabia que genera el desempleo. Es una de las armas que están empleando los patriotas. Pero han desempolvado muchas otras como los himnos, las banderas o el extremismo religioso. Siempre es bueno, para cualquier cruzada que se precie, que sea dios el adalid de todos sus ejércitos.

Como España es diferente, aquí se han pasado treinta y cinco años calentando motores. No tienen que resucitar porque nunca se tuvieron que extinguir. La desmemoria histórica y una transición amedrentada les permitieron campar, cara al sol y brazo en alto, por toda nuestra geografía. Son los que justifican el régimen franquista porque era necesario para salvar la Patria. Pero, ¿qué Patria? Debe de ser la suya propia porque, la de muchos otros españoles, no comparte intereses con estos valedores. Defienden el cortijo de los que generaron la crisis y ahora quieren convencernos, invocando a una entelequia, de que seamos las víctimas las que paguemos las consecuencias.

La refundación del capitalismo necesita de la aceptación y sumisión de las espaldas sobre las que recaé toda su inhumana carga. Por eso reptan desde sus cavernas expendedores del orgullo nacional con olor a naftalina, vomitadores de salmos y nostálgicos de otros tiempos más liberticidas. Para alentarnos a servir a su única Patria. La que representa ese dedo corazón, erecto y desafiante, que don Jose Mª Aznar nos dedica a todos los agnósticos de su particular redención de España. Oscar Wilde calificó el patriotismo como la virtud de los depravados. Y así lo demuestran desestabilizando al Estado, protegiendo a los corruptos e incriminando a los que pretenden juzgar los crímenes de la dictadura. Para mí, estos patriotas son culpables de alta traición contra el pueblo. Peligrosos enemigos de las únicas patrias que entiendo y que me importan: La libertad y la justicia para todo el género humano.

Lo demás, no tengan ninguna duda, solo se trata de una perversa trampa.