Crisis de confianza
La crisis económica es muy grave y todavía puede no haber llegado lo peor. Pero, con todo, aun la agrava más la crisis de confianza que ha ido calando en la sociedad, en el ciudadano medio.
Habíamos creído que el crecimiento iba a durar siempre, que nuestro nivel de consumo era normal, que incluso lo muy caro podíamos pagarlo a plazos. Y he aquí que nos hemos caído del guindo, nos hemos dado un fuerte trastazo, mucha gente lo está pasando muy mal y no vemos la salida. En esa situación los ciudadanos esperan alguna orientación, poder creer que alguien nos dice la verdad y dirige la nave común en la tormenta, y no encuentran respuesta.
Ha habido antes épocas de crisis muy graves, bélicas o económicas, y ha habido líderes con autoridad y carisma que han explicado la verdad, han exigido sacrificios a todos y han guiado en la travesía del desierto.
Pero, ahora, ¿qué está ocurriendo? El sistema ha perdido su glamour de la época de abundancia y nos ha dejado ver su verdadera cara, sus entretelas.
De ahí la desconfianza en un gobierno que negó la crisis, ha visto brotes verdes donde todo era yermo, y da palos de ciego sin saber qué hacer, dispuesto ya –aunque todavía lo niegue—a renunciar a conquistas sociales para salvar los muebles.
Desconfianza con la alternativa política, que no pasa de ofrecer mucha crítica, atisbos de corrupción y pocas soluciones.
Desconfianza en los líderes empresariales, presididos por un señor que defrauda a los clientes de su empresa y llega a decir que él mismo no utilizaría sus servicios.
Desconfianza en la justicia de los impuestos, pues resulta que a esos efectos los empresarios tienen una renta media inferior a los asalariados, sin que se haya hecho nada por evitar el fraude fiscal y conseguir así recursos contra la crisis.
Desconfianza en bancos que no dan suficientes créditos pero ganan miles de millones de euros y siguen pagando jubilaciones millonarias a sus directivos.
Desconfianza en agencias de calificación de la solvencia, con ingresos muy boyantes, que siguen siendo las mismas que no detectaron las prácticas financieras engañosas de tantas entidades que han llevado a la situación actual.
Desconfianza hacia muchas decisiones y propuestas oficiales: tras los anuncios sobre la gravedad de la gripe A que ha beneficiado a industrias farmacéuticas, sin que haya responsables del coste de los millones de dosis de vacunas adquiridas; o la puesta en cuestión del futuro del sistema de pensiones para animar a que crezcan los planes privados de pensiones, en los que las entidades financieras tienen un estupendo negocio: el ciudadano hace imposiciones a plazo (pero no a uno o dos años, sino a veinte o treinta) sin posibilidad de rescate; y si el banco lo invierte en bolsa y pierde, lo pierdes tú.
En fin, desconfianza hacia las ¿nuevas? propuestas de desarrollo, consistentes en destrozar más la montaña, un patrimonio de todos, para beneficio de unos cuantos, puesto que los escasos residentes de la zona no han de recoger sino algunas migajas a cambio de la pérdida de su hábitat y de sus raíces.
En 1982, el PSOE llegó al gobierno con el eslogan ”Hay que cambiar”. Cada vez adquiere otra vez mayor actualidad esa exigencia. Y habría que empezar por cambiar a muchos de los dirigentes mediocres y por cambiar por dentro los partidos políticos, porque ya no basta con diferentes combinaciones si los partidos siguen siendo lo mismo.