23/06/2015

Así empieza lo malo

Javier Marías

Alfaguara. Madrid, 2014

528 páginas

 

30

García Márquez y Vargas Llosa jóvenes

Zapeando frente al televisor me detengo en una entrevista a Mario Vargas Llosa. Tiene lugar en Colombia, poco después de la muerte de García Márquez. Tanto el entrevistador como Vargas visten traje y corbata y parecen encontrarse en el lobby de un hotel. Eso es lo primero que llama mi atención, el atuendo de ambos en medio de un calor que imagino tropical. El entrevistador, sentado al borde de la butaca, con unas cuartillas entre las manos, parece circunspecto. Vargas, en cambio, se ha recostado en un sofá y lo mira tranquilo. Seguramente ambos habrán sido maquillados, o el lugar contará con aire acondicionado, porque ni una gota de sudor resbala por las caras sonrosadas

-Don Mario, ¿sigue gustándole tanto Cien años de soledad?

-Sin duda. Es la mejor novela de García Márquez. Hasta el punto de que todas sus obras anteriores parecen una simple preparación para escribirla. Y las posteriores no hacen sino abundar en el estilo y las temáticas culminadas en ella.

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Pepe Domingo Castaño, presentador de 300 millones.

Continúo zapeando hasta que finalmente apago la televisión. Pero sigo pensando en el lugar. ¿Sería realmente un hotel? La imagen tenía una textura anticuada: muchos planos generales, sofás de los años setenta, plantas gigantescas… Me recordó el programa 300 millones, que se emitía en nuestra infancia para España y América latina. El entrevistador, regordete y con bigote, parecía un mariachi de los que cantaban rancheras en el programa.

Sobre el cristal de mi mesa había quedado abierta Así empieza lo malo, la última novela de Javier Marías. Iba por la página 200 y comenzaba a aburrirme. Sin demasiadas ganas de continuar, me pongo a pensar en las palabras de Vargas Llosa y me da por aplicarlas a Marías, a juzgar por sus dos últimas novelas: Los enamoramientos y la que ahora me ocupa.

Javier Marías empezó a escribir de muy joven. A los veinte años publicó la prometedora novela, Los dominios del lobo. Libro tras libro su literatura fue creciendo hasta alcanzar una primera cima: Corazón tan blanco. Poco después publicaría su obra cumbre: Tu rostro mañana. Todavía recuerdo una noche que me quedé hasta las tantas leyendo el tomo primero: Fiebre y lanza, y me maravilló hasta qué punto era capaz de absorberme un relato sin apenas argumento, sustentado únicamente en la voz del narrador. Un narrador que incurría en largas digresiones, que reflexionaba durante páginas y páginas obrando el milagro de interesar a cada párrafo.

El Javier Marías de Así empieza lo malo sigue siendo el mismo de Tu rostro mañana. Desde su costumbre de titular las novelas con versos de Shakespeare, hasta ese estilo digresivo y reflexivo que a menudo choca, porque da la impresión de que el autor no conociera la elipsis, pero ante el cual nos rendimos de inmediato porque resulta intrigante, seductor, hipnótico.

 Así empieza lo malo me parece, a ratos, una novela excelente. Por ejemplo, el pasaje en que Beatriz Noguera pide a su marido, el director de cine Muriel, que la deje entrar en el dormitorio. En otras partes, en cambio, se torna prolija. Y todo lo que cuenta Marías tenemos la impresión de haberlo leído ya en obras anteriores. Se repiten temas: como la posibilidad o la conveniencia de conocer la verdad, la traición, la violencia soterrada. También la indagación psicológica, y esa especie de distancia del narrador, que a veces parece convertirse en ensayista.

En este punto me pregunto algo que me he cuestionado otras veces: ¿Pueden los grandes escritores repetirse, al igual que lo hacen, por ejemplo, los autores de novela negra?, O bien, después de lograr una obra como Tu rostro mañana, deberían replegarse, dejar espacio a la reflexión, explorar nuevos caminos.

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Javier Marías escribiendo

Es obvio que los temas de fondo de todo escritor son siempre los mismos, y no pueden cambiarse porque conforman su identidad. Pero resulta necesario que, a cada libro, esas ideas y temas se perciban por el lector como diferentes. Quien lee una novela negra quiere entretenerse un rato y saber quién es el asesino. No es necesario que el autor cambie de estilo. Pero el lector de Marías busca una experiencia intelectual. Sus demandas son, por tanto, más exigentes.

Y lamento dejar aquí mis reflexiones, pero prefiero encender de nuevo la tele y buscar al mariachi y a Vargas Llosa, porque cuando nos volvemos demasiado sutiles corremos el riesgo de caer en la complicación innecesaria, o en banalidad.