Carta de un lector enamorado de Siri Hustvedt
Hace meses leí una carta al director del periódico. La enviaba un señor que afirmaba haber «conocido y visto» a Siri Hustvedt. Lo segundo parecía obvio a la luz de lo primero, salvo que este señor fuera invidente. El encuentro tuvo lugar en el Festival de Cine de San Sebastián, del cual su marido, Paul Auster, ejercía la presidencia del jurado.
Al señor, Siri le pareció una mujer «alta, rubia, elegante… No era guapa pero tenía una belleza particular» A continuación pasaba a relatar la lectura de algunas de sus obras tras conocerla. Una mujer temblorosa o historia de mis nervios le pareció excelente, el relato de una búsqueda personal sin dejarse llevar por la psiquiatría moderna. Leyó más tarde Elegía para un americano, la cual lo decepciono un poco debido a su dificultad. Pero aun así se adentro en las páginas de Un mundo deslumbrante, novela de la autora publicada este año por Anagrama.
El relato que hace el señor parece la historia de un deslumbramiento que se apaga. Inserto a continuación algunas de sus frases: «Le falta algo, su escritura no tiene grandeza. Es muy intelectual. Nadie duda de sus conocimientos, pero al libro le falta alma, duende. Y es una pena, porque Siri Hustvedt es una persona especial, que todos queremos que sea una gran escritora». ¿Lo queremos todos…, o lo quería él?
La carta me incitó a la reflexión. A menudo, desde la intelectualidad literaria, suele achacarse a muchos lectores su pereza a la hora de leer libros complejos, arriesgados, de bello estilo –pienso, por ejemplo, en declaraciones de Juan Goytisolo–. Suele decirse que la mayoría prefiere los best-sellers para evitar esforzarse. Lo cual es cierto en muchos casos. Pero la carta de este lector prueba el error –al menos en parte– de tales afirmaciones. No había nadie más predispuesto que él a que le gustaran Un mundo deslumbrante o Elegía para un americano, y sin embargo, algo falló…
No he leído nada de Hustvedt, pero la misiva removió ciertas dudas que siempre he tenido acerca de la relación autor-lector. ¿Debe el novelista pensar en gustar a sus lectores a la hora de escribir? Este dilema suele dividir a la literatura popular y a la literatura culta. Mientras los representantes de la primera opinar que sí, quienes practican la segunda afirman que rotundamente no: el autor debe ser soberano y libre cuando escribe, y nunca debe pensar en el agrado de los lectores, sino sólo en plasmar su propia estética.
Movido por la curiosidad, fui a la Librería Antígona y hojeé Un mundo deslumbrante. Durante un rato leí el comienzo de diversos capítulos, caté páginas al azar. El libro cuenta la historia de Harriet Burden, artista neoyorquina de los 80 conocida por su matrimonio con un respetado marchante, pero ninguneada como artista. Un buen día Harriet decide exponer haciendo pasar su obra por la de tres colegas masculinos. A través del fraude maquinado, logrará denunciar el machismo en el mundo del arte.
Lo primero que observé en la novela fue la densidad de la prosa. No debido a su estructura compleja –combinación de diarios de Harriet, artículos de prensa, memorias–, sino al cúmulo de detalles, a la minuciosidad en la descripción de sensaciones y sentimientos, próximos a un monólogo interior obsesivo. Tal como apunta el señor de la carta, era notorio el manejo del lenguaje y la cultura de la autora. La obra de Hustvedt es irreprochable, así lo certificaron las críticas a Un mundo deslumbrante, las cuales, sin embargo, no parecían mostrar un entusiasmo excesivo al reseñar la obra.
En mi opinión la literatura debe ser culta y popular al mismo tiempo, porque el arte es comunicación. Un cuadro sólo cobra valor frente a quien lo mira; una novela frente a quien la lee. Y así sucesivamente ocurre con todas las artes. No se trata tanto de sí el escritor piensa o no en su lector a la hora de escribir, sino en el resultado de su trabajo. Al final, yo quiero leer obras literarias de calidad que me hablen, no del autor, sino de mí mismo. Habrá autores que consigan este resultado de modo instintivo y habrá otros que deban planteárselo de un modo deliberado. Es probable que en La mujer temblorosa o Historia de mis nervios, Siri Hustvedt intentara esto último, probablemente con el ánimo de ayudar a quieres padecían su enfermedad.
A través de este procedimiento, próximo a los libros de autoayuda, logró un libro que comunicaba con el lector de la carta que nos ocupa, sin dejar por ello de escribir una obra de calidad, la cual mereció este comentario crítico de Juan Malpartida en ABC: «Un libro inteligente, culto y apasionante… La autora analiza la bibliografía médica, desde los griegos a nuestro tiempo, a la vez que nos cuenta sus síntomas. Es decir, hace un relato de su padecimiento insertándolo en una búsqueda de sabiduría».