Historia de la Guerra del Peloponeso
Tucídides
Introducción de Julio Calonge Ruiz
Traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch
Editorial Gredos. Madrid, 2008
A finales de los años sesenta, Andrew Wylie era un joven filólogo que deambulaba por las editoriales neoyorquinas en busca de trabajo. Durante las entrevistas solían repetirle la misma pregunta: “¿Qué estás leyendo?” Cuando el famoso agente literario, también conocido como el Chacal, respondía: “Tucídides”, sus palabras no caían demasiado bien. Le recomendaban que para perdurar en el negocio literario debía leer la lista de libros más vendidos. El respondía que si el dinero era la única meta de la edición, prefería dedicarse a la banca.
Al comienzo de la entrevista que incluía esta anécdota, la editora Valerie Miles informaba sobre algo que yo había olvidado: la madre de Wylie era heredera de una banca. Habrá quien juzgará frívolas las palabras de Wylie, puesto que él se ha enriquecido gracias a la literatura. Sin embargo, yo creo entender al Chacal.
Ciertamente, todos aquellos que se dedican profesionalmente a la literatura deben de experimentar la misma contradicción: una cosa es el libro que uno tiene que leer, porque se lo requiere su trabajo, porque conoce al autor o a la editorial o desea conocerlos; porque quiere estar al cabo de la actualidad… Otra distinta es el libro realmente nos apetece leer. Este último obedece a motivos internos, a intuiciones que nada tienen que ver con la conveniencia.
Recordé la anécdota de Wylie la semana pasada, cuando nada más llegar a la playa abrí la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides. Durante todo el año había querido hacerlo, pero mi deseo de seguir la actualidad literaria me lo había impedido. Siempre me ha gustado la Biblioteca Clásica Gredos. Sus tapas azul marino, sus letras doradas, la ausencia de ilustraciones, me producen una sensación de intemporalidad. Los clásicos han sufrido muchos avatares para llegar hasta nuestros días. Los conocemos únicamente a través de copias medievales cuya fidelidad e integridad es incierta. Incendios de bibliotecas, pergaminos encontrados, falsificaciones… Todas estas circunstancias y muchas otras los envuelven en un halo de misterio. Y sin embargo los seguimos leyendo. Nos parecen actuales.
De La Historia de la guerra del Peloponeso, escrita hace veinticinco siglos, se conservan ocho libros. El último se interrumpe abruptamente, cuando todavía quedan seis años para el final de las contienda. Nadie sabe si el autor terminó su obra. En caso de que lo hiciera varios tomos se han perdido. Los llegados hasta nuestros días nos relatan la lucha entablada por Atenas y sus aliados contra Esparta y los suyos. La causa de la misma es el imperialismo ateniense por hacerse con el control de Grecia. Acaban de concluir las Guerras Médicas, donde ambos han resultado vencedores frente a los persas. Sin embargo, Atenas quiere más. Desea que todas las ciudades griegas se conviertan en aliadas y les paguen un impuesto. El orgulloso Pericles, artífice de la hegemonía ateniense arenga a los ciudadanos. Los convence de que para preservar su posición, e incluso su libertad, deben combatir contra Esparta
Lo primero que nos llama la atención de Tucídides es su imparcialidad. Él fue militar y ciudadano ateniense. Su carrera, su patrimonio y hasta su vida dependían del resultado de la guerra. Sin embargo se dirige a nosotros en un tono objetivo, sin alabar a los atenienses ni despreciar a los espartanos:
En cuanto a los hechos acaecidos (…) he considerado que no era conveniente relatarlos (…) como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo he presenciado o que, cuando otros me han informado, he investigado caso por caso, con toda la exactitud posible (…) Los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno. Tal vez la falta del elemento mítico en la narración restará encanto a mi obra (…), pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si estos la consideran útil, será suficiente.
Este modo de narrar de Tucídides, con desapego y aferrado a los hechos, produce el efecto de desnudar por completo las intenciones de políticos y caudillos militares. Resultan patentes la ambición, el miedo, la insidia, el orgullo. Y el discurso humano es justo lo que enlaza la obra con los hechos que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana. Porque las guerras han cambiado, pero las personas que las libran siguen siendo las mismas, emplean la misma inteligencia y los mismos sentimientos.
A lo largo de más de mil páginas, la narración nos lleva a decenas de escenarios, donde pululan centenares de personajes. Ese es otro de los aciertos del libro, además de su lenguaje sin artificios. De este modo tan simple y tan complejo, la Historia de la Guerra del Peloponeso acaba siendo un relato más humano que militar. Su objetividad constituye al cabo un alegato antibelicista. ¿Para qué ha servido la guerra? ¿De qué han servido las arengas de Pericles que incitaron a los atenienses a embarcarse en ella para preservar su libertad? En el 431 a.C, Atenas era la primera potencia del Mediterráneo, una ciudad próspera, democrática, cuna de la cultura occidental. En 404 a.C, tan sólo veintiséis años más tarde, tras la derrota de Egospótamos, es una ciudad pobre y sometida a la tiranía, donde miles de personas han muerto y muchos lugares han desaparecido.
Todos aquellos que se encuentren en la actualidad en medio de una guerra o quieran iniciarla –en especial en los países en desarrollo–, deberían leer antes a Tucídides. Y yo, sin más tardar, apurando mis últimos días de playa, me embarco en los Diálogos de Platón.