Melena de Belloch
A Luisa Fernanda Rudi el cachirulo casi le quedaba tan bien como la mantilla de manola. José Atarés, con el pañuelo con el que los aragoneses se enjuagaban la frente y se sonaban las narices, pasaba perfectamente por un arcabucero de la tropa del tío Jorge o incluso por un vendedor de cebollas de Fuentes. Pero a Juan Alberto Belloch el cachirulo le sienta como a un Cristo dos pistolas. Y no sólo eso. Cuando Belloch se arranca a cantar una jota, con su mujer a la guitarra y su amigo el arzobispo a la bandurria, hasta los leones del puente de Piedra salen corriendo.
Belloch tiene melena de león y en su etapa ministerial actuaba como los leones de los documentales. Rugía mucho y corría poco. Luego se instaló o lo instalaron en el zoo de Zaragoza. Y para no acabar como le contaron que acabó el oso del parque Bruil, devorado por las moscas, un día salió a cazar y volvió con una Expo en las fauces, carnaza suficiente para alimentar durante una buena temporada a la jauría zaragozana. Ahora que los huesos de la Expo se pudren al sol y se inquietan los estómagos agradecidos de la manada, Belloch espanta las moscas con el rabo del tranvía.
Quizá Belloch no se haya fijado en que, aunque los leones de las Cortes parezcan más fieros, los del puente de Piedra los tienen mejor puestos.
La melena de los leones es un indicador de su nivel de testosterona. Belloch sigue gastando una flamante melena leonina, blanqueada implacablemente por las nieves del tiempo, y para demostrar a sus conciudadanos que testosterona no le falta, achicó el símbolo por antonomasia de la virilidad aragonesa, la estatua del Justicia, con una rojigualda del tamaño de una vela mayor. Una bandera que no se inmuta cuando, cada 20 de diciembre, se levanta el tímido cierzo del aragonesismo, cuyos resoplidos ni siquiera consiguen ondular los juncos de la ribera.
Belloch sabe que hay símbolos con los que se puede jugar, porque están muertos y enterrados, y símbolos con los que no se puede jugar, porque están muy vivos y no se dejan enterrar. Y sabiendo esto, sabe que le basta con poner una vela a Escrivá y otra a Labordeta para tener a todos contentos.
En la silla de la alcaldía Belloch ha echado tripa. Hay sillas que engordan que es un barbaridad. Belloch llegó a Zaragoza con una corona de nazareno y una gabardina con olor a sopa fría. Con la corona de espinas se le ha visto en alguna que otra procesión, haciendo las veces de sacristán y cargando con el incensario, pero ¿qué habrá sido de la gabardina? La tendrá en el trastero, debajo del piano de su mujer. A mí me gustaba aquella gabardina. Con aquella gabardina, y el cachirulo colgándole del cuello, Belloch podría encarnar memorablemente a un asaltatrenes del Oeste. Yo creo que hubiera dado la talla en una peli de Peckinpah, escupiendo frases del tipo: “Vosotros, folklóricos, dejad de hacer el indio y no me jodáis más”.
César Cólera