La necesaria reforma del M.I.R.
Ya está llegando a la opinión pública el ruido de fondo que, las discusiones del Ministerio de Sanidad y las distintas sociedades de especialidades médicas, producen en torno de la reforma del régimen de formación de Médicos Internos y Residentes (M.I.R.).
Troncalidad o no troncalidad… ¡Quiero que lo mío se convierta en especialidad diferenciada!… etc. etc. Son los sonidos predominantes en la baraúnda.
Pero, en realidad, ¿de qué están hablando?, ¿Qué es el M.I.R. y porqué hay que reformarlo?
Al igual que en el siglo XVIII se cerraron todas las Facultades de Medicina de España por “teorizantes” y la enseñanza de la profesión médica hubo de reestructurarse en torno a los Colegios de Cirujanos, hacia finales de los años 70 del siglo pasado, fue necesario poner orden en el régimen, anárquico, de la formación de especialidades médicas.
En aquel tiempo se hacían serias y rigurosas formaciones de especialistas, realizando internados o residencias en prestigiosos Hospitales y siendo alumno de prestigiosas escuelas profesionales. Pero junto a esto, cualquiera se podía hacer especialista, con un papel que justificase dos años de trabajo en condiciones, incontroladas e incontrolables, o, incluso meramente, por haber estado inscrito como especialista, durante determinado tiempo, en el Colegio Profesional.
Si tu formación especializada había sido en país extranjero, bastaban los documentos justificantes o, en según qué especialidades más rigurosas, sufrías un examen en Madrid.
También por aquel entonces, la masificación de estudiantes de Medicina había generado una importante “teorización” de la carrera. Era muy frecuente que cada estudiante, tuviese que buscarse el aprendizaje práctico, cada uno a su aire, dada la ausencia de suficiente formación práctica reglada, en las asignaturas clínicas.
Todo ello, permitió un “golpe de estado” de la Sanidad Pública que se hizo con el control de la enseñanza práctica de la medicina, trasladándola al sistema de formación de especialistas, del que se hizo cargo quitándoselo a las Facultades de Medicina, en clara connivencia con el Ministerio de Educación y con las Universidades, para quienes las Facultades de Medicina han sido siempre muy caras y pejigueras…
En un Estado como el nuestro, con la sanidad prácticamente socializada desde tiempos de la Dictadura, la formación M.I.R. supuso el único camino para obtener un puesto de trabajo en la sanidad pública.
Treinta años, son muchos años para mantener inflexible un sistema sin corregir los fallos estructurales que, su rodaje, va dejando en evidencia.
El primer fallo, explosivo, fue la desadecuación entre el número de estudiantes que terminaban la carrera de Medicina y la capacidad de Sanidad para absorber, en el sistema M.I.R., a esos mismos estudiantes.
La secuencia: Facultad forma un médico general, luego el M.I.R. forma al especialista, se rompió en pedazos desde el momento que se convirtió en especialidad el Médico de familia, antiguamente llamado de asistencia domiciliaria o de cabecera, que era el producto directo de las Facultades. Esto, produjo un cierre funcional del horizonte laboral al estudiante de Medicina, recién terminado, abocado, unívocamente, al M.I.R.
Consecuencia, la revuelta estudiantil del “6 = 0”
Así se generó un “limbo” de paro médico, cualificado solo para situaciones de necesidad gerencial, que fue la “delicia“de los gestores de la sanidad. Quienes optimizaron el gasto sanitario, pero solo a costa de los gastos de personal, nunca en los demás gastos corrientes del sistema.
El segundo gran fallo, fue la fragmentación estanca de las especialidades que, inexorablemente, condujo a un alargamiento excesivo de la formación del médico. Bajo la presión de las sociedades de las diferentes especialidades se establecieron periodos diferentes y número limitado de plazas de formación en función de sus propios intereses. Eso sí, esto siempre con la bendición de los más altos responsables de la Sanidad Nacional.
Ello condujo al desastre. Por una parte se alargo a 10 años, el mínimo tiempo necesario para introducir, en el mercado laboral, a un nuevo médico. En la práctica, resultaban algunos más, si tenemos en cuenta los años necesarios para obtener una plaza M.I.R. permaneciendo como “cliente” de las academias privadas de preparación, que florecieron al socaire de la plétora de estudiantes. Además, porque una vez dentro del sistema M.I.R., era frecuente el reenganche a otro periodo de formación M.I.R. por aquello de que… “tuve que elegir una especialidad que no me gustaba” o… “si termino la residencia me tengo que ir de aquí y yo ya tengo establecida mi vida en esta ciudad”…
El gobierno trató de corregir este estado de cosas, limitando el número de estudiantes que podían acceder a la carrera de Medicina, con dos objetivos: Adecuar el número de médicos, producido anualmente en las Facultades, a la capacidad de formación M.I.R. y ahorrar sensiblemente dinero, dado el elevado coste de este tipo de formación.
Sin embargo, en la actualidad, todas las alarmas se han disparado por carencias de especialistas, donde no se previó una formación racional y por carencia de médicos dispuestos a encerrarse por sueldos miserables en, como dicen los castizos, “el quinto pino o allí donde Cristo dio las tres voces”…
Todos los profesionales saben que la clave no está en la admisión de estudiantes en las Facultades de Medicina. La clave está en la reforma del sistema M.I.R. haciéndolo racional y eficaz.