03/10/2016

El eslabón más débil

El actual catacrak interno del PSOE viene a probar, sobre todo, lo evidente: que las cadenas siempre se terminan rompiendo por su eslabón más débil.

En el binomio bipartidista PP-PSOE –años no tan lejanos de más de un 80 % de diputados y senadores entre ambos- el PSOE pasó a ser el eslabón más débil por una sola razón: porque ha sido el reiterado perdedor en las elecciones. No tengo duda -¿alguien la tiene?- de que si hubiese sucedido al contrario -esto es, si el perdedor, hubiera sido el PP-, hoy estaríamos hablando de una misma situación –otros nombres y otras caras- en el PP.

Lo que está en profunda crisis, por tanto y para quien no quiera quedarse mirando al dedo que señala la luna, no es solo el PSOE sino, lo que es mucho más importante, el sistema político que lleva cuarenta años de vigencia.

Algunos, más que intuirlo, lo vimos claro –y bien que fuimos “zurrados” por ello- el 15 M del 2011. De entonces acá, con sinuosidades y pasos atrás –ni la realidad ni la historia han sido nunca una flecha rectilínea dirigida a un blanco-, el sistema político ha ido caminando hacía su propia descomposición. Por ello, es claro que la actual, y muy profunda, crisis del PSOE no es la causa de la quiebra del sistema, sino su efecto. Y por ello, asimismo, tengo también claro que la crisis del PSOE no la produce –en esencia- PODEMOS.

Qué más quisiera el Sistema –y sus muchos esfuerzos hace para ello- que todo se redujera a una cuestión de nombres –Pedro, Susana, Felipe, Barones y Baronesas; Pablos, Íñigos, Irenes y Carolinas; Marianos, Sorayas, Albert…-. Y qué más quisiera porque los nombres –además de dar mucho juego a tertulianos que miran el dedo y no a la luna- se sustituyen y cambian sin demasiado problema y con escaso pudor.

No; en mi opinión claro está, la crisis del PSOE lo que viene a constatar es algo mucho más importante: la aceleración de la quiebra de un sistema político que empezó a quedar en las cuerdas  cuando una parte de la ciudadanía salió a las plazas, y siguió en las calles, contra unas políticas –las del sistema bipartidista implantado- que incrementaban las desigualdades sociales y económicas, atentaban contra lo público y expulsaban a la marginalidad o a la emigración a una juventud a la que, sin pudor ni vergüenza, seguían alabando como “la más preparada de la historia”.

Que el sistema político quebrara solo era –solo es- cuestión de tiempo. La crisis del PSOE es una manifestación –importante, pero solo una manifestación- de ello. El eslabón más débil –por perdedor en las urnas- se rompe. Queda por romperse –lo hará y con no menos estruendo- el más podrido.