Por la Toscana (I): Volterra y San Gimignano
La Toscana italiana es un territorio privilegiado. Junto con sus ciudades más famosas por sus tesoros artísticos (Florencia, Siena, Lucca, Pisa), otras muchas poblaciones ofrecen lugares llenos de encanto y un paisaje muy bello. Tras un reciente viaje, se incluyen en estos cuadernos noticia de algunos lugares dignos de visita. Cerca de Florencia y de Siena, a menos de cien kilómetros de distancia, se encuentran Volterra y San Gimignano.
Volterra, cruce de culturas
Volterra, de historia milenaria, está situada en la cima de una colina, desde la que domina los valles del Cecina y del Eva. Es una ciudad amurallada, a la que dan acceso varias Puertas: del Arco etrusco; a Selci, junto a la Fortaleza; de San Francisco. En su interior se encuentran monumentos de diversas épocas (etrusca, romana, medieval) de gran interés. El viajero puede acceder en coche hasta el interior del recinto, dejar el vehículo en un aparcamiento subterráneo, y lanzarse a recorrer un tejido urbano muy bien conservado.
Lugar central de la ciudad es la Plaza de los Priores, un recinto sugestivo, donde se concentran varios imponentes edificios medievales: el Palacio de los Priores, del siglo XIII, de tres pisos con una fachada con tres órdenes de ventanas ajimezadas, decorada con una serie de blasones nobiliarios y un reloj; sobre el edificio una elevada torre campanario, accesible, desde la que se divisa el conjunto de la población y de los valles circundantes. El Palacio Pretorio, antigua sede del Capitán del Pueblo, complejo de edificios con un macizo torreón cuadrado, del que sobresale la figura de un cochinillo (porcellino), que da nombre a la torre. A su derecha, el Palacio Episcopal, originariamente Casa de los Granos, almacén de trigo. El Palacio Incontri, antiguo seminario episcopal, y el Palacio Vescovile, sede del museo diocesano, completan el perímetro.
La plaza San Giovanni es el centro religioso de Volterra. A ella dan la Catedral, con el campanario y el Baptisterio, de planta octogonal y fachada en mármol blanco y verde. También el Oratorio de la Misericordia y el antiguo Hospital de Santa María Magdalena, con el anexo Oratorio del Crucifijo.
Desde la senda adosada a la muralla medieval, pueden admirarse los cercanos restos del Teatro (I a.C.) y de unas Termas (IV d.C.), únicos testimonios que quedan de la ciudad romana que fue.
Siempre en busca de atractivos adicionales, la Oficina de Turismo ofrece a los visitantes el circuito “Volterra in New Moon”. Trata de recrear aquellos capítulos de esa novela, de la saga “Crepúsculo”, de Stephenie Meyer, que sitúa en Volterra a los Volturi, familia de vampiros, y las peripecias de Bella y Edward.
Para reponer fuerzas puede saborearse la Tripa a la volterrana, similar a la misma especialidad florentina. Se trata de tripa cortada a tiras, con un sofrito de cebolla, zanahoria, apio y tomate, espolvoreada con pimienta, parmesano rallado y un poco de aceite. Plato muy sabroso, recuerda a nuestros “callos”, pero resulta mucho más fino y más digerible.
San Gimignano, la ciudad de las bellas torres.
A 30 kilómetros de Volterra y de Siena, se encuentra San Gimignano, el “Manhattan de la Toscana”, por sus increíbles y macizas torres de piedra que destacan en el horizonte desde lejos, brindando un paisaje único. Son catorce las torres medievales que se conservan de un total de setenta y dos, con las que las familias más influyentes de San Gimignano trataron de demostrar su poder y su riqueza. La Unesco lo ha declarado Patrimonio de la Humanidad.
Dentro de sus murallas, el interior del casco urbano de San Gimignano está peatonalizado (los vehículos de servicio y a los hoteles pueden acceder a primera y última hora del día). Tras dejar el coche en el aparcamiento público más próximo, se puede acceder por la Puerta más bella, la de San Giovanni, flanqueada por dos torres. Recorriendo la vía del mismo nombre y cruzando el Arco de´Becci, se abre la plaza de la Cisterna, corazón de la ciudad, y que recibe su nombre de la cisterna medieval situada en el centro de la plaza. De forma triangular y con una ligera pendiente, la plaza está rodeada de casas nobiliarias y torres medievales. Entre ellas, la Torre del Diablo, del antiguo palacio dei Cortesi, que recibe este nombre de la leyenda según la cual su propietario, al volver de un viaje, constató con sorpresa que su altura había experimentado una prodigiosa elevación, lo que se atribuyó a un artificio del diablo.
Desde la plaza de la Cisterna se accede a la plaza del Duomo, flanqueada por varios palacios y la severa fachada del Duomo o Colegiata, grandiosa iglesia basilical de los siglos XII y XIII, precedida por una amplia escalinata, de cruz latina con tres naves separadas por columnas románicas. En el interior, sus muros están cubiertos de frescos de pintores toscanos que recrean escenas del Viejo y del Nuevo Testamento.
En la misma plaza se sitúa el viejo Palacio del Podestá, con la Torre Rognosa; en otro lado, la Logia y el nuevo Palacio del Podestá o Comunale, a cuyo flanco se alza la colosal Torre Grossa (54 metros de altura), que puede visitarse.
La plaza contigua, denominada delle Erbe, sigue ofreciendo los sábados un mercado de productos frescos (verduras, frutas). En ella destacan las dos Torres Gemelas del palacio de los Salvucci.
En todas estas plazas se puede disfrutar de la fascinante desarmonía heredada del medievo, que sabe lograr un milagroso equilibrio entre la aparente falta de proporción de su perímetro, de la altura de sus torres y de la distinta composición de las fachadas de los edificios.
Pernoctar en un lugar como San Gimignano supone un placer adicional. El lugar va vaciándose de turistas, recuperando el sosiego y el silencio. Cenar tranquilamente en la plaza de la Cisterna, con un buen vino toscano; tomar después un delicioso helado en la afamada Gelateria della Piazza, y dar un lento paseo por sus calles es un buen final para un día de viaje.
El viajero curioso debe probar la Vernaccia, vino blanco local de antiquísima tradición, hoy con denominación de origen. Incluso lo cita Dante en el Purgatorio de su Divina Comedia, como la bebida que llevó a cometer el pecado de gula al Papa Martín IV.