30/10/2016

Ante un futuro turbio y problemático el hombre vuelve atrás la cabeza, buscando la solución

Ortega y Gasset en el prólogo a la obra de Guizot Historia de la civilización en Europa nos enseña: Siempre ha acontecido esto. Cuando el inmediato futuro se hace demasiado turbio y se presenta excesivamente problemático el hombre vuelve atrás la cabeza, como instintivamente, esperando que allí, atrás, aparezca la solución. Este recurso del futuro al pretérito es el origen de la historia misma…Y cabe decir más. La mirada hacia el pasado busca en él a mayor o menor profundidad según sea el calado del azoramiento ante el futuro, según sean más o menos básicas las cosas que se han vuelto problemáticas.

 

La cita es muy clara y de plena actualidad. El futuro que se vislumbra en España es bastante turbio y problemático, en gran parte propiciado por una clase política incompetente, que no sabe abordar los numerosos y graves problemas, que nos agobian. Están plenamente justificadas las críticas hacia la clase política, pero tampoco nosotros estamos exentos de culpa de la situación política actual, aunque no lo reconozcamos por falta de sinceridad y de hipocresía. La crítica generalizada hacia los políticos nos permite librarnos de algunas críticas que, de no existir ellos, tendríamos que dirigir a nosotros mismos. ¿De dónde han salido nuestros políticos? No han venido de Marte. En nuestra sociedad se producen unas curiosas paradojas. Nos quejamos amargamente de la corrupción de los políticos y luego les votamos. ¿Cómo es posible que una clase política tan incompetente y corrupta haya surgido de una sociedad tan pura e inmaculada? Si los políticos lo hacen todo tan mal, no puede ser que el pueblo lo haya hecho todo bien. ¿No será que nos servimos de los políticos como chivos expiatorios de todos nuestros traumas y problemas? Tales juicios no son para exculpar a nuestra clase política. En absoluto. Muy al contrario. Retorno a Ortega, ante un futuro tan negro hay que volver la cabeza hacia atrás para encontrar algún tipo de solución. Es lo que voy hacer a continuación. La concepción de la política de uno de los mejores políticos de nuestra historia, quizá pueda servirnos de lección para el presente.

 

 

Uno de los políticos más destacados en la Historia de España, fue Manuel Azaña. Como también un extraordinario parlamentario. Según Salvador de Madariaga: “Azaña ha sido el orador parlamentario más insigne que ha conocido España.” Sus discursos tienen profundo calado político, así como belleza y trabazón formal. Destacan los pronunciados en las Cortes: el 13 de diciembre de 1931 sobre Política religiosa; el 2 de diciembre de 1931 sobre Política Militar; el 27 de mayo de 1932 sobre El Estatuto de Cataluña; y el 18 de julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona,  titulado Paz, Piedad y Perdón. Ahora quiero referirme a otro, no tan conocido, pronunciado el 21 de abril de 1934  en la Sociedad del Sitio de Bilbao, titulado  Un Quijote sin celada, en el que brinda unas hondas reflexiones de su conciencia como hombre político, sin preocuparle el orden, tal como le vienen a la mente.

 

Considera la política como la aplicación más completa de las capacidades del espíritu, donde juegan más las dotes del ser humano, tanto las del entendimiento como del carácter. La política, como el arte, como el amor, no es una profesión, es una facultad, que no tiene nada que ver con la elocuencia. La facultad política se tiene o no se tiene, y el que no la tenga, inútil será que se disfrace con todos los afeites exteriores del hombre político, y el que la tiene, tarde o temprano es prisionero de ella. Un hombre político tiene que sentir emoción delante de la materia política. La emoción política es el signo de la vocación, y la vocación es el signo de la aptitud.

Los móviles que llevan a los hombres a la política pueden ser: el deseo de medrar, el instinto adquisitivo, el gusto de lucirse, el afán de mando, la necesidad de vivir como se pueda y hasta un cierto donjuanismo. Mas, estos móviles no son los auténticos de la verdadera emoción política. Los auténticos, los de verdad son la percepción de la continuidad histórica, de la duración, es la observación directa y personal del ambiente que nos circunda, observación respaldada por el sentimiento de justicia, que es el gran motor de todas las innovaciones de las sociedades humanas. De la composición y combinación de los tres elementos sale determinado el ser de un político. He aquí la emoción política. Con ella el ánimo del político se enardece como el ánimo de un artista al contemplar una concepción bella, y dice: vamos a dirigirnos a esta obra, a mejorar esto, a elevar a este pueblo, y si es posible a engrandecerlo.

El problema de la política  es el acertar a designar los más aptos, los más dignos, los más capaces. Tarea ardua. Se fracasaba en los regímenes cuando el llamado a elegir el más apto era o la voluntad de un príncipe, o su querida, o su barbero. La democracia es probablemente y en teoría el mejor sistema para elegir a los más dignos. Aunque nunca es perfecta esta elección.

La profesión política es tarea sublime e importante, pero tiene sus servidumbres. Un político sufre en su actuación, algo que podríamos llamar una minoración, una mengua de su personalidad moral, y, en cierto modo una pérdida de su libertad. Esta circunstancia se da igual entre sus congéneres que entre los que no lo son. Delante  o en pugna con sus congéneres políticos, si le son adversos está aminorado y reducido y un poco esclavizado: o por la emulación que es en su origen legítima, pero perversa en sus modos; o por la aversión, porque se traslada al orden personal la inconciliable hostilidad de las tesis políticas; o por ser un estorbo, porque a primera vista lo primero que se dice de un político es que estorba, y siempre un político estorba a alguien o a algo. Y si se trata de congéneres adictos también sufre la misma mengua porque, por grande que sea su voluntad, es imposible que un político llegue a ajustarse exactamente a la línea media resultante del sentir, del pensamiento o de las esperanzas de las muchedumbres que le siguen. Cuando se muestra ante los indiferentes, la situación se agrava. Aquí  es hostilidad. Y si estos indiferentes son de alguna manera distinguidos en cualquier disciplina o aplicación del espíritu, entonces el político padece esta mengua: pasa por ser un hombre fanático. Y si estos indiferentes pertenecen a la masa no distinguida, la posición del político es todavía peor, ya que provocará temor o aversión. Lo menos que se preguntaran es qué querrá este individuo de nosotros. Esta experiencia la tienen todos los políticos; es el ser más espiado, más juzgado, más escrutado, mas sometido a una crítica implacable. El político está siempre al borde del precipicio. Y si se cae, la gente dice: “Se le está bien empleado, era un majadero”. Esta situación del político les engendra un complejo de inferioridad, y por ello muchos políticos dicen que son otra cosa e insisten en que ellos a la política no le han dedicado sino los ratos perdidos de la ociosidad; y también se da el fenómeno inverso: que el que es otra cosa, o ha sido otra cosa, o sigue siéndolo, parece que no tenga derecho abandonarla para dedicarse íntegramente a la política. La política no admite experiencias de laboratorio, no se puede ensayar, es un caudal de realidades incontenibles, no admite ensayo, es irrevocable, es irreversible, no se puede volver a empezar. Además un hombre poseído de la emoción política necesita justificarse ante su conciencia y ante la historia. Ambas son relativamente fáciles. Pero hay otra justificación casi imposible, que es la actual, la cotidiana, frente a frente a las masas que esperan del político siempre algo. Y para justificarse ante ellas debe sacrificar frecuentemente su justificación ante su conciencia o la historia.