18/09/2017

El maestro de la dulzura

“Sus cuadros respiraban. Parecía que una extraña ánima reposara en las imágenes volviendo rosadas las encarnaduras, como si por dentro corriera las sangres. Sí, desde luego que había vida en las figuras. Incluso a veces había creído ver portada_el-color-de-los-angeles_eva-diaz-perez_201702171138-480x740un mínimo movimiento, una rebeldía en las posturas y los gestos de los personajes. No era un efecto óptico provocado por el aire pintado que recorría el lienzo. Ése era un truco fácil, un astuto trampantojo que conseguía al aplicar blanco de albayalde para rodear las figuras creando así transparencias y veladuras en contraste con el espacio más oscuro del fondo. ¿Realmente respiraban?. ¿Era cierto eso que decían de que lograba crear la vida con pigmento y resinas?”.  Es indudable reconocer que  Bartolomé Esteban Murillo, el más famoso pintor de la Sevilla del Siglo de Oro español, forma parte del imaginario histórico-artístico de este país. Mucho se ha escrito sobre el genio sevillano, sin embargo, hasta ahora no existía ninguna novela que ahondase más allá  de las obras del artista, y nos muestre a un Murillo de profundidad psicológica.  La periodista y escritora sevillana Eva Díaz Pérez, cubre ese vacío al publicar en la editorial Planeta, la novela El color de los ángeles.

A pesar de lo mucho que se conoce en cuanto a la vida de Murillo, lo cierto es que existen lagunas biográficas en las que la autora, aprovecha para “levantar los pilares de la ficción”. Unos pilares, que aparecen en el periodo de infancia del artista, mucho antes de entrar de aprendiz en el taller del maestro Juan del Castillo, cuando el joven Murillo, nos descubre la Sevilla “en la que se mezclaba lo divino y lo humano de forma admirable”. A la exhaustiva investigación que hace gala la autora, desde el detalle más insignificante hasta un correcto castellano del siglo XVII, en las conversaciones, habrá que añadir algo que probablemente sea lo que más apreciará el lector, y es, que nos encontramos en una novela muy sensorial llena de mucho color- los nuevos pigmentos que llegan a Sevilla traídos del Nuevo Mundo-, pero también mucho sabor ( las comidas de época, los olores de los barrios, hasta las riadas del Guadalquivir tienen un eco lejano al mar). Con la muerte de sus tres hijos, en la epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649, Murillo consigue en su obra una mayor movilidad e intensidad emotiva, al interpretar los temas sagrados con delicada e íntima humanidad. También pertenece a este momento el primer testimonio conocido de la atención y dedicación del pintor a los motivos populares con protagonistas infantiles: “Quiso dar la inmortalidad a los anónimos, a los que están condenados al olvido. Él los había rescatado para que vivieran siempre en sus lienzos. Niños eternos de los que nadie sabría nunca cómo se llamaban ni qué había sido de sus vidas.  Estas obras no tenían nada que ver con sus imágenes religiosas, aunque en ellas pintara  otra versión de lo divino, porque en la pobreza estaba también la santidad. Cuadros que querían dignificar la vida”. Cómo hemos afirmado antes, esta novela va mucho más allá de la vida y obra del genio sevillano. El artista confiesa en algún momento de la obra sentirse un “artista servil”. Por otro lado ese anhelo de inmortalidad de los genios, se masifica en la conversación que tiene con el gran Velázquez, quién le sugiere “Pintad el aire, querido amigo. Pintad el instante. Pintad el silencio, Sólo así hallaréis la gloria inmortal que buscáis”. Pero sobretodo al final de la novela se nos muestra un Murillo convencido de que “jamás realizaría el arte indiscutible que se hacía para hombres que aún no habían nacido”. El tiempo ha demostrado lo equivocado que estaba.

Una sorprendente novela, que sirve de antesala para conocer y reconocer a un  Murillo más íntimo y  personal, en el cuarto centenario de su nacimiento.

Eva Díaz Pérez. El color de los ángeles. Planeta 2017. 348pgs