Las pinturas murales de Sijena, una piel quemada.
La pintura mural románica es la piel de la arquitectura. Una iglesia románica no se consideraba acabada hasta que su interior no era decorado con pintura mural. Entonces se podía considerar terminada la fábrica del edificio religioso y en consecuencia proceder a la consagración del mismo, como es el caso de la consagración por el obispo san Ramón de Roda de Isábena de las iglesias de San Clemente y de Santa María de Tahull en el año 1123, fecha en la que se datan sus extraordinarios conjuntos de pintura mural románica, arrancados por la técnica del strappo y expuestos en el Museo Nacional de Arte de Cataluña desde su creación en 1923.
El arranque de las pinturas murales románicas es como desollar o quitarle la piel a la arquitectura. En Cataluña se tomó esta brutal medida de arrancarlas para evitar la repetición del expolio del conjunto mural de Santa María de Mur, vendido subrepticiamente y hoy en el museo de Boston.
El caso de las pinturas murales de la sala capitular del monasterio de Sijena es bien distinto. Fueron pasto de las llamas provocadas por la ignorancia, en un bárbaro incendio perpetrado en agosto de 1936 por una columna de la FAI procedente de Barcelona, en uno de los momentos de mayor desconcierto y anarquía de la guerra civil española. La techumbre mudéjar, de madera dorada y policromada, se consumió por completo, y las pinturas murales, es decir, la piel, sufrieron lo que bien podría denominarse quemaduras de primer grado, perdiendo así sus excepcionales tonos “azules, ocres y asalmonados” y arruinándose los perfiles de sus imágenes.
Estos restos calcinados fueron arrancados de inmediato bajo la dirección técnica de José Gudiol, arquitecto e historiador del arte, y de su hermano Ramón Gudiol, restaurador, quien a partir de 1937 y en las salas del Instituto Amatller de Barcelona inició la reconstitución del conjunto mural, sirviéndose para su diseño del fondo fotográfico resultante de una providencial campaña sistemática realizada por su hermano a comienzos del mismo año 1936. Estas tareas de restitución integral del conjunto sobre las sinopias calcinadas fueron lentas y financiadas por el Ayuntamiento de Barcelona, y tras su conclusión entraron como depósito del monasterio en el MNAC.
A este conjunto, que en la actualidad es como la mueca cruel de una piel quemada, reconstruida por un hábil cirujano, todavía se sumó un importante fragmento decorativo, arrancado con posterioridad, que se hallaba bajo un arco cegado de la sala capitular, y que constituye, por fortuna, el único testimonio del colorido original en todo su esplendor.
De modo que ahora, cuando un nuevo episodio judicial vuelve a retrasar por varios años la devolución al monasterio de Sijena del depósito del mismo, parece oportuno recordar a todos que cuando los historiadores del arte hablan de la importancia excepcional de este conjunto mural de la sala capitular de Sijena para el llamado “arte 1200”, se están refiriendo obviamente al conjunto original desaparecido en el incendio de 1936 y no a los restos calcinados, arrancados y restituidos por Ramón Gudiol. que hoy están en el MNAC a la espera de su regreso.