Reloj no marques las horas…
Creo recordar que desde la crisis del petróleo de los 70, a consecuencia de una de las guerras árabe-israelíes, como si se tratase de un paso de danza contradanza, los gobiernos nos obligaron a cambiar nuestro régimen vital dos veces al año, por el expeditivo método de cambiar la hora oficial del país. Por decreto, el último fin de semana de octubre nos retrasan una hora y el último fin de semana de marzo nos la adelantan.
Las sesudas razones que se nos aducen, se basan en un hipotético ahorro energético que siempre valoran en unas cantidades de millones que luego no se notan por ninguna parte. Lo malo es que no resulta nada claro el mecanismo de ahorro, por lo menos en lo que a nuestro país se refiere.
Analicemos, “groso modo”, donde se ahorraría energía. Dicen que aprovechando, al máximo, la luz del día… Pues, no se ve nada claro.
Si para finales de marzo, tenemos razonable luz natural entre las siete de la mañana y las siete de la tarde… ¿Qué ganamos teniendo que levantarnos en la obscuridad y, por tanto, teniendo que encender las luces artificiales una hora antes, con el consiguiente gasto de energía?
Si la mayoría de los centros productivos concentran la actividad, fundamentalmente, entre las ocho de la mañana y las cinco o seis de la tarde, ¿En qué les afecta energéticamente? y, además, si las construcciones de centros productivos y comercios están hechos de tal manera que necesitan forzosamente la luz artificial, ¿Dónde está el ahorro?.
Si las costumbres de nuestros jóvenes les conducen inexorablemente a una movida vida nocturna ¿De qué ahorro energético estamos hablando?
Les propongo una comprobación científica. Observen, en las facturas energéticas de sus casas, si existe variación, significativa, por el cambio horario. Pero, por favor, excluyan de la comparación la energía necesaria para calefacción o refrigeración que, a esas, nos les afecta la luz natural sino los rigores estacionales.
Yo lo he hecho, no existe tal ahorro.
¿Por qué pues esa manía de fastidiarnos el buen ritmo vital circadiano que nuestros cuerpos tienen?
La cosa viene de lejos, de cuando en la primera mitad del siglo XX, los avances de las telecomunicaciones, hicieron apreciar a empresarios y banqueros la necesidad de ajustar un horario común, para evitar desfases funcionales que permitieran ser aprovechados para realizar, con ventaja, determinados negocios.
El huso horario que se impuso, fue el centroeuropeo, con límites entre Berlín y Paris, ya que la mayoría de las capitales europeas están en ese huso. Pues bien, Londres, que en meridiano se corresponde más con Madrid, nunca unificó su horario. Madrid sí, por eso España ha vivido, desde entonces, en verano e invierno con, al menos, una hora de adelanto oficial sobre el horario solar, para tener la misma hora que Centroeuropa y, desde la moda estacional, con dos horas de adelanto en verano.
En un mundo global como el nuestro, comunicado en tiempo real, con mercado bursátil continuo… ¿Tiene sentido mantener semejante desfase con la hora natural y, además, modificarlo estacionalmente dos veces por año?
Si alemanes y franceses almuerzan entre las 12 y la 1, terminando sus jornadas laborales entre las 5 y las 6 de la tarde, ¿Qué coincidencia de horario tienen con nosotros, que comemos entre 2 y 3 de la tarde y que tenemos horarios vespertinos anárquicos, aplazados incluso a la noche?
Parece carecer de sentido, el someter a nuestros organismos a una adaptación, innecesaria, que modifica nuestro metabolismo y nos causa trastornos. Leves, si, pero trastornos.
Para mejor comprenderlo les diré que, en forma significativa desde el punto de vista clínico, constituyen el llamado síndrome del “Jet lag” que sufren los pasajeros de los vuelos transoceánicos, quienes ven, bruscamente modificado, en seis horas o más, su ritmo vital circadiano.
Lo dicho, no le encuentro sentido a jugar con el reloj y, menos, con el reloj biológico. ¿Usted Sí?