Absolutismo y reformismo en la «Década Ominosa»
A pesar de que la denominada Década Ominosa (1823-1833) ha pasado a la Historia con tinta negra tenemos que ser conscientes que se plantearon algunas reformas que tendrían mucho futuro y que, por otro lado, determinaron el divorcio entre un absolutismo moderado y reformista y el más reaccionario, germen del futuro carlismo. Sobre estas cuestiones trata el presente artículo.
Al poco de regresar el rey Fernando VII a Madrid desde Andalucía, ordenó ejecutar a Riego, símbolo de la revolución de 1820. En los primeros años se desató una durísima represión política. Se estableció un intenso proceso de depuración de funcionarios, eclesiásticos y militares. La propia Santa Alianza intentó presionar para suavizar esta represión. Se calcula que la depuración afectó a unos 80.000 funcionarios civiles y hasta el 10% del clero. Los tribunales de justicia condenaron a muchos liberales que no pudieron huir, y se consideraron delitos dar gritos a la libertad o poseer símbolos liberales, como el caso de Mariana Pineda. Aunque no se restauró la Santa Inquisición se establecieron Juntas de Fe en algunas diócesis. Las Universidades fueron cerradas en 1830. Además se creó el cuerpo de voluntarios realistas, como grupo armado opuesto a la Milicia Nacional de los liberales. Todos estos instrumentos represivos desataron un clima de persecución de tal entidad en las personas y las conciencias que la historiografía liberal denominó como “ominosa” a esta década. Se puede afirmar que hasta el franquismo no hubo una represión del calibre en España. Por otro lado, comenzó el segundo exilio de liberales ( Alcalá Galiano, Argüelles, el conde de Toreno, Martínez de la Rosa, Mendizábal, Mina, Torrijos, el duque de Rivas, etc..). La mayor parte pasó a Inglaterra y, después de la Revolución de 1830, muchos se trasladaron a Francia. Desde ambos países conspiraron para derrocar al rey, aunque con nulo éxito.
En relación con la labor de los gobiernos absolutistas debemos comenzar por el decreto de 1 de octubre de 1823, que restablecía las instituciones anteriores a 1820, aunque no la Inquisición, como hemos visto, ni el Consejo de Estado. Pero hasta el propio monarca era consciente que había que actualizar el sistema político, eso sí, siempre dentro de un estricto despotismo. Los gobiernos se centraron, pues, además de la labor represiva, en la reforma de la hacienda y la administración.
La definitiva pérdida de las colonias agravó aún más la maltrecha hacienda española. Se acudió a la medida de los empréstitos para cancelar la deuda y para afrontar los gastos militares y de la administración. Pero se hacía necesaria una reforma fiscal, es decir, plantear cambios estructurales y no sólo remedios antiguos. Los intentos de reforma fueron emprendidos por el ministro Luis López Ballesteros, quizás el político más válido de la década, un personaje poco conocido pero harto interesante. López Ballesteros tomó una serie de medidas. Primero intentó en 1824 una reforma para recuperar viejos impuestos pero fracasó. En 1828 estableció los primeros Presupuestos del Estado de España. También se creó la Real Caja de Amortización y el Tribunal de Cuentas. Consiguió reducir la deuda pública y estableció un plan de la minería mediante arriendo de explotaciones a empresas extranjeras para conseguir dinero.
En relación con las reformas administrativas se dieron algunas de gran importancia: creación del Consejo de Ministros, promulgación de un Código de Comercio, creación del Banco de San Fernando, fundación de la Bolsa madrileña y creación del Ministerio de Fomento. Todas estas reformas suavizaron, sin lugar a dudas, el absolutismo, aunque sin llegar a contentar a los liberales porque no tocaban los principios básicos del Antiguo Régimen. Pero, por su parte, los más encarnecidos absolutistas vieron en estas reformas cambios que podían conducir al liberalismo y terminar con las estructuras estamentales y el absolutismo. Encontraron un firme apoyo en el hermano del monarca, Carlos María Isidro. Es este el momento en que empezó a fraguarse el carlismo. En el verano de 1827 estalló la guerra de los agraviados o malcontents en Cataluña. Los rebeldes reclamaban la vuelta a un absolutismo sin reformas y proclamación como rey a Carlos María Isidro. La revuelta fue reprimida con fuerza, pero Fernando no se atrevió a acusar a su hermano de ser el instigador de la misma.