Bocas de ira
Como en los versos de Miguel Hernández, escucho los aullidos de los perros que acechan en las sombras. Una jauría insólita compuesta por falangistas, corruptos, liberticidas varios y jueces con morriña de otros tiempos, se revuelcan en el fango de la historia celebrando el festín que se avecina. Pero no son solo las carnes de Garzón las que logran que los colmillos de las fieras segreguen la baba de la victoria. El banquete incluye un suculento menú del que todos nosotros, en mayor o menor medida, formamos parte. Cobrarse la togada pieza es solo el principio. Lo que verdaderamente ruge provocando la hambruna de las bestias es el ansia de devorar la Democracia. De masticar, a bocados grandes y precisos, nuestra dignidad de pueblo, nuestra memoria y cualquier esperanza de desprendernos para siempre del lastre del fascismo.
Los más activos no se esconden. Exhiben su criminal ideología sin miedo alguno. Recuperan las riendas de nuestro destino, que ahora sospecho que jamás perdieron, para darnos una lección magistral y aclararnos que siguen siendo ellos los que aún mandan. Y debe ser así. Porque en vez de lanzarnos a las calles en defensa del Estado de Derecho, nos quedamos mirando, impasible el ademán, mientras les preparamos en bandeja el deconstruido postre de nuestras libertades.
Otros, que podrían alzar la voz y definirse, prefieren zafarse del asunto. Como nuestro alcalde zaragozano que calla, luego otorga, argumentando que dar un apoyo masivo al perseguido juez podría ser perjudicial para el mismo. Ambos se conocieron en el macroministerio socialista que englobaba Justicia e Interior. Trabajaron codo a codo y dicen las malas lenguas que desde aquellos años sus relaciones quedaron enturbiadas. Belloch no se moja porque antepone sus rencillas personales, demostrando una personalidad pacata y miserable, sin poder esconder el regodeo que le produce la suerte que sufre su antiguo compañero.
Son muchos los que, cerrando la boca, sazonan el agape de los fascistas. Su cómplice silencio colabora en la cacería colectiva. Al final, ese Garzón pijo y amante de las monterías, ha demostrado tener más redaños que entre todos los presuntos demócratas juntos. Se ha enfrentado, a pecho descubierto, a los monstruos que sobreviven al franquismo. Ha escuchado las atormentadas voces de los muertos y de sus familias, inaudibles para otros oídos que presumen de llamarse progresistas.
Y esa insolencia le va a costar muy cara. Será juzgado por un magistrado, Adolfo Prego, que define el alzamiento como una «contrarrevolución» necesaria y que aportó su firma a un manifiesto contra la memoria histórica.
¿Se imaginan que el juicio de Nüremberg hubiera contado como juez con el propio Goebbels? Pues el absurdo de la situación que estamos viviendo tiene proporciones parecidas a este desatino.
Las bocas de la ira ululan desde la caverna donde se tejen las pesadillas. Se sienten poderosas mostrándonos sus fauces entreabiertas con una sarcástica mueca de desprecio. Y una mezcla entre la idiocia, el miedo y la pereza, impregna hasta la última molécula del aire que respiro. Cubriendo de presagios cenicientos mis más preciados sueños.