El expediente Albertina
En el seno de la Feria del Libro de Madrid se presentó “El expediente Albertina”, una joya según el novelista Ignacio Vidal-Folch. Erotismo, amor, amistad, delación…
El pasado 2 de junio, en el Parque del Retiro e Madrid, se presentó el libro “El expediente Albertina”. El acto, que tuvo lugar en el Pabellón de Rumanía (país invitado este año en la Feria), contó con el escritor don Ignacio Vidal-Folch y la autora de la novela, doña Ioana Gruia, profesora de la Universidad de Granada, donde se licenció en Filología Hispánica, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, disciplina esta última en la que se doctoró.
Comenzó su exposición el novelista barcelonés señalando que la profesora Gruia era la única mujer rumana que hablaba español (un español correctísimo y agradable en grado sumo al oído, me atrevo a añadir) con acento andaluz.
Destacó a continuación la obra literaria de la autora bucarestina: “Otoño sin cuerpo”, “El sol en la fruta”, “Carrusel” y “La vendedora de tiempo”. Hay que sumar a esta notable y premiada producción varios estudios sobre literatura: “Eliot y la escritura del tiempo en la poesía española contemporánea”, “La cicatriz en la literatura europea contemporánea” y “La obra de Norman Manea: crítica e interpretación” (del que es coordinadora), a los que se añadirá en breve “Habitaciones sobre el mar”.
Acto seguido, desgranó los rasgos más interesantes de la novela. El primero de ellos es ser escrito por una autora natural de Rumanía, un país romano como España, una isla latina en medio de un mar eslavo. Pero el mayor interés reside en el argumento de la novela: la persecución policial de los disidentes políticos por parte de la Securitate. En este caso, las protagonistas son cuatro colaboradoras en una revista literaria en el Bucarest de los años ochenta. La acción se desarrolla en ese momento (los años más duros de la dictadura de Ceaucescu) y veinte años después, con Rumanía a punto de entrar en la Unión Europea (una breve y clara aproximación a este proceso de adhesión, y al de Bulgaria, es la de Gabriela Alexandra Oanta, “Rumanía y Bulgaria en la Unión Europea: de la adhesión a la integración”, publicada en el número 29 de la Revista de Derecho Comunitario Europeo).
Adviertió Vidal-Folch cómo esa vigilancia, ese Gran Hermano orwelliano, se mantiene hoy, en distinta medida, en todo el mundo, incluidas las democracias occidentales. Y, a propósito de ese control en la Europa del Este, recordó su experiencia en la extinta Checoslovaquia, cuando se sintió allí examinado en su vida cotidiana y aventuró que bien pudo haber sido él mismo objeto de un expediente informativo “policial” similar al instruido respecto a Laura Aldea. Y es ésta, Laura Aldea, el personaje que, a su vuelta a Bucarest desde Orlando (donde trabaja como profesora universitaria de literatura francesa), provoca la indagación por parte de Gabriela, hija de su antigua compañera Dana Tomescu, de su expediente en los archivos de la policía política. Precisamente recordó el novelista catalán el pasaje en el que se describe la sala donde se consultan las notas informativas y el resto de documentos policiales. En ella unos ancianos los leen, sirviéndose alguno de una lupa, en una imagen que resulta desoladora (“Recuerdos, malos recuerdos”, admite uno de ellos a Gabriela).
Así mismo, el autor de “La libertad” (ambientada también en la Rumanía de los ochenta) y de “Pronto seremos felices” destacó el erotismo que envuelve la novela. Coincido con este autor, esta obra se encuentra jalonada de escenas sexuales, descritas con un lenguaje sugerente y contenido, con una hermosa naturalidad.
Tras calificar esta obra como una gema, una joya, no se resistió el autor español a preguntar a doña Ioana por la fotografía de la portada, por quién era la retratada.
Comenzó la profesora Gruia respondiendo que la así inmortalizada era una tía suya retratada en la boda de sus padres a mediados de los años setenta. A finales de esa década nació esta autora, quien explica que, tras vivir de niña el comunismo, tras la Revolución fue la suya la primera generación que fue educada en su adolescencia para poder emigrar. De hecho, estudió en un Instituto Bilingüe. Allí aprendió nuestra lengua para luego, en 1997, comenzar con una beca la licenciatura en Filología Hispánica en la Universidad de Granada. Subrayó cómo en su patria se incidía sobremanera en la instrucción de los jóvenes, especialmente en el estudio de materias científicas y de idiomas para facilitar la consecución de estudios superiores, y el posterior acceso a un trabajo, en Europa occidental y América. Esto se refleja también en su novela en el caso del personaje de Dan, cuyos padres procuran que pueda estudiar matemáticas en Estados Unidos, tras haber quedado en el primer puesto en las olimpiadas científicas durante cuatro años consecutivos.
A continuación, explicó someramente el argumento de la novela, el recurso al flashback entre los años ochenta y la primera década del siglo XXI, y cómo en los dos momentos se entrecruzan las vidas de las cuatro protagonistas y en el segundo de ellos también las de los hijos de dos de ellas: Dana y Victoria.
Acto seguido, se abrió un turno de preguntas. Un asistente, tras ponderar la novela de doña Ioana (y confesar que no había podido leer más de treinta páginas de “En busca del tiempo perdido” de Proust, autor citado en la novela, y que, por cierto, da título a un cuento de Norman Manea, “El té de Proust”), le preguntó cómo abordaba ella el proceso de documentación y de redacción.
La novelista hizo hincapié, entre otros aspectos, en su preocupación por hallar el tono propio de las notas de los delatores y de los informes de los funcionarios de la policía secreta. Se confesó en este punto deudora (así lo asume también al final de su libro) de Dorin Tudoran, autor de “Yo, su hijo. Expediente de la Securitate”, obra en la que se publican unas 500 de las 10.000 páginas del expediente que dicha “institución” le incoó. Es esta obra un verdadero ejercicio de memoria, que como apunta doña Almudena Grandes (“La conquista de una mirada”, dentro de la obra editada por doña Ángeles Encinar y doña Carmen Valcárcel, Escritoras y compromiso. Literatura española e hispanoamericana de los siglos XX y XXI) es el punto de partida original en toda ficción. Tudoran y Gruia contemplan estos expedientes, esta realidad, con lo que Grandes denomina “ojos narrativos, es decir, considerando cualquier aspecto de nuestra propia vida o de las vidas ajenas como un posible punto de partida para elaborar una historia de ficción”.
Este mismo asistente (que se confesó lector impenitente pero incapaz de arrancar a escribir), al hablar del fin del régimen de Ceaucescu, se negó a considerarlo como consecuencia de una revolución, a lo que doña Ioana Gruia respondió que para ella sí lo era, sí había existido una Revolución, sobre todo habida cuenta del número de muertos que hubo durante su desarrollo. Este respeto para sus compatriotas caídos es lo que más me conmovió de la joven profesora Gruia. Máxime si se compara su actitud con la propia de los españoles ante hechos similares en nuestra nación. Un ejemplo de ello es el señalado por don Pío Baroja en su novela “El árbol de la ciencia”, con ocasión de uno de los hitos más funestos de nuestra historia: el Desastre del 98; a pesar de conocer las masacres sufridas por nuestros soldados en Cuba y Filipinas, la gente seguía acudiendo, según el novelista vasco, a los toros:
“Ideas absurdas de destrucción le pasaban por la cabeza. Los domingos, sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que sería para él poner en cada bocacalle una media docena de ametralladoras y no dejar uno de los que volvían de la estúpida y sangrienta fiesta. Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los cafés antes de la guerra, los que soltaron baladronadas y bravatas para luego quedarse en sus casas tan tranquilos. La moral del espectador de corridas de toros se había revelado en ellos la moral del cobarde que exige el valor en otro, en el soldado en el campo de batalla, en el histrión o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias crueles y sanguinarias, estúpidas y petulantes, le hubiera impuesto Hurtado el respeto al dolor ajeno por la fuerza”.
No será ocioso mencionar cómo Richard D. Kaplan, en su obra “Fantasmas balcánicos”, recuerda una pintada rumana dirigida a los muertos de la Revolución: “Pace voua, morti nostri”, Descansad en paz, muertos nuestros.
Otra persona del público insistió en cómo los personajes a los que se dota del casi absoluto protagonismo son mujeres (las cuatro compañeras, la hija de una de ellas y su amiga lesbiana), mientras que los hombres (entre otros muchos, el marido y el hijo de Victoria, e incluso Albert Tomescu) son relegados a un papel secundario.
Aprovechó entonces la autora para subrayar cómo todavía hoy, incluso entre los hombres rumanos más instruidos, no ha desparecido el machismo. Se le podría haber replicado a la profesora de Granada que aquí, en España, el heteropatriarcado sigue vigente, demasiado.
Por último, me atreví yo a preguntar hasta qué punto el pasaje en el que una de las protagonistas, Laura Aldea, recuerda, en francés, un fragmento de una obra de Proust, y Albert Tomescu (ingeniero de profesión) termina la cita, tenía visos de verosimilitud o era una licencia de la autora. Y ello porque me parecía que era difícil acceder a la literatura extranjera durante el régimen del Conducator (de esto se infiere, además de mi ignorancia acerca del panorama cultural en ese país y en esa época, la poca atención que había prestado al leer la obra, ya que en ella se explica que quien comienza esa cita es una filóloga autora de una tesis sobre Marcel Proust). En mi descargo puedo alegar que extrapolé a la Rumanía socialista de los ochenta la nula presencia de textos literarios en las escuelas de idiomas de la China comunista de la década anterior; de su lamentable situación da cuenta la también filóloga (además de licenciada en Ciencias Políticas y Sociología) doña Mercedes Rosúa Delgado en su libro “El Arhipiélago Orwell”, del que extraigo estos párrafos:
“Como para el resto de sus compatriotas, cualquier publicación extranjera es totalmente inaccesible para sus colegas […] En cuanto a los libros, su importación está severamente reglamentada. La Librería Central de Pekín presentaba anualmente una lista de títulos ya seleccionados entre los que los profesores debían escoger. Esta selección se realizaba, pues, a ciegas, sin referencias de contenido”
“El desinterés por el mundo exterior es, en el régimen chino, olímpico excepto cuando se trata de deformarlo”
El control no se limita a las obras de extranjeros, también a las traducciones a lenguas extranjeras, si bien por motivos ajenos a éstas, ligados a los cambios “ideológicos”:
“Entre el material que se encontraba en la sección de español del Instituto nº 2 de Lenguas Extranjeras de Pekín figuraban algunos volúmenes de citas del Presidente Mao seleccionadas por los profesores, a las que se mezclaban párrafos de artículos del Diario del Pueblo traducidos al español.
Estos volúmenes, compuestos en años anteriores, estaban sometidos por entonces a una labor de revisión ideológica, en busca de tendencias “limpiaoístas” que pudieran contenerse en ellos, y, por tanto, apartados de su uso.
Representan, con notable pureza, el tipo de dieta literaria que durante un largo período había constituido el plato de base, por no decir único, de los centros de enseñanza y de los medios culturales”
Como respuesta, la profesora Gruia adujo que en el régimen de Ceaucescu no existía problema alguno para acceder a la literatura extranjera. De hecho, añade, por aquel entonces se leía muchísimo, de modo que no resulta en absoluto extraño que un ingeniero como Tomescu pudiera continuar la cita en francés que había iniciado Laura. Doña Ioana me dio, así, un ligerísimo cachete dialéctico a mi atrevimiento. Cachete lleno de sabiduría y de amabilidad frente a mi ignorancia sobre la situación de la literatura foránea en Rumanía durante la égida del Genio de los Cárpatos. Una caricia que no ofendió sino que instruyó. Todo lo contrario que aquella bofetada que la infanta doña Luisa Carlota de Borbón propinó al turolense Francisco Tadeo Calomarde (“manos blancas no ofenden”), aquel ministro que creó en 1824 la Policía General del Reino y, con ella, una red de espionaje para poder influir en el rey felón, una Securitate avant la lettre…
A mayor abundamiento, puede citarse la respuesta de Mircea Cartarescu en una entrevista publicada en la Revista de letras de 3 de abril de 2017, a la pregunta de dónde conseguía los libros que no podía costearle su familia; señala que los encontraba en las bibliotecas. Y lo hacía en una época (años setenta) que él califica de “apertura cultural”, en la que se traducía mucho en Rumanía.
No me resisto a recordar cómo, en una breve reseña publicada en Fuellas en 1982 (en los años, pues, en que se desarrolla parte de la acción de la novela de Gruia) al hablar de la autobiografía de Chuana Coscujuela Pardina, “A lueca. Historia de una mozeta d’o Semontano”, el mayor bestseller en lengua aragonesa, el filólogo Francho Nagore admite que “en Aragón no se leye mica, ni sisquiera en castellano” y pondera la recepción del libro por el público al destacar que, además de comprarlo, la gente lo lee.
Y no es óbice para la mencionada cita literaria por parte de Laura y Albert el que ésta sea en otra lengua, máxime en francés, dadas las estrechas relaciones culturales existentes entre las patrias de Fénelon y Eminescu. De ellas da cuenta el libro editado por el Instituto Cultural Rumano: “La Roumanie vue par les français d’autrefois”.
Por otra parte, y como reconoce el escritor rumano afincado en Francia, Matei Visniec, en una entrevista en el número 48 de la revista Las puertas del drama, muchas personalidades rumanas han elegido Francia como país de acogida o el francés como idioma de su creación (no en vano, Rumanía pertenece a la Unión Internacional de la Francofonía). Y no sólo rumanos: se puede recordar al moscovita Henri Troyat (“Les Eygletière”) y, más recientemente, al estadounidense Jonathan Littell (“Les bienveillantes”). Con esta relación entre las dos naciones europeas se hace patente así la afirmación de Cartarescu: “no tiene sentido hablar de ella (Europa) si no se habla de cultura”, lo que nos retrotrae a la reflexión del padre de la Unión Europea, Jean Monnet, que se arrepentía de haber comenzado su obra de unión continental por la economía en lugar de por la cultura.
Precisamente en esta Europa es donde continúa el Gran Hermano al que hacía referencia Vidal-Folch. Hemos pasado, según Visniec, de la esquizofrenia total de la época comunista a la dictadura de lo políticamente correcto, a la corrección orwelliana en la que la literatura constituye para este autor un espacio de libertad.
Se puede conectar esto último con lo que llega a advertir Cartarescu: “la escritura nace de algo negativo, de una necesidad”. En el caso de una de las protagonistas de la novela de doña Ioana, Smaranda Pop, ésta ansía buscar la inspiración en el expediente de Laura Aldea, en la miseria de la delación. Intenta conseguir así lo que para Cartarescu es el fin de escribir: transformar el sufrimiento en belleza. Y este sufrimiento, aquí el de Laura (y también el de la propia Smaranda) es fruto de lo que el autor de “El Levante” llama “las armas de los reaccionarios […]: el descrédito, la difamación, el arrastre por el barro, la mentira, el odio y las acusaciones falsas”, unos ataques que en la Rumanía de Ceaucescu precisaban para ser soportados a todas horas “una capacidad de resistencia casi sobrehumana”.
Y sufrir estas sevicias es lo que llega a abrir heridas en el alma, unas llagas que no cicatrizan bien, y cuyo reflejo literario ha estudiado la profesora Gruia hasta el punto de dedicarle varios trabajos (destaca “Poética de la Piel: la obra de Sylvia Plath a la luz de las propuestas de Didier Anzieu y Hélène Cixous”, publicado en el número 26 de la revista Signa, editada por la UNED) y de recrear ella misma dichas heridas en esta novela. Una obra que, por otro lado, podría ser acreedora de los elogios que varios miembros del jurado del Premio Alarcos de Poesía 2015 dedicaron a su libro de poemas “Carrusel”, pues combina, también en su prosa, “la intensidad lírica con frescura literaria”, además de recoger “reflexiones sobre la identidad y la infancia” (especialmente en el caso de la huérfana Dana Tomescu) y un “tratamiento poético de la identidad femenina”. Y todo ello con una prosa natural, emocionante y con aquello que para Smaranda es una obsesión: un destello de belleza, si bien la novela de doña Ioana no es una sucesión de estos destellos, sino un resplandor continuo. Con lo cual, “El expediente Albertina” puede ser considerada una obra tan recomendable que podría hacer las funciones, lierarias, del Código Napoleón, aquel Code Civil del que Stendhal leía todos los días varias páginas pour prendre le ton.
Volviendo al literato Matei Visniec, autor de “Le marchand des premières phrases”, éste señala que “la primera frase de una novela nunca es inocente”, es “el grito irreflexivo que provoca la avalancha”. El comienzo de la novela de la profesora Gruia es revelador: se establece un contraste entre la luz que irradia la juventud rumana, encarnada en Gabriela, que no conserva apenas lazos con el régimen comunista en el que aún llegó a nacer, y la generación anterior, tan agobiada por el ambiente totalitario que muchos años después sólo está acostumbrada a la sombra y mantiene las persianas bajadas para guardar una mínima parcela de intimidad. Se enfrentan, pues, el amor a la luminosa verdad que conduce a indagar en los archivos de la policía política y la madurez que prefiere mantenerse en la ignorancia respecto al pasado. Un pasado frente al que sí se rebelaba dicha generación en su mocedad mediante la literatura y, en el caso de Laura Aldea y Smaranda Pop de forma bastante clara, mientras Matei Visniec alude a la “literatura codificada”, una literatura metafórica, crítica, de oposición, de resistencia cultural, que sorteaba así una censura centrada en el teatro y la narrativa (género que cultiva Smaranda Pop) y que se encontraba confundida ante la poesía (no así con la de Laura Aldea, que ve cómo su poemario es retirado de las librerías). No sería inapropiado en este punto cantar parte de una estrofa de la canción “Guárdate” de José Antonio Labordeta: “Guárdate de los libros sin lecturas ni palabras, guárdate de las viejas historias trituradas”.
Nos atrevemos a citar una vez más a Cartarescu cuando afirma tajante que no cree “en literaturas nacionales, creo en escritores individuales”. A pesar de ello, siempre que leamos a Petrescu, Caragiale, Ionescu, Lungu, Gabriela Adamesteanu y Ana Blandiana, envidiaremos la belleza de la literatura rumana. Una belleza que no eclipsa la de la literatura española, que cuenta con Ioana Gruia.
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