14/09/2018

Andrés Ortíz Osés, filósofo eminente y poeta sensible

El día 11 de septiembre presentó nuestro viejo amigo el profesor Andrés Ortíz Osés dos libros que recogen sus escritos recientes sobre el amor, la amistad, la fratría, la vida. Hubo muchas interesantes intervenciones de amigos y discípulos, hermosas canciones elaboradas sobre textos suyos por Gontzal Mendibil y, en un acto previo entre familia y los más cercanos, le dirigió estas palabras nuestro compañero Eloy Fernández Clemente:

 

Querido Andrés, compañeros de ágape, sus y mis amigos por lo tanto: (11-9-18)

Alegría y solidaridad, en este encuentro, tras muchos años de conversas formales, informales e informáticas. Me dices que soy el único al que autorizas a hablar, es decir  me obligas a ello; quizá porque aunque no soy de Tardienta, somos casi quintos, apenas te llevo un par de meses  (“!Aupa, muchachos!”, gritaste cuando como yo, alcanzabas los 75) y te conozco de tiempo inmemorial: desde alguna célebre colaboración en Andalán, alguna noche paseante por el Casco Viejo, y haberte presentado, escrito reseñas, biografías, comentarios.

Agradecemos, emocionados, tu gesto magistral, que corona todos estos años desde tu torre de marfil, en noches claras, poemas y canciones, palabras y rumor de ángeles, y, sobre todo, tu gran tema, el amor y la fraternidad. Palabras de amigo, sabiduría en tu razón de amor, que a veces mata, saudades y erotismos reconsiderados, exótica, utópica busca de la felicidad.

Entre tus amores, además de pensar y escribir, familia y amigos, y Aragón (“destino original, y destinación final”, ambivalente pues somos recios y sentimentales, pero también toscos y ásperos). En tus escritos comparece el patriarcalismo aragonés, “en contraste con el trasfondo matriarcal de nuestro Pirineo y la finura de Albarracín”. Y tu otra identidad vasco-navarra por vía materna. Has dicho: “soy agónico como el vasco Unamuno/y aragónico como el vasto Gracián”. Y te ves “marinero en tierra, un “aragonauta” abierto, un aragonés de Bilbao”. Excelente melopea vasca, glosando al maestro Zulaika, como hicieras con Vattimo, Gadamer, Heidegger y tantos otros.

Niñez feliz en Tardienta, problemática adolescencia, estudios intensos y tensos en universidades hispanas y extranjeras, aprendiz y pronto doctor en diatribas, profesor muy querido en Deusto. Amante de símbolos, contrastes, gestos. En tu entorno, aunque muchos ya amigos entre nosotros, hemos ido conociéndonos con otros lejanos en tiempo o espacio, desde Garagalza a Bergua, que te han estudiado o entrevistado en espléndidos diálogos.

Escritor prolífico, dominador de los mil intríngulis del lenguaje, con divertidos y reflexivos retruécanos y trucos. Estudioso de nuestro genial Saputo; autor de una ramoniana obra aforística que sigue tanto la tradición popular como los nombres de Marcial o Gracián, los Argensola o –Andrés dixit- el mismísimo Escrivá de Balaguer. Y, sobre todo, Hermeneuta, es decir, comadrón que ayuda a nacer ideas, sentimientos, sueños. Tus reflexiones sobre el mito y duende de la España acorralada, amores portugueses, y alguna mirada a la Europa “cretense, ateniense y cristiana”. Y, claro, la enorme digestión teológica te lleva a reinterpretarlo casi todo: a Dios, el impensable, rebuscando en el enigma de la trascendencia, frente al moderno nihilismo; la fratria de origen cristiano y profano. De ahí tu lección ante la muerte, que a todos nos espera, y has estado esperando y asumiendo adelantándote con entereza. Sobrevivir es toda una decisión, “aquí yazgo”, nos dices en un sobrecogedor poema. El duelo de existir como experiencia profunda de la vida, el homo patiens que no llora, pero implora amistad y compañía. La tienes, bien lo sabes, viejo amigo, toda y de todos. Gracias.