14/01/2019

Conget en plenitud

Nuestro gran novelista zaragozano José María Conget ha dado al final del año un aldabonazo de esperanzas. Porque, aun protestando siempre de sus escasos lectores, que sin embargo le tenemos como “de culto”, acaba de publicar (siempre en Pre-Textos, cuidadísima edición), la que, hoy por hoy, me parece su mejor novela, y las hay excelentes.

“La burla del mirlo” viene a será la “micropaedia” de la muy memorable trilogía de Zabala (con ese título se reunieron en Larumbe, en un tomo con cierto carácter de homenaje “Quadrupedumque”, “Comentarios –marginales- a la Guerra de las Galias” y “Gaudeamus”, al cuidado de otro de los grandes, Ignacio Martínez de Pisón). Y, entre todas, las tres y esta auroral, le hacen ser con mucho el principal escritor sobre la Zaragoza de la segunda mitad del siglo XX pasado, que vivió como estudiante lleno de miradas y sentimientos.

Novela esta que atrae hasta pedir lectura de un tirón, narra los avatares de un grupo de estudiantes (tres chicos y una chica, hija de exiliado en Londres), seducidos intelectual y sentimentalmente por un joven jesuita profesor en Letras. Los diálogos, un tanto socráticos, con abundantes alusiones a la cultura y la contracultura de la época, los recorridos por una ciudad evocada con calmadas emociones, subyugan, conmueven, divierten.

Son citados, como invitados que contribuyen a ambientarnos y verificar la época, el profesor Eugenio Frutos o la familia de José Antonio Labordeta, y hay otras alusiones identificables, como la del jesuita mayor, mentor y consejero del joven, ese padre Enrique Ferrer inequívocamente Rafael Olaechea, de inolvidable recuerdo. En otros casos, la captación es más difícil o uno no se atreve a ella.

El autor se muestra y opina y sugiere, brechtianamente, sin por ello lograr distanciarnos e impedir que la historia nos parezca auténtica, verosímil, real. Lo resulta ser, contada vertiginosamente, como si una vez escrita con pausas y dudas, alcanzada la perfección, hubiera apretado un acelerador secreto, ofreciéndonos una madurez que, a sus jóvenes 70 años, nos hace esperar aún, a sus seguidores entusiastas, más regalos intelectuales y morales. Es decir, por abreviar, literatura en estado puro.