10/06/2019

Socialismo de perdedores

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Se ha consolidado hoy un “socialismo de perdedores” según Rutger Bregman.  Tal concepto lo aplicó  a la socialdemocracia (SD), hoy a la deriva, de ahí el abandono masivo de su antiguo electorado. A la versión comunista hoy residual no me referiré.

 

Observamos un cambio político trascendental. Históricamente, la Política con mayúsculas ha sido un coto de la izquierda. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, así era un slogan de mayo del 68. Las grandes conquistas políticas  han sido producto de la izquierda. Sin embargo, hoy la SD ha olvidado el arte de la Política: el hacer inevitable lo imposible. Más grave todavía, muchos de sus pensadores y políticos tratan de acallar las voces radicales en sus propias filas por el temor a perder votos.

 

El neoliberalismo se ha adueñado de la razón y del discurso político. El fundamentalismo del libre mercado es hegemónico e inalterable; como el mantra de la flexibilización, globalización, desregulación, reformas estructurales y competitividad incuestionable. Y la SD se ha amoldado al paradigma dominante, lo que supone: o no tener otro alternativo y si lo tiene no sabe defenderlo. De ahí, su irrelevancia actual. Sólo le queda la emoción. La SD se emociona y se siente compungida ante la injusticia de las políticas actuales. Cuando ve que el Estado de bienestar está siendo destrozado, se apresura de una manera reactiva  a salvar lo que pueda. Pero cuando la situación se tensa, la SD claudica ante los argumentos de la oposición, aceptando sumisa siempre la premisa sobre la que se produce el debate. La SD acepta la inevitabilidad de reducir el déficit público, la rebaja de impuestos a los más ricos, o privatizar lo público. Mucho bla, bla, bla  de antiprivatización, antiausteridad, antiestablishment, pero a la hora de la verdad, hace lo mismo.

 

Se manifiesta a favor de los desafortunados de la sociedad: pobres y excluidos. Está en contra de la islamofobia, la homofobia y la xenofobia. Se obsesiona con la brecha entre el 1% y el 99% con un intento de conectar con un electorado que la ha abandonado.

 

Pero el problema principal de la SD no es solo que esté equivocada, sino que es aburrida. No tiene nada que contar, ni lenguaje con que contarlo. Y, con frecuencia, da la impresión de que le gusta perder. Como si los destrozos e injusticias existentes le sirvieran para demostrar que siempre ha tenido razón. Ha olvidado un discurso de esperanza y de progreso. Además sus intelectuales son profundamente aristocráticos, al usar un lenguaje que no entiende la gente normal. Ha de recuperar el lenguaje del progreso.

 

 

Según  Robert Misik, la SD tiene que ser audaz y plantear reformas. Lo que supone enfrentarse a las élites financieras, en lugar del compromiso con ellas. Ha de reestructurar el sector financiero, obligando a los bancos a aumentar sus reservas para evitar su hundimiento, y no tengan que salvarlos los impuestos de los ciudadanos. Reconocer  que la austeridad es un auténtico fracaso.

 

Ha de abandonar todo atisbo de arrogancia hacia los votantes. En el reciente discurso de investidura del partido  socialdemócrata austriaco, Cristhian Kern, su nuevo presidente dijo: “Deberíamos suprimir  de nuestro vocabulario la frase :”Tenemos que salir a buscar a la gente”. Esto es absurdo. Nosotros somos la gente y formamos parte de ella”.

 

No se trata de que haya que amoldarse completamente a las ideas preexistentes en los trabajadores, que no están enfadados porque la SD reivindica baños transgénero, sino  porque tienen la sensación de que se presta demasiada atención a estas  demandas, mientras su situación económica no recibe ninguna.

 

Ha de defender: buenos empleos, subidas salariales, vivienda asequible, educación, sanidad y dependencia universales. Quien no encarne convincentemente que le importan; y no tenga un plan creíble no tendrá nada que hacer.  Y si se limita a argumentar que con nosotros no nos irá tan mal, los populismos crecerán imparables.

 

Las redes del movimiento obrero, que estructuraban la vida en los barrios no privilegiados, han sido barridas. Por ello, aquí las personas se sienten abandonadas, por lo que hay que reconstruir nuevas estructuras en los barrios, para que puedan organizarse y defender sus intereses. Hay que abrir paso a nuevos dirigentes en la SD provenientes de la clase obrera, ya que está dirigida mayoritariamente por intelectuales de clase media, muy distantes de las preocupaciones de los obreros.

 

Si un partido SD  quiere alcanzar el poder debe asegurarse el apoyo de dos sectores de votantes: las clases medias urbanas de izquierdas, y los distintos subsectores de la clase obrera. No es fácil restaurar la antigua alianza entre la inteligencia burguesa y la clase obrera,

 

La solución no llegará a nivel nacional. Tendrá que ser a nivel de la UE. Para ello se necesitan: partidos SD nacionales con la suficiente credibilidad para ganar las elecciones en sus respectivos países; consolidar su discurso progresista en Europa  para crear las condiciones para una reestructuración; y alianzas en el ámbito europeo.

 

Que no sea fácil, no significa que sea imposible. Los movimientos obreros en el siglo XIX, o los movimientos por los derechos civiles, no lo tuvieron fácil.  La izquierda no surgió porque tuviera las cosas fáciles, sino para lograr lo imposible: mejorar el mundo y la vida de los seres humanos.