24/10/2020

El macabro dance de la Historia en un estudio de caso

Ladrillo a ladrillo hasta levantar un potente edificio, una sólida formación. Así ha trabajado el autor este libro de factura artesanal que tiene casi cuarenta años de estudio detrás. Constituye el número veinte de la Colección Es un decir, de editorial Comuniter, a la que termina por consolidar. Si alguien desea alzar una construcción alternativa, tendrá que buscar nueva documentación, rastrear otras fuentes… pero lo tiene francamente difícil, por no decir imposible, dada la intensividad de la monografía que comentamos. A la tozudez de los hechos, la lectura de ingente cantidad de documentos, la disciplinada ordenación, el cumplimiento cabal del oficio de historiar, solo podrán oponerse conjuros y patrañas a lo Pío Moa pero ya no será en el campo del conocimiento ni de la Historia cuya materia prima es el tiempo, y un dilatado y sincero diálogo con los muertos. Aprovecha Ballarín todos los resortes de la narración total para terminar sabiendo de la realidad más que aquellos que la vivieron (y sufrieron).

Un breve periodo cronológico (1931-1939), menos de una década; una concisa concreción espacial (Épila, en realidad la comarca aragonesa de Valdejalón) y el resultado que se nos brinda es un paradigmático estudio de caso sobre un tema –la República y la guerra civil – del que tanta y tanta bibliografía se ha generado desde los sesenta del pasado siglo. Archivos municipales e histórico-provinciales, autonómicos y nacionales, entrevistas y testimonios orales, fuentes hemerográficas y de organizaciones de todo pelaje, precisa y específica bibliografía constituyen la urdimbre de este Paso adelante, cien atrás.

 

Un autor

Mientras leía y anotaba estas seiscientas páginas pude comprender que había en ellas mucho de desembocadura, de delta, porque aquí se ha solidificado y objetivado la formación toda de Ballarín Aured (Épila, 1953). Miembro de la Sección de Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas, coordinador un tiempo de la FIM Rey del Corral, secretario del Foro por la Memoria de Aragón y participante en el Consejo Asesor de la Cátedra de la Memoria Histórica del Siglo XX de la Universidad Complutense, D. Manuel ha publicado –como autor o coordinador- una decena de libros y otros tantos artículos acerca de Épila y Valdejalón, sobre la historia del Partido Comunista aragonés (recuerdo la reseña que realicé para la revista XIX y Veinte del libro que coordinó, dedicado a Vicente Cazcarra); ha dedicado sus esfuerzos a fundamentales aspectos de la República y la Guerra Civil en Aragón (recuérdese La razón en marcha. Crónica del Frente Popular de Zaragoza) y, nos parece fundamental, codirigido entre 2007 y 2010 la edición de tres libros que tienen como objeto la II República, editados por las Cortes de Aragón y la Fundación Rey Corral.

 

Un contenido

Se estructura en tres partes. El primero de los capítulos, La sociedad y economía epilenses, da cuenta del escenario y los actores: demografía, urbanismo, economía, estructura social y organización societaria y cultural, tensiones sociales manifestadas. El Antiguo Régimen está presente todavía en la localidad y se deja ver en los altos índices de mortalidad infantil, el sometimiento a recurrentes epidemias, el analfabetismo (que alcanzaba al 46 % del censo electoral) y, sobre todo, en el desigual reparto de la riqueza: mientras una cuarta parte de la población debe conformarse con escasos jornales, un tercio de la riqueza rústica se ve acaparada por una veintena de linajudos propietarios absentistas. Destaquemos de entre todos a Alfonso de Silva Campbell, duque de Híjar, conde de Aranda, cuatro veces Grande de España y heredero de los señores temporales de Épila; su Casa entroncará directamente en 1920 con los Alba  y terminará siendo nombrado en 1937 jefe de Renovación Española. Hasta aquí, nota común a muchos pueblos de España. Sin embargo, un hecho marcará desde los inicios de la pasada centuria a esta pequeña Rusia zarista en escala: la presencia de la Azucarera del Jalón, Destilería del Jalón y la Harinera. Épila, y también la región, se incorporará abruptamente a la segunda fase de la revolución industrial y reorganizará en cierto modo el trabajo agrícola con la dedicación al cultivo remolachero. Desde entonces –data de 1904 la creación de la mencionada Azucarera -, la población crecerá en tres décadas hasta un 55 %, se hará palmaria la zonificación urbana y se irán conformando agrupaciones y organizaciones sindicales, de labradores y de partido que recogerán los diversos intereses encontrados en una lucha de clases manifiesta (solo la CNT contará con setecientos afiliados en 1931).

Los siguientes capítulos que completan la obra (El día a día de la actividad sociopolítica durante la II República y Bajo el fascismo) siguen un riguroso esquema cronológico que va del mandato radical-socialista al bienio negro para concluir en la etapa frentepopulista, cercenada por el triunfo de la sublevación en la localidad y sus consecuencias que alcanzan hasta el retorno de la guerra de los vencedores y algunos de los vencidos. Es la historia de unos anhelos de cambio acumulados durante los poco más de cinco años del periodo republicano y la frustración de los mismos por un franquismo que comienza en Épila en 1936. El relato cobra ritmos, sucesivos allegros y andantes que sintonizan con el tiempo acelerado de la década para concluir en el macabro dance de la represión, una campaña de exterminio que se dejó notar más, si cabe, como consecuencia de la implantación de las organizaciones proletarias y la fuerte conflictividad social del periodo republicano y aun del anterior. Épila no estuvo en el frente de la guerra pero un aire de violencia campamental cubrió toda la villa y a sus habitantes.

Es puntillosa la crónica de los acontecimientos que van del cambio de régimen a las sucesivas citas electorales pasando por la crisis económica, las huelgas (como la frustrada de 1932 y su “Domingo sangriento”), las diversas iniciativas municipales y las disputas entre manifestaciones y procesiones con el trasfondo de la producción de trigo, la vid, la cosecha de remolacha o la producción de azúcar. Los caminos se hacen de ida y vuelta, como el caso del triunfo de la derecha en octubre, “el otoño de la República”, que terminará en las elecciones ganadas por la izquierda y que dan comienzo al gobierno democrático del Frente Popular, cinco meses que “fueron algunos de los más pródigos en acontecimientos políticos de la historia contemporánea española” (p. 317).

El golpe de estado, su fracaso y la subsiguiente guerra civil no tuvieron otro objetivo que subvertir no solo el periodo republicano inmediatamente anterior sino hasta la propia Restauración porque, al decir del marqués viudo de Camarasa y conde de Ricla, como consecuencia de la aprobación cuarenta años antes del sufragio universal masculino, “resultaba natural que el rebaño se hubiera impuesto sobre el pastor” (p. 249). A estos efectos, no recuerdo haber leído una descripción más trepidante y precisa de todo el sistema represivo seguido en una población que durante la guerra quedó situada en la zona rebelde. Excluir, aniquilar, delatar, esquilmar, cambiar en busca de la supervivencia física… todo un abanico de comportamientos humanos bajo el paraguas de una violencia inusitada.

 

Unos nombres

En el libro están entreverados hasta ochenta cuadros con distinto objeto (directivos de distintas organizaciones, evolución demográfica, parque de vehículos, afectados por los expedientes de responsabilidades políticas…) que se completan con un rico anexo en el que figuran los precios de algunos artículos y servicios durante los años treinta; tensiones sociales en la comarca; y relación de los vecinos de Épila asesinados entre 1936 y 1942, al que sumar otro sobre los valdejalonenses fusilados y aquellos con antecedentes político-sociales. También se completa con un anexo fotográfico en el que ponemos rostro a algunos de los personajes. Porque es este también un libro de nombres: se pone nombre a las víctimas; se pone nombre a los verdugos; se apellida de igual modo al falangista o al cura, que informan desfavorablemente sobre un reo, que al fusilado tras un consejo de guerra o tiroteado en una cuneta. Hay en todo ello una redención de la víctima que deja de ser para siempre anónima y restituye la dignidad arrebatada.

 

Conclusión

Los libros se escriben y se publican para ser leídos. Y este bien que lo merece. Porque está presidido por un afán de verdad y comprensión. Porque esa verdad escueta, ligada a fuentes ricas e incontestables, deja la interpretación en manos del lector. Porque rescata del olvido un apasionante momento de la historia del país que debe ser conocido por las generaciones que nos siguen. Y porque delata cuánto desorden y desgobierno trajeron quienes decían actuar en nombre del orden y la civilización. Hay en esta ‘obligación’ de saber un imperativo moral que no puede dejar de escucharse. El localismo historiográfico es retórico, conmemorativo, anecdótico y confunde “variedad” con “excepcionalidad”. La verdadera historia local, sin embargo, se centra en personas, lugares o hechos concretos pero en contante diálogo con la historia comarcal y nacional lo que permite hacer más comprensible y variado el entramado general a través de una realidad concreta. Esta es la naturaleza de este “estudio de caso” y su macabro dance de la Historia, Un paso adelante y cien atrás.

 

 

Manuel Ballarín Aured

Un paso adelante, cien atrás. Épila, 1931-1939

Ed. Comuniter, Colección Es un decir, nº 20

Zaragoza, abril 2020

617 págs.