Casa Pascualillo, un lugar para el recuerdo
Como consecuencia de estos largos meses de pandemia y limitaciones ciudadanas, un número importante de establecimientos de la hostelería –hoteles, bares y restaurantes—han tenido que cerrar sus puertas, bien temporalmente bien de forma definitiva. Se trata de una pérdida muy importante para el tejido social y económico de nuestra ciudad, y, en muchos casos, de la privación de lugares donde hemos acostumbrado a reunirnos, a compartir celebraciones, espacios de convivencia amistosa, en los que habíamos ido tejiendo encuentros y recuerdos a lo largo de los años. Entre esos lugares perdidos Casa Pascualillo merece una despedida especial.
Casa Pascualillo ha sido un bar restaurante sito en la calle Libertad, 5, en el centro de nuestro Tubo. En 1939, apenas acabada la guerra civil, el matrimonio formado por Pascual Alvárez y Bruna Enrique pusieron en marcha el establecimiento. Desde 1983 se hicieron cargo del mismo Guillermo Vela Alvárez, nieto del iniciador, capitán de buque mercante, y Teresa Blasco, que supieron darle un ambiente cercano y familiar y tener una acogida siempre cordial y calurosa con su clientela. Tras superar la etapa difícil de los años 80 y 90, en que el Tubo sufrió una cierta degradación urbanística y el cierre de muchos de sus establecimientos, Casa Pascualillo logró un prestigio creciente, lo que animó a ampliar sus instalaciones. En octubre de 2002 inauguró su nuevo local, mucho más espacioso y confortable, dotado de dos amplios comedores y tres más que podían servir como comedores privados, y, en la planta sótano, una sala de exposiciones.
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Barra de Casa Pascualillo después de su cierre este otoño de 2020.
A partir de ese momento, Casa Pascualillo mantuvo su clientela habitual y consiguió aumentarla, hasta ser uno de los lugares más visitados de la variada oferta de restauración de nuestro casco antiguo. Acogía habitualmente a gentes de todo tipo y allí se reunían escritores, artistas y políticos. De todo ello quedaba constancia en las numerosas fotografías y dedicatorias que, enmarcadas, decoraban los comedores, en cuyas paredes se mostraba también un verdadero museo del whisky, con cerca de 800 botellas de los más diversos países y marcas.
Resulta obligada una referencia a su cocina, sabrosa y sustanciosa. Seña de identidad del lugar eran las “cigalas de huerta”, ajicos tiernos fritos. Y eran platos habituales las alcachofas, la fritada aragonesa, los chipirones en su tinta, callos, madejas y sesos, el rabo de toro y la paletilla de ternasco asada. Y los martes y jueves, cocido. En la barra, una bandeja repleta de torreznos crujientes daba una apetitosa bienvenida.
Sirvan estas líneas de homenaje y agradecimiento, nuestro y de muchos amigos, a Guillermo y Teresa, que en tantas ocasiones nos permitieron disfrutar de una suculenta comida y la aderezaron añadiendo su conversación y su amistad.
La Fundación José Antonio Labordeta ha concedido su Premio Aragón a Casa Pascualillo, como restaurante que, durante ocho décadas, ha sido un referente en el Tubo zaragozano, lugar de reunión, al calor de su cocina, de gentes de todas clases y tendencias.