20/05/2021

ARTE Y CONCEPTO (IV): El Diálogo y ‘tender puentes’ (El Puente del Tercer Milenio de Zaragoza)

 

Un lugar destacado entre todas las infraestructuras del recinto ferial que generó la Exposición Internacional de Zaragoza lo ocupa el Puente del Tercer Milenio. Diseñado por el ingeniero J. J. Arenas, es el mayor del mundo en arco de hormigón suspendido. Lo relacionamos aquí con el concepto de diálogo, asociado a la frase “tender puentes”.

J. J. Arenas, ‘Puente del Tercer Milenio’ de Zaragoza desde el hotel Hiberus.

Camino en el aire: El Puente del Tercer Milenio

La explosión demográfica del siglo XX llevó aparejada la ampliación de la ciudad hacia el norte. Era obligatorio que el río Ebro dejara de ser frontera y, más allá del Puente de Piedra, aumentase la capilaridad (puentes de Hierro, Santiago, La Almozara, La Unión, Giménez Abad y del AVE). La Exposición Internacional del 2008 supuso levantar otros tres pasos: Puente del Tercer Milenio, Pasarela del Voluntariado y Pabellón-Puente.

El primero, que ahora nos ocupa, se sitúa en el tramo principal de la Ronda de Rabal; es el último del Tercer Cinturón de Zaragoza, en el que se conectan los barrios de Las Delicias y La Almozara con el Actur. Construido como parte de las infraestructuras del recinto ferial, se inauguró el día 7 de junio del año 2008.

Descripción. Puente urbano de hormigón blanco, perpendicular al eje del curso fluvial, se ubica sobre el meandro de Ranillas y lleva a los límites de lo posible los materiales y los sistemas constructivos. Lo constituyen varias piezas identificables como los pies inclinados, el tablero, con sus viales correspondientes, el arco volador y los cables.

J. J. Arenas, Imagen nocturna del Puente del Tercer Milenio

Las medidas dan cuenta de la magnitud, hasta convertirlo en el mayor del mundo de su tipología: en arco atirantado por el tablero, con una estructura de 216 m de luz, tablero de 270 m de longitud y 43 m de ancho, 35 m de altura sobre el mismo tablero y un peso de 5000 T; seis carriles de circulación de automóviles, dos para bicicletas y otros dos paseos peatonales acristalados. Los soportes se distribuyen en familias de 32 cables de acero o péndolas que sustentan cada una 300 T aproximadamente. Las profundidades de los pilotes repartidos entre ambas orillas oscilan entre los 20 y los 50 metros. Estas péndolas separan en el puente los viales de los paseos para peatones que están cubiertos por estructuras metálicas curvas acristaladas que protegen al peatón del cierzo. El arco volador (arco atirantado, bowstring) no es el adorno de la estructura sino pieza esencial por la que viajan las cargas del tablero a los apoyos: se trata de una pieza curva que, sustentada en los extremos, soporta las cargas de gravedad que viajan hasta los apoyos recorriendo una trayectoria curva (líneas de presión) a compresión pura en cimientos de calidad. La tipología de puente-arco es una evolución de la inaugurada por el mismo ingeniero que diseñó el puente de la Barqueta en Sevilla para la Exposición de 1992, aunque con significativas diferencias: supera ampliamente el tamaño del sevillano (de 168 x 30 m a 216 x 48 m); es de hormigón blanco y no de acero; el sistema de apoyo es mucho más complejo. (Para desarrollar los aspectos técnicos y constructivos, acúdase a file://PUENTE%20TERCER%20MILENIODIA%CC%81LOGO/Puente%20del%20Tercer%20milenio%20-%20DISEN%CC%83O%20-%20La%20Idea.html; y J. J. Arenas, G. Capellán, H. Beade y J. Martínez, “El puente del Tercer Milenio: retos en el diseño de puentes de la ingeniería  creativa”).

J. J. Arenas, ‘Puente de la Barqueta’ de Sevilla

 

 

Dos alternativas: Puente de tablero atirantado con cables rectos o puente de arco atirantado por el tablero

 

 

 

 

 

Las cotas altimétricas de los barrios que enlazan el puente obligan a establecer una rasante muy baja, motivada también por el deseo del Ayuntamiento de que la nueva estructura estuviese tan próxima al agua como fuese posible para facilitar la conexión de sus aceras con los paseos fluviales de los márgenes del río. Esta moderada altura le permite tener suficiente entidad geométrica pero sin llegar a competir con los ochenta metros de altura máxima de las torres de El Pilar.

Autoría y estética. La primera Escuela de Ingenieros se crea en Francia durante el siglo XVIII. En España, será Agustín de Betancourt el fundador del cuerpo de ingenieros y de la primera escuela que data del año 1802. Se iniciará entonces una cierta competencia entre ingenieros y arquitectos que vivirá su punto más álgido a lo largo de todo el siglo XIX cuando el uso de los nuevos materiales revoluciona las técnicas constructivas: lo puentes de hierro serán precisamente uno de los primeros campos de desarrollo de la ingeniería;  Gustave Eiffel es ingeniero y en su torre parisina querrá demostrar las posibilidades del hierro, y cómo este material es compatible con la belleza.

Juan José Arenas (Huesca, 1940 / Santander, 2017)

En el caso que nos atañe, observamos que los condicionantes de tipo hidráulico, geotécnico, funcional y económico en absoluto están reñidos con la estética. “En los puentes, el cálculo y la belleza van en paralelo”. Esta declaración corresponde a Juan José Arenas (Huesca, 1940 / Santander, 2017), el ingeniero y artista que diseñó el Puente del Tercer Milenio. Es llamativo que se adjudiquen inevitablemente autorías a pinturas o esculturas y parezcan borrados los nombres de los ingenieros-arquitectos. Arenas, catedrático de Puentes en la Universidad de Cantabria, ha sido uno de los principales ingenieros de la segunda mitad del siglo XX . Según él, “la sencillez es uno de los componentes importantes de la belleza así como la solución más económica, el minimalismo de verdad, en una tradición cultural que entronca con la Bauhaus y el menos es más”.
Efectivamente, en la sencillez aparente y en la pureza geométrica encontramos los principales valores estéticos de este puente. La calidad visual del color blanco del hormigón (que amplía la luz; que resta pesantez al conjunto), nos presenta una estructura que parece una osamenta desnuda. Desnuda y verdadera porque está al aire toda la realidad constructiva. La horizontalidad del tablero se contrarresta con el segmento del arco, las triangulaciones de los pies y las líneas oblicuas de los tirantes. Orden, geometría y armonía, simetría en ambas orillas, consiguen como resultado una escultura al aire que alcanza singular belleza. No puede ser mejor el resultado de un paisaje humanizado, de una ingeniería creativa.

Pero hay algo más que no por evidente debe dejar de ser subrayado. Estamos acostumbrados a que las cargas y los pesos se transmitan a fundamentos por la verticalidad de la gravedad (en forma de columna, pilar, pata…). Aquí, como en la Pasarela del Voluntariado, los cables de sustento se alzan hacia arriba, y debajo no hay nada sino el aire que se encontrará con el río. Toda una revolución de la contemporaneidad que hace de esta pieza un icono de la modernidad.

Dialogar es tender puentes

Diálogo

 

 

 

 

 

 

 

“Tender puentes”, dialogar, no es lo mismo que debatir (del verbo latino debattuere) que es ‘batir’, ‘golpear’, ‘sacudir’, prácticamente combatir. Tampoco es sinónimo de conversar que supone la palabra alternante de uno y de otro hasta que, convertido en controversia, un interlocutor se alza victorioso. En el diálogo, sin embargo, “se busca la razón allí donde se encuentre, a través de la palabra, que también es razón, alternante. Y ése es el origen etimológico de la palabra, compuesta del prefijo dia– y logos, que es tanto palabra como razón” (Joaquín Fernández, “El Diálogo”). En el diálogo, por tanto, se da la palabra a los interlocutores y se reconoce la razón, las razones, de uno y de otro  en la búsqueda de la verdad porque logos es tanto palabra como razón. Las diferencias no se excluyen sino que se sacan  a la luz respetuosamente.

No es mucho el tiempo que dedicamos a dialogar. Con datos del año 1999, empleamos dieciséis años de nuestra vida a trabajar, veintitrés a dormir, diez a comer… y no más de dos años a hablar y escuchar. Porque no es fácil, porque es combinación de variables que tienen que coexistir: lo que yo pienso; lo que quiero decir; lo que creo decir; lo que en realidad digo; lo que quiero oír; lo que oigo; lo que creo entender; lo que entiendo. Ahí es nada si a esto sumamos que debe decirse aquello que uno piensa en el lenguaje del que escucha. Según RAE va asociado a la plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Sin cierta coherencia lógica, es un diálogo de besugos; si los interlocutores no se prestan la debida atención, lo es de besugos. En definitiva, es palabra compartida en la que se expresan ideas o puntos de vista con el fin de llegar a un entendimiento.

Subrayar el carácter relacional (escaso en los niveles botánicos e inorgánicos; extraño en el nivel animal) lo hace exclusivo de los seres humanos que no pueden definirse como objeto aislado sino en la filosofía del encuentro.

Diálogo interior

Un último aspecto tiene mucho interés. Durante demasiado tiempo se han subrayado las normas dictadas para un diálogo sometido a los principios de urbanidad: es lo que dices al otro pero dejando al margen aquello que te dices a ti mismo. Se calcula que tenemos ochenta mil pensamientos diarios de los que el 80 % son experiencias verbales pero silentes, constituidas con aquello que nos decimos a nosotros mismos. Decía Zig Clar: “La persona más influenciable con la que hablarás todo el día eres tú. Ten cuidado con lo que te dices a ti mismo”.

Se habla ahora de toxicidad: de nada sirve que seas dulce y educado con el otro si gastas contigo una crueldad sin límites. “Todo el mundo está mejor que yo” / “No soy capaz” / “Van a por mí” / “A otro no se lo harían” / “No tolero mis errores” / “nadie me entiende”… Todo ello nos conduce a la angustia porque terminamos siendo guionistas (de terror) de nuestra propia vida.

Como siempre, hagamos caso a los poetas, a ese ‘Puente curvo de la Barra’ que cantó Neruda, el que “une dos soledades separadas / y, no pretende ser sino camino”, o este poema de Mario Benedetti, El Puente:

 

Para cruzarlo o para no cruzarlo

Ahí está el puente

 

En la otra orilla alguien me espera

Con un durazno y un país

 

Traigo conmigo ofrendas desusadas

Entre ellas un paraguas de ombligo de madera

Un libro con los pánicos en blanco

Y una guitarra que no sé abrazar

 

Vengo con las mejillas del insomnio

Los pañuelos del mar y de las paces

Las tímidas pancartas del dolor

Las liturgias del beso y de la sombra

 

Nunca he traído tantas cosas

Nunca he venido con tan poco

 

Ahí está el puente

Para cruzarlo o para no cruzarlo

Yo lo voy a cruzar

Sin prevenciones

 

En la otra orilla alguien me espera

Con un durazno y un país.