Música y letra
El pasado 31 de agosto se celebró el Día de la Lengua rumana. Por este motivo el Instituto Cultural Rumano, con sede en la madrileña Plaza del Cordón, organizó una jornada de puertas abiertas e inauguró una exposición dedicada al músico rumano George Enescu (Liveni-Vîrnav, 1881 – París, 1955) .
He de confesar que la primera noticia que tuve de éste al que llegaron a apodar “el Mozart rumano” fue hace unos meses y gracias a un artículo de la musicóloga doña Cristina Liliana Andrei, publicado en el Anuario del citado Instituto correspondiente a 2020. Esta autora recoge en ese artículo la opinión que sobre Enescu tenía el musicólogo francés Antoine Goléa:
“Enescu es, mediante el conjunto de sus múltiples y prodigiosas cualidades de compositor, violinista, pianista y director de orquesta, mediante su amplia cultura literaria y filosófica, mediante sus legendarias cualidades de bondad y generosidad, un hombre excepcional del Renacimiento, en el sentido más completo de la palabra, extraviado en nuestra época”.
Comienza a tocar el violín desde muy niño. Cuando cuenta con cinco años, un profesor del Conservatorio de Iasi, Eduard Caudella, le anima a iniciar sus estudios de música e intenta sus primeras composiciones un año después.
De 1888 a 1894 estudia violín, piano, armonía, contrapunto y composición en el Conservatorio de Viena.
Todo ello se refleja en los primeros paneles de la exposición: fotografías con sus padres, del Conservatorio vienés y de su expediente en ese centro, en el que abundan los “Sehr gut” y los “Wundergut”. Al verlo, recordé aquella fotografía del capítulo que dedicó don Eloy Fernández Clemente a José Martí en el libro “Aragón en el mundo” editado por la CAI en 1988. En ella se podía consultar el expediente del cubano referido a sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras cursados en la Universidad de Zaragoza, expediente repleto de Sobresalientes.
En los primeros paneles, el orden es cronológico y en los siguientes se combina este criterio con el temático: se destaca su actividad como violinista, pianista, director de orquesta y compositor.
En uno de ellos hay dos fotografías con Pablo Casals, genial violonchelista y originario de un “país donde hubo las primeras naciones unidas”, Cataluña, que “tuvo el primer Parlamento democrático, mucho antes que Inglaterra” (así, al menos, lo afirmó ante la ONU cuando recibió la Medalla de la Paz en 1971). No será ocioso recordar que lo que sí existía en aquellos siglos era un conjunto de condados, uno de cuyos señores, Ramón Berenguer IV casó con Petronila, reina de Aragón, y que el hijo de ambos, Alfonso II, “el Casto”, sería rey de la Corona de Aragón y gobernaría sobre el viejo Reino y el condado de Barcelona, amén de otros territorios. Y fue precisamente uno de sus sucesores, Alfonso IV, quien firmó un tratado con Ioan de Hunedoara, príncipe de Transilvania, tierra que siglos más tarde se integraría en Rumanía (Enrique IV de Castilla entabló, por su parte, relaciones con la Moldavia de Esteban el Grande, la región oriental rumana que es, precisamente, la patria chica de Enescu).
En ese mismo panel (todos están compuestos de fotografías, escritos y partituras dispuestos como un collage) se reproduce una carta de Enescu escrita en francés (con aquella despedida tan ceremoniosa del “Veuillez agréer l’expression de mes sentiments les plus distingués” que me hizo recordar aquellos años en que la aprendí en la Escuela Oficial de Idiomas, institución que es complementada por centros culturales tan volcados en la enseñanza de sus idiomas nacionales como lo es el Instituto Cultural Rumano, cuya sede matritense con tanto acierto dirige doña María Floarea Pop; esta exposición, junto con otras y multitud de cursos de lengua rumana y de conferencias, la edición de un interesantísimo Anuario, junto con una muy bien nutrida biblioteca (en la que he encontrado un libro publicado por la editorial aragonesa “Mira” sobre unos cuantos “figuras” del comunismo rumano, “Los clientes de la tía Varvara”, de Stelian Tanase), es prueba de ello. Otro recuerdo que me trae es el del borrador de aquella carta escrita por Costa en esa misma lengua francesa y recogida en una de sus biografías.
Hay otro detalle de la exposición que me ha parecido relevante: en ella se recogen fragmentos de documentos en rumano, inglés, francés, alemán y húngaro (y quizá en algún otro que me haya pasado inadvertido), evidencia de la peripecia vital y artística tan cosmopolita del músico rumano.
Se detiene con más detenimiento la muestra en la labor compositora de Enescu y dedica una mayor atención a una de sus obras (compuso más de treinta), la ópera “Edipo”. En ella trabajó una década y se estrenó en París en 1936 y, según la citada profesora Andrei, “gozó de un éxito rotundo”. Un reconocimiento del que también ha gozado, aunque en un momento demasiado cercano a su muerte (recibió el Premio Cervantes dos años antes de morir), el poeta Joan Margarit, en cuyos versos del poema “Platón habla” aparece también este personaje de la mitología griega:
“El hombre muera, y su polvo se une
con el tesoro de la tierra, pero
quedan Aquiles, Prometeo, Edipo,
Helena. Más reales aún que esa ceniza…”
Así mismo fue Enescu objeto de la admiración de sus compatriotas de la época, como Nicolae Iorga. Así lo demuestran unas líneas de éste sobre el músico, recogidas en otro panel. Fue Iorga uno de los intelectuales más influyentes en su tierra. Historiador y escritor incansable, pero también antisemita y autoritario, acabó siendo asesinado por los extremistas de la Guardia de Hierro. El recuerdo de todo ello me movió a comentarle a doña Andreea, la joven y amabilísima empleada del Instituto que me explicó lo recogido en los magníficos paneles, lo que le sucedió a otro profesor, el español (natural de Bilbao, como don Ramón de Basterra, autor de “La obra de Trajano”, fruto de su estancia como diplomático en Rumanía) don Miguel de Unamuno, catedrático de Griego en Salamanca, de cuya Universidad fue Rector, que miraba con simpatía la sublevación del 18 de julio y al poco tiempo se desengañó. Y hubiera sido linchado (junto al obispo de esa diócesis castellana, señor Pla i Deniel, catalán) por una multitud (así sí se puede) de falangistas de retaguardia tras aquella inauguración del curso académico celebrada el 12 de octubre de 1936, de la que lo más recordado ha sido el “Venceréis, mas no convenceréis”, si no hubiera sido por la presencia de la cuñada del Cuñadísimo en el Paraninfo salmantino.
Convencido queda uno, eso sí, de la relevancia como músico de Enescu. Por ello animo a los lectores de Andalán, en su mayoría aragoneses, a admirar este recorrido por la vida y obra de Enescu y que les haga recordar también a célebres pianistas aragoneses, como Pilar Bayona, María Ángeles Pociello, Luis Galve y Eduardo del Pueyo, a violinistas como Daniel Francés y a compositores, como el recientemente fallecido Antón García Abril (autor del Himno de Aragón), Ángel Mingote y Pascual Marquina Narro, entres tantos otros. Merece la pena.
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