«En los pueblos pequeños se oyen más los silencios que los gritos»
Si padre, han venido todos. A la hora convenida todos estábamos en la plaza, igual que en otras muchas ciudades del Estado. Estaban allí para que ni vuestros nombres ni vuestras historias queden por más tiempo en el olvido. Algunos tan viejos como lo serías tú de estar vivo. Abuelos y abuelas que llevan a sus espaldas años de silencios, de oprobios, de no poder siquiera contar lo que sufrieron, de pensar que su lucha al final parece que no sirvió para mucho. Solo faltaron los que ya han muerto, aquellos que se fueron pensando que la guerra no había terminado, que la paz estaba aún lejana.
Todos estaban allí, libres por fin de la mordaza que durante años les tenía callados, para reclamar vuestro derecho a ser localizados, ver abiertas vuestras tristes y olvidadas cunetas y daros un lugar digno donde descansar.
Sabes, padre, estaban allí por que esos falangistas, herederos de los que acabaron con vosotros, están muy envalentonados. Que más de un juez piensa que la Justicia la hace él, y casi se cree un dios todopoderoso capaz de empapelar al más pinturero de sus compañeros.
Por eso padre, por esas cosas, por que hay desazón, rabia, también vergüenza y hasta tal vez algo de miedo de que otra vez se repitan tristes sucesos como en vuestra época, por eso padre todos estábamos allí.
Todos juntos, ancianos, hombre y mujeres, y no lo creeras, también jóvenes.
Algunos de ellos solo saben de lo que sucedió por vosotros, por las historias que nos contabaís y que luego nos hemos encargado de transmitirles a ellos.
¡Quién iba a pensar que aquellas historias de los abuelos, siempre contadas en voz baja, entre murmullos, entre el orgullo por los ideales defendidos y el dolor, la impotencia y las lágrimas por sus consecuencias, volverían a hacerse presentes setenta años después!
La plaza se nos ha quedado pequeña de tantos como nos hemos reunido. Allí estaba Carmen, quién entre lágrimas recordaba a su padre fusilado nada más empezar la guerra en las tapias del cementerio. Y Marcelo, que comentaba que había venido para poder contarles a sus nietos que “él también estuvo allí», en esta concentración. “Por que es necesario dar la cara, salir y descubrirlos, porque por habernos callado tan tiempo siguen teniendo voz los fascistas”.
En su pueblo hay un lugar de esos que no tienen nombre ni estan señalizados. Donde yacen revueltos y sin identificar los restos de los fusilados durante la guerra, los represaliados de los primeros días, aquellos que ni siquiera llegaron a combatir. Me habla de un vecino suyo, un superviviente de la bolsa de Bielsa, a quién un día le regaló el libro de Julián Casanova: “bueno, solo de verle las lágrimas que se le cayeron, no hay que decir nada más, en los pueblos pequeños se oyen más los silencios que los gritos”.
Tambien he visto a tus antiguas vecinas, a Pilar y a sus primas la Paca y la Julia. Mujeres luchadoras, fuertes incluso en la ancianidad que recuerdan a sus padres y hermanos desaparecidos tras terminar la contienda. Pilar tuvo al suyo en prisión y condenado a muerte más de 13 años, cuando volvió, enfermo y hundido, solo tuvo fuerzas para conocer a la hija que había nacido tras su detención y morir.
Ves padre, ves como no os hemos olvidado. Por allí estaba Roberto, el hijo de Paquico, tu compañero de trabajo, que nada más verme me abrazó entre sollozos. Está muy mayor y estas cosas le afectan mucho. Me ha recordado historias de cuando tú aún vivías, de la clandestinidad, de las luchas sindicales, de las detenciones por ser de la CNT, las palizas y de cuando fuisteis a la cárcel. Aún se acordaba del episodio de la tía Juana, la lechera, de las muchas veces que le atacaban los falangistas por ser “roja”, luego le tiraban la leche y le pegaban una paliza. De cómo ella volvía una yotra vez a salir a la calle con la lechera, podían más su cabezonería y valentía que toda la barbarie falangista.
Cuando lo veo a él no puedo por menos que imaginar como serías tú si vivieras. Seguro que los dos seguiríais militando en el sindicato, viejos resabiados y protestones, pero con el alma joven y el ánimo guerrero.
Me ha hecho mucha ilusión abrazar a Elena, la nieta de Pascual, el del ultramarinos. Ya tiene una hija de cuatro meses y ha venido con ella porque como me cuenta “la justicia y la democracia son unos valores que inculcará a su hija”. También ella recuerda a su abuelo y a sus tres tíos, jóvenes sindicalistas asesinados nada más estallar la guerra en Épila. “Duele que no se investiguen estos crímenes, los fusilamientos de tantos jóvenes, hombres y mujeres que no habían cometido ningún crimen, tan solo militaban en partidos y sindicatos democráticamente constituidos”
Aquí nos tienes padre, han pasado más de setenta años, y parece que muchas cosas no han cambiado. Seguimos como en aquella época, ahora los bandos no luchan en las calles ni por los montes, pero siguen haciéndolo en el Congreso -donde se insultan como entonces-, en los tribunales y en los periódicos.
Da igual que gobiernen unos u otros, no hemos aprendido de aquella guerra ni de los cuarenta años de dictadura que le siguieron. Muchos creímos que con la muerte del dictador muchas cosas cambiarían pero ya ves, otra vez tenemos que salir a las plazas a reclamar por vosotros, por nuestros muertos, a pedir justicia, exigir que se reparen los daños causados a las víctimas del franquismo, a defender a quien se atreve a revisar la historia y buscar a los culpables de los crímenes de la dictadura.
Somos más viejos, pero no os olvidamos padre, ni a ti ni a todos los murieron defendiendo la democracia, a las víctimas del franquismo, a sus familias y a la memoria democrática española. Ninguna Ley de Amnistía puede anular el derecho de los descendientes a saber donde se encuentran los restos de los desaparecidos ni quien o quienes fueron los culpables de tanta barbarie.
Estate tranquilo padre, seguiremos luchando por vosotros, porque sabemos que al hacerlo luchamos por la democracia, la recuperación de la memoria y también el presente y el futuro de nuestros hijos.