andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.4. José Antonio Labordeta

Labordeta en Andalán

LOS ORÍGENES

Decir Labordeta y Andalán es, como diría un filólogo un poco redicho, una tautología, o una petición de principio. Porque Labordeta estuvo siempre, desde que lo soñábamos en Teruel, hasta el día del cierre, como decíamos en un cartel anunciador de 1972: con, desde, en, entre, para, por, según, sin sobre, tras… Andalán.

Aunque se trató de un grupo muy grande (a temporadas: otras había soledad y carencias de todo tipo) en el que muchos aportaron ideas, trabajo, discusiones, generosidad, y todos aprendimos ciudadanía, democracia, periodismo, Labordeta fue siempre la indiscutida cabeza, el hombre carismático al que todos acatábamos sin necesidad de plantearlo.

Su mítica figura, ya pronto conocida en toda España por sus canciones; su aspecto bronco y serio, pero a la vez chungón, sencillo, de costumbres y hechos de lo más aparentemente corriente, le hicieron desempeñar la imagen del padre o, mejor, del hermano mayor. Lo era, por edad, y por autoridad moral. A él, que no decía nunca que no a horas extras, a encomiendas ingratas, a debates interminables, ¿quién le iba a discutir?. No he estado nunca en un colectivo en el que hubiera tanta unanimidad en reconocer y querer al líder natural.

Como digo, habíamos preparado mil veces la llegada de la publicación, cuando aún estábamos en Teruel y yo logré ser admitido como alumno libre en la Escuela de Periodismo de la Iglesia y acabar esa carrera, que había simultaneado con la de Letras. Estaba de acuerdo en que esta tierra nuestra estaba muy atrasada, puy poco concienciada de sus problemas, muy conservadora, acomodaticia, temerosa. Y que los medios mejores para cambiar eso a medio plazo eran la educación (en ello estábamos ambos, por entonces, como profesores de Instituto) y los medios de comunicación. Y que convendría sacar una revista. Pronto acordamos el nombre, entre otros muchos, algunos disparatados, tomados del diccionario de aragonés de Pardo Asso; José Antonio preparó unas fichas con nombres y direcciones de todos sus muchos amigos, para conseguir su apoyo; y comenzamos a solicitar al Ministerio de Información y Turismo los consabidos permisos.

Llegaban uno tras otros los papeles devueltos, no conformes, y se nos negaba toda explicación de por qué se negaban, qué faltaba, cómo debíamos hacer para conseguir el permiso. Obviamente lo que no se quería era, simplemente, que sacásemos una revista. Las cosas fueron posibles, aunque también bastante rocambolescas, cuando llegamos ambos, con diferencia de un año, a Zaragoza, y el gobernador Orbe Cano mostró su empeño en permitir que este tipo de revistas culturales tuvieran su lugar en un régimen que ya se iba debilitando y gentes como él querían cambiar.

Así fue como empezamos, presentando el primer número en L’Ainsa el 15 de septiembre de 1972. La historia se ha contado muchas veces. Me centraré en lo que hizo José Antonio, aparte esa ya citada, invariable, autoridad moral, con la que tantas veces cortó una discusión que se agriaba y no encontraba salida, o rompía un momento de abatimiento con una broma somarda, o empujaba a todos (“Venga, hombre, échanos una mano”) a colaborar.

 

Labordeta por Cano en Calendario

 

 

SUS COLABORACIONES

Es muy difícil establecer apartados entre toda la maraña de sus muchísimos artículos firmados. Y, claro, imposible, aludir a los no firmados, tanto tiempo después: porque faltaba muy pocas veces, y siempre daba ideas interesantes para el editorial y luego contribuía a la discusión del primer borrador y a encontrar un buen título. Y escribió muchas “cosicas” sin firma. Pero, de las firmadas, me atreveré a decir que hubo de todo tipo, la mayoría de los textos impregnados de su fuerte ironía, pero también, con frecuencia, de ternura, emoción contenida y melancolía.

Y todo era, siempre, aun en los casos más terribles, más duros y peligrosos, esa materia mágica en que sólo algunos elegidos logran convertir cuanto tocan: literatura. Puede que alguien entienda esto como una frivolidad; pero es lo contrario: José Antonio sabía decir cualquier cosa, grande o pequeña, personal o social, histórica o de futuro, muy bellamente, con palabras convicentes y hermosas. De ahí que no sea fácil agrupar sus escritos por temas. Todo apelaba al ser humano, a su radical individualidad y deseo de felicidad, duración, compañía. Y sus muchas frustraciones porque todo eso no era fácil.

Labordeta creaba y cerraba secciones nuevas. Pocas duraron mucho, pero todas tenían éxito: lo que ocurría es que a él dejaban de motivarle, le aburrían. Podemos inventariar la que firmaba “Polonio” (“El dedo en el ojo”), tantos “Paisanajes”, las “Crónicas saldubienses”, las “Epístolas alodiales”, la “Paletonia”, los trece artículos que firmó como “Lamberto Palacios”, y aquellas colectivas en que colaboró: desde alguna reseña de libros (por ejemplo, a los Cuentos completos, de Aldecoa) a las magníficas Galeradas.

 

AUTOBIOGRAFÍA

Labordeta ha amado siempre mucho Zaragoza, y en especial el mundo del Mercado Central, al lado del cual vivió infancia y mocedad, en el Colegio que su padre dirigía, de Santo Tomás de Aquino. La Casa, regida durante décadas por su mítica madre; el Colegio; los profesores y maestros; los alumnos, muchos de ellos compañeros de estudios y juegos; y el mundo entorno, con sus miserias y sus escondidas grandezas y asombros, de “la Preñadica” al “Baulero” o Joaquín “el Guarda”. Y amaba la ciudad toda, añorando un pasado ya irreversible (“Adiós, Espumosos, adiós”). Muchos de esos textos han trascendido luego, incluídos en varios de sus libros.

La amistad admirada hacia su hermano Miguel, el tremendo impacto de su muerte tan temprana e inesperada (“¿Por qué, Miguel, te fuiste?”), sobrevuelan esos y otros muchos textos. Y también todo ese mundo, que irá desgranando en diversos artículos, el de Niké y los amigos de Miguel: Manolo Rotellar, Luciano Gracia, Guillermo Gúdel, Julio Antonio Gómez, Manuel Pinillos, Emilio Lalinde, Manuel Sopeña, y un largo etcétera, en el que no faltaban semblanzas de gentes de la cultura como Santiago Lagunas, Víctor Bailo, José Alcrudo, Luis García Abrines…

También aportó sus años turolenses, recordados con nostalgia (“Meditación sobre un mapa vacío” o “A la busca de un país olvidado”). Y lloró, claro, la emigración, como en sus canciones.

 

LOS PAISANAJES

Tenía especial habilidad para enfocar personas y obras, siempre en positivo, aunque a veces sus comentarios en privado fueran corrosivos y utilizase el tan denostado “Flojico, don Luis” con otros socarrones fines. Hablaba de personas a las que quería, valoraba, respetaba, nunca por quedar bien.

Además de los ya citados del entorno de Miguel y el Colegio familiar, escribe Labordeta de Pablo Serrano o dirige una carta muy emocionante a Diana Gastón, que murió en plena adolescencia. Hablaba de Juan Goytisolo o de Gabino Alejandro Carriedo, de los hermanos Pascual Rodrigo o José Luis López Zubero, de Aute o de Resines. O de Antonio Ferrer, el cocinero poeta.

Hizo una entrevista magistral con Manuel Tuñón de Lara (“Los otros historiadores de España”, en 1972), maestro de muchos de nosotros a quien visitó alguna vez en Pau y trató luego en Zaragoza en los frecuentes viajes de aquél. Aunque tenía una sólida, espléndida formación histórica y muchos antiguos alumnos recuerdan sus amenas, productivas, interesantes clases como profesor de Historia, apenas esbozó esas ideas en algún artículo como “Un mítin zaragozano en la guerra de África”.

 

LA CRÍTICA DE LA REALIDAD

Era su desazón por las injusticias, atropellos, corrupciones, uno de los principales motores de artículos redondos, duros, radicales. Por supuesto, el gran fondo de todo, entre 1972 y 1977, la falta de libertades y de democracia. Usaba con frecuencia el tono jocoso, el desmadre, llamando la atención de los hechos que quería denostar. Así, titulaba en la serie de “Polonio”: “Nene, caca”; “Yo, sigo”; “Los tontos”; “Papel de calco”; “Testimonio de un náufrago”; “El parte”; “P’al Pilar”; “Polonio for concejal”; “Yo defiendo a Perico”; “Los nostálgicos”. O un artículo muy celebrado sobre “El neomudejarismo baturro”.

Entre los que firmó como “Lamberto Palacios” están: “Mayoría de edad a los cuarenta años”; “Los hidráulicos contemplativos”; “!Qué grande será la Romareda!”; “Ja-Ja-Jaca: universidad feudal”; “La cría del hurón”; “Un cierto olor a democracia”.

Otras veces se animaba con una pequeña excursión que motivaba su disfrute, como cuando escribe “En Borja y con patatas a la marinera” o “Una tarde gratuita”. O en “Nugando: por el grupo folkórico Val d’Echo”. O cuando habla de “Un viejo llamado Dylan”.

Más contundente es cuando habla de política. Incluso de la propia y querida: “PSA o la ingenuidad de una hermosa utopía”; “Del realismo socialistas y otras solidaridades”; “Pido la paz y la palabra”, “El Pregón”, “Autonomía aragonesa o viceversa”; “De la autonomía, los intelectuales, las depresiones y mi muñeca vestida de cuatribarrada”; a las Crónicas del Forano.

 

LAS GALERADAS Y LOS APUROS DE ANDALÁN

Las Galeradas fue una separata coleccionable de textos de autores en su mayoría aragoneses, de una gran importancia por sus contenidos, ilustraciones, presentaciones, que quizá algún día alguien crea conveniente reeditar en forma facsimilar. Creo que fue una idea de Luis Ballabriga, en todo caso muy decididamente apoyada por Labordeta desde el principio. Daba nombres y efnoques, ideas y planteamientos. E introdujo con textos muy hermosos e interesantes las suyas propias, y las de, al menos, José Luis Rodríguez, Julio Antonio Gómez, Luis Ballabriga, quizá Ignacio Ciordia y Antonio Artero (que van sin firma), Carmen Magallón, Antonio Gómez, Luciano Gracia (estas dos firmadas por “Lamberto Palacios”), Gabriel García Badell, Pablo Serrano, Poetas por la Paz, Anchel Conte, Javier Delgado… Además de publicar, casi al final, su tremendo relato “Mediometro”.

En cuanto a la propia vida de la publicación, no era muy dado a hablar del presente suyo ni colectivo. Pero lo hizo cuando afrontábamos importantes dificultades, o evocando esos momentos. Eran artículos serios, tristes pero grandiosos, en que lo político se elevaba sobre todo lo demás: “Asaltar la libertad”; “Y si alguien queda parado”; “Un cuento titulado Andalán”; “De la resistencia al desencanto”; “Un tipo llamado Fernández”…Y, creo que también se refería a ello “Acusaciones desconsideradas”.

Esta contribución podría ser muy larga, si se dedicase a recoger y glosar algunos textos, !tantos magníficos!, de los publicados. Creo que no es el caso, ni es una tarea posible, salvo en una dedicación plena o tesis doctoral. Debo, pues, terminar, y lo haré muy rápida y brevemente, resumiendo todo lo dicho en que José Antonio Labordeta nos enseñó, sobre todas las cosas -y fueron muchísimas- a apreciar, usar, vivir gozosamente, el don de la amistad, que él ha prodigado siempre a manos llenas.