andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.5. Intrahistoria
«Andalán» y «Casa Emilio»
Aunque muchas de las gentes que pasaron por «Andalán» (quien esto firma, José-Carlos Mainer, José Juan Chicón, Ángel Vicién, los hermanos Hormigón, etc.) conocíamos a Emilio Lacambra desde las aulas del Colegio de los Escolapios, a partir del nacimiento de la revista se creó un lazo tan fuerte con la tradicional y entrañable casa de comidas, que pronto superó lo meramente coyuntural o de servicio. Acudíamos allí a comer (a cenar sobre todo) a precio muy razonable y con sabor casero, los ternascos y menestras, los melocotones y natillas, y el champán pródigo (muchas veces de la mano generosa de Emilio: es su estilo de saludar) porque en esta vida es necesario tener cosas que celebrar: al menos la esperanza, la amistad, el buen humor mantenido siempre.
Pero también por el especial ambiente que nos acogía, la seguridad, la confianza con que allí sentías que podías hablar, como en casa. Y llevábamos a cuanto conferenciante traíamos por la tierra, de Tuñón de Lara a Josep Fontana, de Pepe Batlló a Vázquez Montalbán (que luego ya sabe ir sólo y pedir Lalanne, tan gourmet como es él). El ambiente de «Casa Emilio», feliz confluencia, corno las calles que cruzan ese enclave, de camioneros de solera y gentes del rojerío, era el más adecuado para festejar y conspirar planificar y debatir. Aquello de Gramsci que tantas veces nos ha repetido Javier Delgado, incansable, de «las fuerzas del trabajo y la cultura».
Estaba, además, la propia militancia a tope de casi todo el personal de la casa, la vivencia de los movimientos de barrios en que Emilio tan destacado papel tuvo en los años difíciles, la simpatía común con proyectos culturales tan interesantes como el Teatro Estable. Los de Casa Emilio, cuya capacidad de atender y entender a gentes muy diversas es casi milagrosa, supieron ver muy pronto, desde el número uno, qué era y qué quería ser Andalán. Y jamás faltó su apoyo: en forma del anuncio fijo, impertérrito, más señal de constancia y fe en aquello que publicidad real; de ahí los anónimos que hubo que soportar cuando el fascismo se retorcía en sus estertores. Y en forma de noticias, que venían de este celebrado «mentidero»: el periodista aragonés ha sabido desde hace lustros que nada hay mejor para captar noticias que venirse a comer aquí y saludar a dos docenas de conocidos. Díganlo si no Pablo Larrañeta, Luis Granell, Lola Campos, José Ramón Marcuello, Julia López Madrazo, Enrique Ortego, Antonio Peiró y tantos otros que hicieron sus armas en la redacción de Andalán y sus estómagos y olfatos en la cocina emiliana. Alguna vez, Emilio colaboró incluso con algunos escritos, aunque no es muy dado a ello, pero ¡en tantos años!, algo iba cayendo. Se dejó, sí, hacer varias entrevistas y «paisanajes», donde quedaba constancia de esta y otras de sus tareas políticas, sociales y culturales.

Andalán en Casa Emilio
Aquí tuvieron lugar muchas decisivas cenas andalaneras, desde la primera, multitudinaria, que organizó José Mari Lagunas, hasta las últimas. Al principio, aún bajo la dictadura, tras alguna reunión de lunes no demasiado tardía, pedíamos de postre, con el guiño del camarero de turno, una buena ración de Radio París, que llegaba puntualmente a las once, con aquellas inolvidables voces de Ramón López (que era el periodista navarro, muy conocido aquí, Moncho Goicochea), José María Madern, Adelita del Campo. Años terribles, interminables, en que podía más la esperanza que la espera, en que la solidaridad permitía aguantarlo todo.
Las citas eran, de manera casi automática, «en Casa Emilio» (lo cual más-de una vez hizo presentarse a las diez de la noche a algún despistado en «casa de Emilio (Gastón)», con las consiguientes risas), santuario reparador de las hambres físicas y la inmensa necesidad de calor y compañía. Tan es así que hoy [1989?], dos años después del cierre de Andalán, las gentes que lo hacíamos, otras que lo apoyaban de diversas maneras y aun algunos que no llegaron a tiempo pero participan de aquella «música», hemos formado, por iniciativa de José Antonio Labordeta y con el entusiasmo y poder de convocatoria de Luis Alegre, una cena-tertulia mensual, los primeros lunes de mes, evocación de aquellos lunes inolvidables de consejo de redacción. Una vez más. Casa Emilio, que crece y sigue, es un eslabón con aquellos años y aquellas ilusiones. Los primeros han pasado; las ilusiones, todavía no