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Despedida a Luis Granell, 23 febrero 2022

Luis solía hablar a media voz, con una educación aristocrática que nada tenía que ver con sus postulados vitales. A media voz, también, le decimos adiós en nombre de la clase periodística, constatando que el modelo de Periodismo que él defendió corre el peligro de convertirse en especie en vías de extinción.

Los primeros pasos profesionales de Luis se encaminaron en realidad a la Geografía, cuyos conocimientos aplicó para contar la actualidad como si fuera un análisis cartográfico de las entrañas de nuestra tierra. Un Aragón que en los 70, en palabras de J.A. Labordeta, estaba saliendo de años de amargura, y que tuvo en el periodismo –y en Luis- unos aliados imprescindibles.

Fue corresponsal de potentes medios nacionales, como Informaciones y Diario 16, construyéndose una agenda de contactos muy provechosa. También formó parte de la redacción de Aragón Expres y de otras cabeceras. A las puertas de este vespertino se formaron colas para leer la crónica de Luis sobre las revueltas en la Universidad, donde se tapió la Facultad en la que estudiaba. Qué tiempos aquéllos.

En Andalán acompañó a Eloy Fernández Clemente y al grupo de Teruel que promovió la revista, presentada luego en Aínsa. Empezó trabajando como secretario de redacción y, ya veterano en la casa, en septiembre de 1979 sustituyó a Pablo Larrañeta como director del entonces semanario, que a sus 7 años de vida atravesaba su etapa más periodística, tras una agitada división interna entre periodistas e intelectuales. Tensión dialéctica, lo llamaba Luis.

Él era asimismo persona en continua tensión dialéctica, si bien por entonces pudo centrar sus esfuerzos en Andalán, de tal manera que -según su confesión-  el semanario fue durante años su vida y su refugio. Allí narró el incendio del hotel Corona de Aragón y alentó reportajes que dejarían huella, como los tramposos proyectos de trasvases del Ebro y los abusos laborales de médicos en Teruel. Aquel atrevido titular de Caciques de bata blanca hizo temblar esa ciudad y, de paso, Zaragoza.

Por razones de brevedad no voy a nombrar a quienes entonces formamos equipo con Luis, y que hoy muchos estamos aquí. Aseguro que no fue un jefe cómodo, pues era un fanático de la forma, las fuentes, el contraste, el punto de vista, los datos, los participios, los gerundios, las preposiciones. Del rigor, del matiz, del contexto. A veces salías de su despacho azul de director al borde del derrumbamiento anímico.

Hoy le damos las gracias a Luis por ese rigor casi extremo en su magisterio; por suerte se las dimos también en vida, algo que le ruborizaba. Ese nivel de pulcritud convirtió a la revista en un semillero de bregados profesionales que luego nos extendimos por El Día y otros medios.

Es cierto que hicimos un periodismo combativo, pero respetando la esencia del buen Periodismo. Ahora que se está preparando el 50 Aniversario de Andalán (Eloy y el gobierno de Aragón están en ello) echaremos en falta la presencia de Luis, y otros amigos.

Sin querer personalizar, rescato de mis recuerdos el día que me encargó cubrir una entrega de despachos de Teniente en la Academia General Militar. Mi negativa fue rápida. –Luis, ese reportaje es para alguien que haya hecho la mili- le dije. Podéis imaginar que no cedió y para hacerme la tarea más cómoda tuvo la santa paciencia de dibujarme en una hoja cada rango del escalafón militar, con estrellas y galones. Era difícil doblarle la voluntad y rebatirle su pulcritud.

En El Día Luis estuvo un año y pico, en tareas culturales, con un entusiasmo pienso que diferente, hasta que pasó a las Cortes. En esta casa, donde no siempre se sintió correspondido, acabó jubilándose sólo en el plano laboral. Este mismo acto constata que tuvo una vida caleidoscópica, cargada siempre de buenas intenciones y pasión, de un optimismo rayano en la ensoñación.

Durante sus cuatro años como presidente de la Asociación de la Prensa de Aragón, acometió la remodelación de la sede y creó el Centro de Prensa, que va a llevar su nombre. Algunos de su equipo no coincidimos con él en todo, pero (en palabras de un amigo común) Luis no siempre tenía razón, pero siempre tenía razones para defender sus posiciones. Este es un rasgo con el que quiero ir terminando nuestra despedida desde el Periodismo y desde el corazón.

Los medios y las redes sociales han glosado estos días su figura, su contribución a causas difíciles de ganar. Cientos de abrazos y elogios han recorrido muros, chats y comentarios, dando una idea de la activa vida social de un hombre tranquilo. Como amigo aparecía y desaparecía, era un Guadiana previsible en sus gustos, firme en sus afectos y terco en los ratos de soledad. Su familia, a la que todos los periodistas damos un cálido abrazo, era su cobijo más seguro.

Elijo una frase leída por Internet que –barrunto- sintetiza el sentir de todos: Luis, ¡cuánto amor dejas! También dejas muchas lecciones de buen periodismo, buen ciudadano y buena persona.

Gracias, maestro.  Buen viaje, compañero del alma, compañero.

 

Lola Campos, sucedió a Luis Granell como directora de Andalán