Nº 9, 15 enero 1973, p. 2.
ENTRE DOS CULTURAS: NACIONAL MADRILEÑA E IMPERIAL CATALANA
-PUBLICADO EN “L A V A N G U A R D I A ESPAÑOLA” el 7 del XII – 1972.
Andalán, según el «Nuevo diccionario etimológico aragonés» con el que mosén José Pardo añadía, va para siete lustros, cinco mil voces al Borao y a los aragonesismos del de la Academia, es la zanja abierta para plantar varios árboles (plantado a Andalán) en vez de hacer un hoyo para cada uno. Pero es también, desde comienzos del presente curso, el título de un vivaz, combativo e inteligente quincenario que en Zaragoza publica Eloy Fernández Clemente, secundado por un equipo tan informado como desmitificador. Quiero decir, que nada de lo que sucede mundo adelante le es ajeno y que, en consonancia, las cuestiones no las resuelven con una jotica ni una alifara. Están muy en la línea europea, y muy al día en punto a contraste de pareceres. Y tocante a Aragón, que obviamente mucho les importa, no se andan con pelos en la lengua.
Mucho podría citar a la vista de los seis números —sendas dieciséis páginas de a dos palmos y muy intencionada ilustración—hasta ahora aparecidos. Me contentaré con unas catas, suficientes para mostrar el talante dé la publicación. Empecemos por la cuestión de la lengua. Contra el diario oscense que al lenguaje de una parte de la provincia tildó de «patués» o mero castellano adulterado, felicitándose de que los modernos sistemas de comunicación y la escuela acabarán barriéndolo, el profesor Anchel Conte opone, como más verdad, que en esas zonas altoaragonesas lo que se está perdiendo, por castellanizado, es el aragonés. «Resulta divertido que se creen museos etnológicos —escribe— para conservar, encerrados en vitrinas y perfectamente clasificados, los objetos propios de nuestra cultura popular y no se ponga remedio a la paulatina desaparición de lo más auténtico del país: la lengua. Tal vez pretendan, ¡quién sabe!, que se acabe de morir para momificarla y ponerla en una preciosa urna donde diga: «Aquí yace la lengua aragonesa. Desapareció, a golpes de castellanización y desprecio, a finales del siglo XX».» Desprecio achacable en alguna porción a los treinta y tantos procuradores en Cortes aragoneses, que al respecto no dijeron esta boca es mía en el debate de la Ley de Educación, favorable —por lo demás— a esa obra revitalizadora. siempre que haya obreros dispuestos a acometerla.
Voy a otro punto: «La cultura nacional madrileña», según se titula el editorial del segundo número, que partiendo de una verdad de a puño cual es que la vitalidad cultural no se refleja exclusivamente en la capacidad de consumo de productos culturales, cuanto en la propia capacidad de producción, lamenta que la promoción cultural al uso, consista en gastar millones del común para contratar espectáculos forasteros, mientras el Teatro Estable —caso de Zaragoza, y no solo de allí— no recibe ayuda alguna y, encima, ha de pagar al personal del teatro municipal que les acoge. «En el fondo —léese en dicho editorial— se trata de disimular la pobreza cultural de provincias mediante una amplia campaña propagandística de «descentralización» (?) por el sistema de producir en Madrid una serie de espectáculos destinados a ser pasados en fulgurantes giras por la geografía hispánica, eludiendo el problema real de la necesidad de creación de centros culturales repartidos por todo el país.» Insistiendo en esa cultura nacional-madrileña, y ciñéndose a su pintiparado vehículo que es TVE, en otro lugar sugieren que el menguado crédito que nuestro deporte recibe de fronteras afuera pudiera aprovecharse para sacar del vergonzante espacio de U.H.F. a escritores y análogos, y pasarlos al canal nacional, «para que las gentes empezaran a sentirse orgullosos de la cultura de su país y viesen que tenemos poetas, novelistas, pintores, ensayistas (de cada género dan un par de nombres). Y hasta en los anuncios se podrá cambiar el texto y decir: Leer es cosa de hombres—»:
De otro editorial más, estas andanadas: «¿Qué les habremos hecho a nuestros vecinos catalanes? ¿Qué famas, glorías, tierras les habremos quitado? ¿Qué negocios pisado? ¿Qué europeísmos usurpado? ¿Qué revoluciones industriales usucapido? ¿Qué territorios diocesanos amputado? ¿Qué inmigrantes absorbido? ¿O será que la lengua hace al hombre? Entonces ¡reivindiquemos Murcia con sus diminutivos en ico! ¡O despojémonos del Noroeste euskerízado! ¡Pidamos la integración de la Ribera en Castilla! Y dejemos a los chesos y a los suprarbienses que hagan un mapa canijo de Aragón compuesto por unos gloriosos delitos de agüelicos armados de sus fablas monumentales y ancestrales.»
Y a la vista de ciertos mapas catalanes proponen —de mentirijillas un nuevo programa cartográfico donde Hospitalet figure como enclave almeriense, Salou como «carrer* de Zaragoza, la propia Barcelona por capital de una microrregión charnega y lo demás se le repartan M. Pompidou, por heredero de Carlomagno y Mariano Horno Liria, alcaide de Sarakusta-Albeida y continuador, por lo mismo, de aquel Almoctadir que gobernó Lérida, Tortosa y Denia.
Y de contera, siempre «andalaneando» traeré las sensatas palabras del historiador Durán Gudíol, vicense y discípulo de monseñor Junyent, pero también canónigo de Huesca hace un cuarto de siglo: «No nos hemos comido y no nos comemos mutuamente. Alguna patadica en la espinilla, como la de algún mapa de una Cataluña que llega al Cinca, es saludable. Cuando se nos pica, saltamos los aragoneses. Y esto es muy saludable. Yo llamaría santa a una definitivamente llevada, rivalidades entre Aragón y Cataluña.» — Y por las transcripciones. — M. [ASOLIVER]