andalán 50 años » II. Des-velando Andalán » 2.10. Andalán en relación a/con:

50 años de Andalán y el PCE

Aquellos años 72 eran tiempos de esperanza, una esperanza batallada que estaba dispuesta a soportar sobre sus dichas y desdichas cualquier riesgo que mereciera la pena. Es posible que a esas alturas de la historia, Aragón hubiera empezado a ganar una cierta presencia en lo que algunos ya llamaban, con no poca exageración y mucha vaguedad, el hilo del nuevo progreso. Aquello del Polo de Desarrollo había dado a Zaragoza provincia un cierto auge industrial y la había llevado a crecer por encima de otros crecimientos provinciales, y hasta Alberto Ballarín, entonces un ilustre notario y un conocido experto del campo, había propuesto un Plan de Aragón, que, si bien se quedó en propuesta, sí tuvo algunos destacados aduladores. Así eran los años, pero eso no reducía ni de lejos el hecho de que Aragón estuviera lejos de reconocerse a sí misma y de que, por si fuera poco, tuviera sobre sí muchas y graves amenazas, digamos el trasvase del Ebro, por poner un ejemplo incontestable.

En medio de este cúmulo de perspectivas de poco recorrido y de peligros cercanos, y mientras la Universidad se llenaba de demandas, y otras muchas voces –también voces obreras- confluían en su batalla personal, social o política por la libertad, Andalán llegó para dar, si no una respuesta, sí un aldabonazo en el lugar de las necesidades. Llegaba de la mano de un pequeño grupo de decididos esforzados (y una decidida esforzada), con Eloy Fernández Clemente tirando de ellos (y ella). Y así se veía, y se entendía su llegada: Libertad, Aragón y cultura. Todo en un mismo paquete y en una misma esperanza.

 

 

 

Iniciada la marcha y puesta en pie la idea, seguro que más de uno la creería visionaria, lo cierto es, y ello sin duda –a estas alturas ya hay perspectiva suficiente para saberlo-, que Andalán llegó a ser tanto un lugar de encuentro y de esfuerzo intelectual y militante por Aragón y la democracia, como un instrumento de primer orden de denuncias, de reflexión y hasta de propuestas.

En el Partido Comunista de España, la llegada de Andalán fue recibida como una muestra más de las voluntades de cambio que se iban haciendo presentes. En conversaciones mías con Vicente Cazcarra, Secretario General del Partido, Andalán aparecía con frecuencia como una de las referencias de los cambios, y como un medio, muchas veces indispensable, para conocer aquello que, en la información regular de la prensa, estaba hecho a gusto del poder, o estaba desaparecido. Fueron muchos los militantes del PCE que, de una u otra forma, formaron parte del grupo de “andalanos”, escribiendo en sus páginas o discutiendo en sus consejos. Javier Delgado, tan joven él entonces y tan combativo y dialéctico siempre, José Carlos Mainer, Lola Albiac, Mariano Anós, Juanjo Vázquez, Juan Antonio y Mariano Hormigón, Anchel Conte… y tantos más que ahora se me escapan, no dejaron de estar en el meollo de la revista, unos con la opinión política, otros con la explicación o la crítica, todos con el empuje y la decisión que la revista precisaba. Eso sí, y tengo razones para poderlo decir sin matices, el PCE, el partido, nunca tuvo en Andalán una “presencia  política”. o, dicho más a las claras, nunca dio, ni es esos años primeros de nacimiento y dureza, ni en años posteriores, ya los de la democracia,  la más mínima instrucción ni el más mínimo mandato sobre “cómo estar” en la revista. Quienes por allí anduvieron se representaron a sí mismos, mandatarios fueron de nadie. Sí es verdad, y eso debo decirlo, que hablé yo mismo con Vicente Cazcarra de la necesidad de hacer llegar a Andalán las “listas negras” de obreros que habíamos conseguido en el despacho de abogados donde yo ejercía, y que cuando el director, Eloy Fernández Clemente (san Eloy, al decir de José Luis Cano), fue detenido, sí hubo “instrucciones” de movilización a favor del detenido.

 

 

Ahora, a los 50 años del comienzo de aquel recorrido, no está mal dejar constancia de cómo una revista, nacida con empuje y compromiso, en un lugar del norte aragonés y con solo un puñado de entusiastas, se convirtió, como recordaba J.C. Mainer, en un “destacado impulsor del rearme democrático aragonés”. Vista su historia, no pocas gracias son debidas a ella y nunca todas podremos suficientemente ofrecerlas.

Por cierto –y vaya esto como un apéndice personal-, en el último número de Andalán, de enero de 1987, el que cerró su andadura, la primera página está compuesta con una foto electoral mía, confundida en un marasmo de letras e imágenes. No era un buen momento para aparecer, pero sí fue un honor participar, aunque fuera así, de la despedida.

 

Adolfo Burriel