¿Eran ateos los de Andalán? No se sabe. Casi nunca salía el tema abiertamente. Se abordaron, sí, muchas cuestiones religiosas; había varios miembros de conocida militancia cristiana (Bayona, Biescas, el amigo Bada) y solíamos mostrar un gran respeto en los artículos referidos a esos temas. Precisamente un libro muy conocido entonces –de Bada, Betés y Bayona- concluía que había mucha izquierda de origen cristiano.
No sabemos si fue casualidad o explica cómo estaban las cosas, pero entre muchas gentes emocionadas, acudió a saludarnos a la presentación en Aínsa en 1972 el obispo de Barbastro, mosén Damián, deseándonos una buena trayectoria.
Tratamos poco pero siempre con respeto el templo, tan poco estimado artísticamente, del Pilar. Precisamente en el número 3, que salía a mediados de octubre de 1972, escribía Guillermo Fatás sobre “El Pilar, ¿monumento trascendente?”, destacando su importancia estética.
Lola Campos escribió sobre el Centro Pignatelli, recordando cómo esos amigos habían sufrido en 1973 una multa de 25.000 pesetas a una de las conferencias, de Rafael Belda, calificando de palabras subversivas un texto de la asamblea de obispos y sacerdotes. O cómo el 15 de septiembre de 1975, dos reuniones habituales, una de trabajadores del metal y otra de maestros, la Policía penetró en el Centro, detuvo a 30 personas y publicó un informe en la prensa en que explicaba de forma tendenciosa ¡que se había desarticulado el Partido del Trabajo!. “Y nos impuso una multa de 100.000 pesetas cuando colgamos un escrito en la puerta de la Iglesia explicando la verdadera versión de los hechos”. Lola Campos concluía: “Cambiar el sentido del cristianismo ha sido uno de los lemas de estos jesuitas que… han actuado sabiendo que no contaban con la aprobación de las autoridades religiosas aragonesas y que, en sus palabras, han sido criticados por unos y mitificados por otros. «Hemos hecho lo que creíamos justo», es su conclusión”.
En la cuaresma (febrero) de 1974 tuvo el obispo de Bilbao, Añoveros, un duro enfrentamiento con el gobierno de Franco, a causa de su homilía sobre el derecho del pueblo vasco a su identidad, cuando hacía dos meses del asesinato por ETA de Carrero Blanco, y la respuesta contundente fue el destierro para el obispo, algo inaudito, acusado de lanzar ataques subversivos contra la unidad nacional. Los reportajes sobre el tema de Luis Granell fueron de lo más leído esos días.
En abril del 74 Gonzalo Borrás escribió un emocionado texto sobre su compañero de curso en el Seminario, Domingo Laín: “Un cura aragonés ha muerto luchando, al frente de la guerrilla colombiana, en alguna parte del mundo”.
El progresivo distanciamiento entre las posturas ideológicas y pastorales de los grupos cristianos más avanzados de la archidiócesis zaragozana, y el arzobispo Cantero se patentizó públicamente con motivo de la carta abierta de los primeros (publicada en el número 43 de ANDALAN), a propósito de una pastoral del segundo, desembocando en enfrentamiento abierto en agosto de 1974 con el caso Fabara. Calificamos la destitución del buen párroco Wirberto Delso como “más que un problema clerical”, bloqueado por “intentos de diálogo frustrados, prohibiciones, cartas e incluso amenazas de excomunión, entre el palacio de la plaza de la Seo y este clero, joven en su mayoría, que desarrolla su labor en bastantes pueblos y en parroquias obreras de la ciudad”. Apoyamos a Wirberto y a los otros treinta curas que tras ser imposible una solución, pasaron al estado laico; no hubo mejores crónicas en toda España que las de Luis Granell y Ángel Delgado.
También causó sorpresa y hasta escándalo, que el arzobispo Cantero visitase en Torrero (junio de 1975) al director de la revista, Eloy Fernández, “como colega periodista que era”.
Cuando el cardenal Tarancón tuvo el valor de hablar en la coronación del nuevo rey en términos de libertad y justicia, liderando lo más progresista de la Iglesia, apoyamos su figura y obra en varias ocasiones.
Hubo cumplida crónica del Encuentro fe y Secularidad en 1978, en Madrid, al que asistieron varios de nosotros (Marquina, Eloy, los amigos Bada, Ortíz Osés), además de Alemany, debatiendo con los Ruiz Giménez, Aranguren, Miret Magdalena, Pedro Altares, Alfonso Carlos Comín, Manuel Sacristán, y los teólogos Benzo, Gómez Caffarena, Díez-Alegría. Pocas respuestas satisfactorias, muchas preguntas.
Publicamos en marzo de 1980 una carta abierta de Roberto Miranda y Pedro Mendoza (Misión Nyangwa, Burundi) dirigida al papa Juan Pablo II en la que tras afirmar “Somos católicos como tú y sacerdotes como tú. No dudes el amor de esta carta, aunque te parezca atrevida. Es una carta-protesta”, concretaban: “Vemos que en el Vaticano intentáis restaurar situaciones irrepetibles. Frenáis la búsqueda de algunos cristianos. Llamáis la atención a cristianos de la categoría de Shillebeeckx, Pohier, Iniesta, Metz, Hans Küng y otros. Nosotros, hermano, queremos llamarte la atención a ti: recordarte algunas cosas. Al paso que lleváis, va a ser un honor ser amonestado por Roma. No hagáis nuestra institución más retrógrada de lo que ya es. Tú sabes bien que la Iglesia es un medio, no es un fin. No resucites la Inquisición. No caigas en la tentación de controlar la Iglesia”.
Celebramos en 1980 los diez años del Centro Pignatelli, compañero, incluso compartiendo los odios de algunos gobernadores: “más de diez años de vida política, religiosa y cultural zaragozana, aragonesa y española. Es recordar tiempos difíciles del franquismo, sanciones, momentos cruciales de la transición, problemas… Porque este centro regentado por los jesuitas ha sido caja de resonancia de una sociedad que empezó a sentir necesidades de reunión, discusión, libertad y cambio cuando casi todo estaba vetado”. Y glosaba Lola Campos la figura de Jesús María Alemany, “uno de los jesuitas que hizo posible lo imposible”. Por cierto, como queda dicho en la ficha del fallecido Tomás Muro, se nos obligó a tener dos periodistas titulados más, y se ofrecieron muy amables tanto éste como el jesuita Julio Colomer, que dirigía su revista «Hechos y Dichos».
Con motivo del segundo viaje del papa a España, octubre de 1984, el profesor de Derecho J. A. Tello, explicaba las actitudes de la Iglesia Católica, al repasar su trayectoria durante la más dura etapa de franquismo. Eloy Fernández firmaba un largo artículo denunciando “la pésima imagen que últimamente presenta el Vaticano a la sociedad civil española… con escándalos financieros y tortuosos interrogatorios inquisitoriales a lo más lúcido de sus teólogos latinoamericanos”; señalando la “decisiva influencia en la formación de mentalidades, en la forja de un determinado tipo de sociedad”; la escasa identificación con lo aragonés, el traslado del único obispo aragonés en las diócesis, mientras “El Pilar, por contra, sigue siendo un símbolo ultraconservador, que apenas genera cultura, ni religiosa ni de la otra”. Y concluía: “No es hora de anticlericalismos trasnochados, y … sería deseable recabar de instituciones y creyentes católicos un grado mayor-de participación responsable en los graves problemas que la construcción, aquí abajo, de la justicia en libertad comportan. Deberíamos compartir tantas luchas por la paz, contra la nuclearización de nuestro territorio, por la solución al paro, por el cambio cultural auténtico y profundo”.
Pocas veces se interrumpía la legendaria reunión del Consejo de los lunes. Una de ellas, seguro, era cada año el Lunes Santo, porque por nuestra calle pasaba la “Procesión de los Gitanos”, en la que se oían escalofriantes saetas, y llenábamos los balcones para escucharlas y volver al trabajo en cuanto pasaba.
¿Eran ateos los de Andalán? No se sabe.