Jorge Gay, Pintor y académico de Bellas Artes de San Luis
- “pintar es construir un mundo para sobrevivir a la realidad”
- Zaragoza
- • Jorge Gay habla apasionada y líricamente de su vida y su pintura. En las largas charlas mantenidas nos describe su vida en el Hogar Pignatelli, el Colegio de Marianistas, el gran apoyo de sus padres para sus caminos por el arte y gratas experiencias en La Codoñera y el belén navideño familiar que marcaron su camino..
- Sus estudios en la Academia Cañada y en Bellas Artes de Barcelona y Madrid, Segovia, Venecia, Roma y París.
- Describe las fases evolutivas de su pintura, sus fuentes y caminos recorridos por el arte donde ha conseguido altas cotas de reconocimiento
- Se despide hablando de su ciudad, de Zaragoza:
“Zaragoza es mi ciudad. Aquí nací, aquí vive quien amo. El huerto al que volví. Zaragoza me ha facilitado mucho esa labor. Hasta he sido nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad. Sólo me queda estar eternamente agradecido”
NACER EN ZARAGOZA ¿QUÉ SUPONE?
Nací en Zaragoza. Un 26 de agosto de 1950. «Cuando la baquelita, el cartón y las figuras de plomo; sin pérgola ni tenis. La noche que murió Pavese”. En el patio central del Hogar Pignatelli. En el primer piso del ala izquierda del edificio, aledaño a la iglesia; allí vivíamos. Allí nacieron también mis hermanos. Entonces las madres daban a luz en casa.
Mi padre, maestro de profesión, era también jefe de maestros educadores de aquel centro, cargo que ejerció durante casi treinta años. En aquel gran edificio, una ciudad dentro de una ciudad, lugar de acogida para niños socialmente desfavorecidos o muy desfavorecidos, me ocurrieron muchas cosas de las que guardo fiel memoria. Conocí a buenos y leales amigos, jugué al fútbol como vertiginoso extremo y en los jardines que coronaban elegantemente la entrada principal, junto a una fuente lánguida y un tilo centenario, pinté mi primer cuadro al óleo.
¿QUÉ SUPUSO EL HOGAR PIGNATELLI EN SU INFANCIA?
El Hogar Pignatelli, actual sede del Gobierno de Aragón, era un gran caserón situado en un barrio muy céntrico de la ciudad con características muy singulares. Siempre lo he definido como barrio metafísico, pues su estructura y ordenamiento recordaba a la pintura italiana del “novecento” y muy especialmente a las de Carrá, de Chirico o Sironi. Se entraba en él cómo quien entra a un sueño: ”Las casas eran cubos y paralelepípedos grises y cilindros rígidos de color rojizo en calles delineadas por un tapiz de tapias”.
Salvo una calle recta, populosa y vital que lo atravesaba, su trazado estaba compuesto de cuarteles, iglesias, conventos y hospitales. En un extremo, como lugar de algarabía y fiesta: la plaza de toros, con sus corrales, chiqueros, perfume de orín, patios de arrastre y de cuadrillas; en otro, cerrando el horizonte, la estación de tren “Campo Sepulcro” cuyo nombre ya ayuda a dar idea de cuánto intentamos describir. Por ella, de madrugada, pasaban larguísimos trenes lucientes cargados de suspiros y de almas errantes.
El resto de aquel barrio carecía de vida doméstica. A la caída de la tarde todo quedaba desierto y en silencio. Sólo lo rompía algún motorista loco y cada media hora un tranvía que avanzaba lento con sus lamentos de hierro y quejidos leñosos.
EL COLEGIO
Aquel paisaje de fugas rectilíneas y orden somnoliento que tanto influyó en la construcción de mi memoria, durante el curso, en mi infancia y adolescencia, lo abandonaba todas las mañanas para literalmente cruzar la ciudad e ir al que durante ocho años fue el colegio donde estudié bachillerato.
Mi colegio eran unos edificios de ladrillo claro, funcionales y racionalistas, con austerísimos campos de deportes. Ennobleciendo el lugar, como epicentro, un palacio de orden arquitectónico indeciso que, en otros tiempos, un potentado naviero construyó a su esposa. Estaba en las afueras; camino del Bajo Aragón, entre campos de cultivo, acequias sinuosas y alguna nave industrial desvencijada y humosa. Por aconteceres trágicos de la vida el matrimonio nunca lo habitó. Pasados los años, casi abandonado, allí se instaló la orden Marianista.
Si en el caserón donde vivíamos cundía el desamparo y el desvalimiento, donde estudié todos aquellos años fue todo lo contrario: allí acudían los niños de la parte más favorecida y acomodada de la ciudad.
¿Un cambio social importante?
Sin duda. Con el tiempo comprobé que aquella disparidad que yo vivía diariamente como algo natural, era motivo de profundísimos desgarros, y eso, creo, me permitió tener una visión amplia y ajustada de lo que significa interpretar el arco social que nos toca vivir y tomar conciencia plena de ello.
Marianistas era en la ciudad el centro pedagógicamente más avanzado, por eso mis padres lo eligieron; aunque, por desgracia, en aquel entonces todavía no se contemplaba ni valoraba como modelo educativo eso tan de hoy de la inteligencia emocional u otros vectores sicopedagógicos básicos en la educación de la infancia. La evidencia de su ausencia provocó en mí ciertos desajustes.
Sin duda eran otros tiempos.
Allí hice también buenos y leales amigos y seguía jugando al fútbol encendiendo de vértigo las áreas y al baloncesto y al hockey sobre patines y hasta fui cantante solista en el coro del colegio. Sin embargo yo estaba en el mundo de otro modo: Distante, ensimismado, tal vez hasta rebelde.
¿SU FAMILIA LE APOYÓ EN SU CAMINO ARTÍSTICO?
Mi lugar, mi interpretación del mundo, poco tenía que ver con la enseñanza que regía en aquel tiempo. Por eso siempre agradeceré a mis padres la compresión, el respeto a mi mundo interior y la aceptación de todos mis propósitos cuando tuve que decidir el camino a seguir; cuando en vez de elegir una carrera convencional me decanté por estudiar Bellas Artes. Mi padre jamás se interpuso, jamás obstaculizó el camino, al contrario, defendió y facilitó mi decisión. Hago hincapié en este apartado porque en aquel tiempo estos estudios, este camino a seguir, se consideraban una arbitrariedad, una opción antojadiza, sinónimo de indolencia cuando no de molicie y por ello sentías verdadera presión social cuando no burla. Las enseñanzas artísticas no eran nada serio y en el mejor de los casos se entendían como un juego, un pasatiempo, pero jamás algo consistente con lo que reconocer el mundo, entender la vida y sobre todo labrarte un futuro.
CUANDO Y CÓMO DECIDE EL CAMINO DEL ARTE
¿CÓMO FUE LA EXPERIENCIA DE LA CODOÑERA?
En la formación artística de mi infancia, además del barrio metafísico que envolvía mis ojos día a día, hubo dos paisajes y algunos episodios singulares, que siempre he considerado decisivos en mi vocación, y aun a riesgo de repetirme o abundar en lo ya dicho otras veces, creo que fueron para mí de vital importancia. Por eso, una vez más, me animo a relatarlos.
Comencé a pintar de muy niño. Nada en mi entorno lo impedía. Desde niño anduve entre lápices y colores, lecturas y objetos que invitaban al ensimismamiento. Pero donde descubrí el embeleso por pintar fue en un lugar llamado La Codoñera. …”Uno de aquellos días de verano y vacaciones, en un pueblo color de almendra y teja desgastada, una mañana transparente, viendo con embeleso como mi padre perfilaba en acuarela los cuervos que revoloteaban la torre de la iglesia, se me reveló la pintura; la capacidad de misterio que tiene el gesto de pintar. Aquel ademán preciso que retenía el aleteo de los pájaros, me produjo un vuelco en el corazón, un deslumbramiento. Era un estado entre la impotencia por lo inabarcable de su comprensión y el misterio de ver en un instante el vuelo parado, parado el tiempo, detenidos los pájaros, la hora, la luz…La existencia toda en un trazo. Algo así puede invitarte a pintar toda la vida”.
Su padre tuvo un papel importante
Mi padre, como ya he comentado, era maestro, como mi madre, y pintor aficionado muy entusiasta. Fue un gran pedagogo y psicólogo avanzado para los tiempos que corrían. Él, de modo cariñoso y sagaz, siempre me invitaba a acompañarle cuando en vacaciones, por las mañanas, salía al campo a pintar acuarelas.
¿Qué descubrió en La Codoñera
En aquel pueblo descubrí la pintura. Allí descubrí la luz. Cada uno es del lugar donde descubre esa luz. Luz con la que seguir viendo. Es entonces cuando se te revela el mundo. El mundo entero se resume en el paisaje que descubres de niño. La niñez es patria y destino. Un lugar, un hogar donde volver. Allí empiezan a educarse los ojos del corazón. Alguien sabio decía que la fiesta que fue nuestra niñez nos hace eternos.
¿EL BELÉN INFLUYÓ EN SU ARTE?
Otro paisaje que considero muy importante y que siempre recalco es Belén; pero no Belén de Judea sino el belén que cada año montábamos en casa para celebrar la Navidad. Fue un modo silencioso e indirecto de educar el gusto, la escala, la proporción; de valorar la relación de la forma con el contenido.
Es sabido que tanto Tintoretto o Pousssin y muchos otros, se hacían construir pequeños escenarios habitados por figuritas de barro que ellos mismos modelaban y decoraban, lo que les permitía ordenarlas en el paisaje y crear el concepto compositivo. Allí encontraban el espacio- tiempo para explicar el mito y hacer posible el relato. También ellos construían su “belén.”
¿El belén era misterio? ¿Influyó en su vida?
Sí, lo era. Por encima de todo el andamiaje estético el belén era un lugar donde latía el misterio. No debe olvidarse que de un cajón de madera, envueltos en serrín y papel de periódico, junto a las ovejas, los camellos y pastores, no sólo sacábamos a los tres Reyes Magos con su deslumbrante hechizo oriental sino al mismísimo Dios tendido en una cuna. Del 8 de diciembre hasta el 7 de enero, que lo hacíamos volver a la obscuridad, se quedaba en casa con nosotros. Ese acceso tan fácil y directo a lo divino no se repetía en otros aspectos de la vida. Luego, además, llegarían el desmoronamiento de las certezas; la caída del relato elaborado para defendernos del caos y explicarnos el misterio del universo y el derrumbe de todo el ideario que enmascaraba el miedo: Llegó el final de la inocencia. Sin embargo aquella iniciación “divina” tan llena de emociones, tan surrealista y poderosa, se apoderaba de ti y en ti quedaba. Allí, frente al belén, medí uno a uno a los dioses que fueron creciendo mientras crecía yo. Allí creció el sueño de lo armonioso, de lo exacto, del lugar donde no sobra nada. Eso que en las artes se define decoro creció en mí como un juego y en mí continúa latente.
Una infancia feliz con ternura familiar
También con el tiempo he sido consciente de que aquel paisaje del belén se construía con toda la ternura que mis padres fueron capaces de depositar en cada uno de sus gestos. Del mismo modo que con los cuervos que pintaba alrededor de la torre de la Codoñera, ver cómo mi padre culminaba aquella escenografía belenística, perfilando con puntitos blancos las constelaciones en un cielo de papel azul oscuro, es una imagen que queda indeleble, inmarcesible, en la memoria de cualquier niño. La infancia es la edad de los hallazgos perdurables. Esos instantes de magia son los que definen el mundo de los descubrimientos, y uno querría hacerlos vivos en cada uno de los cuadros que pinta, como sinónimo de pureza, de embeleso, de turbación, de armonía y de amor.
Aquel lugar también desempeñó un papel germinal en mi formación y mi memoria.
SUPO COMBATIR LAS ENFERMEDADES A TRAVÉS DE LA PINTURA
También en los primeros años de colegio, si hago memoria de ello, hubo un episodio que por sus características, bien podría considerarlo crucial en mi relación con la pintura.
A los doce años y a los trece tuve consecutivamente, una por año, dos enfermedades que me dejaron postrado en cama durante muchos meses. Primero una pulmonía y al año siguiente una hepatitis.
Aquellas enfermedades exigían un reposo absoluto; sobre todo la hepatitis.
Por entonces mi afición a la pintura ya se manifestaba. A esa edad tan temprana madrugaba todos los días para poder pintar antes de ir al colegio. Lo hacía del natural. Sobre una mesa del comedor de casa componía bodegones coloristas con objetos variados y frutos del tiempo que a continuación pintaba con lápices y ceras.
Durante aquellos periodos largos y mórbidos, (entonces no teníamos televisión) mis padres me inundaban de revistas, libros y tebeos.
¿Montó un taller de pintor en su casa y en la cama?
Como las circunstancias me impedían seguir pintando les pedí a mis padres la posibilidad de hacerlo de algún modo. Entonces construyeron un artilugio compuesto de gran tablero con caja incluida donde guardar las pinturas. Sin duda alguna las sábanas sufrían consecuencias, pero eran daños colaterales; un mal menor. Me erguían el tronco sobre las almohadas, yo doblaba las piernas y sobre los muslos colocaba el tablero con un papel Ingres de tamaño considerable: 50 x 70. Así pintaba. Así pinté todos aquellos meses cosidos por la quietud y el silencio. Fruto de aquello fueron un buen montón de pinturas que en parte todavía hoy conservo en el fondo de algún archivador.
A pesar de aquellas adversidades y quebrantos, que a la postre fueron pasajeros, nunca perdí curso; no sé muy bien cómo pero siempre conseguí aprobar. Sin embargo, algo se quebró en el limbo feliz que era mi infancia. De todos modos la manera de asumir y huir de la enfermedad a través de la pintura, dando sentido a la quietud impuesta, seguro que también influyó en mí y me hizo entender la pintura y vivirla como algo diferente que te hacía crecer y hasta soñar.
OTROS MODOS DE EDUCACIÓN SENTIMENTAL
En aquellos días de la infancia y en lo que se refiere a educación indirecta de la fantasía y mitologías personales, hubo un episodio que también he contado alguna vez, pues sin duda sirvió para alimentar mi imaginario personal.
Por entonces, en los quioscos de prensa, que olían a sidral y lapicero Alpino, se vendían periódicos y todo tipo de revistas, novelas, chuches y baratijas; pero lo que yo siempre iba buscando eran unos sobres, como los de los cromos de futbolistas, que contenían un montón de recortes de celuloide: Fotogramas sueltos y disparatadamente mezclados de todo tipo de películas en color y blanco y negro: Indios, reyes, vaqueros, princesas, paisajes medievales, astrales o abisales…
Esos recortes se veían a contraluz a través de un pequeño visor cuya lente ampliaba la imagen.
Pues bien, el recuerdo de mi soledad en la quietud inalterable del cuarto de la plancha, rodeado de trastos y silencio, concentrado, embelesado, abducido, abstraído y construyendo con mi imaginación todo tipo de argumentos e historias para cada una de las escenas que veía, siempre he creído que fueron momentos de introspección y fantasía que también contribuyeron, humildemente si se quiere, a mi educación sentimental y mi concepción del mundo.
LA ACADEMIA CAÑADA DE ZARAGOZA
Cuando terminado el bachillerato decido comenzar mis estudios artísticos, Zaragoza no tenía lo que ahora son Facultades y en aquel tiempo Escuelas Superiores de Bella Artes. Empecé a prepararme, como tantos otros, en la academia de Alejandro Cañada. Don Alejandro era una institución en la ciudad. Fue un maestro serio, eficaz, de profundo conocimiento académico; entrañable y próximo, al que siempre agradeceré su paciencia y sabia manera de encauzar a los alumnos y especialmente la libertad, que en aquella época sombría y opaca, sabía propiciar a su entorno.
Academia. Dibujo al carbón 120 x 180 cm, 1971
Cada uno ha resuelto su aprendizaje del modo que creyó más oportuno o simplemente el que fue posible cuando empezaba pintar. El mío fue la Academia, método muchas veces denostado , pero que a mí , en aquel momento, me sirvió para empezar a ver, para reconocer la forma y entrar en su estructura, para comenzar a construir el camino que llevara a las preguntas…
ESCUELAS SUPERIORES DE BELLAS ARTES DE BARCELONA Y DE MADRID
De allí pasé a la E.S.B.A de S. Jorge en Barcelona, ciudad en aquel tiempo luminosa y muy comprometida políticamente. Finalmente, trasladé la matrícula a la E.S.B.A. de S. Fernando en Madrid, ciudad también grande; vivaz pero algo gris y a veces hasta siniestra. Allí terminé mi licenciatura.
En Barcelona viví en una pensión muy céntrica de habitantes dispares e instalaciones imprecisas. En Madrid lo hice en un lugar no menos céntrico y una peculiaridad en el hostal que me gustaría reseñar: todas sus habitaciones, bajo las camas, tenían abierta una gatera por donde, en las noches, cruzaba sigiloso y radiante un conejo blanco. Aquella casa fue derribada.
¿Fue un buen alumno?
En la medida de mi capacidad fui un alumno entregado, ferviente, necesitado de saber y de aprender. En estos centros no siempre se cumplen las expectativas pero siempre puede haber un compañero, un profesor, un catedrático que puede deslumbrarte por su experiencia o su sabiduría. En ese momento del aprendizaje, cuando eres una esponja y donde todos los poros están abiertos, cualquier frase, cualquier indicación o consejo sirven para abrir un mundo lleno expectativas.
Además, por aquellos años, comienzos de los años setenta del pasado siglo, el Ministerio de Educación y Ciencia me concedió durante dos veranos consecutivos la beca de El Paular para la Residencia de Paisajistas en Segovia. Durante esos veranos, rodeado de compañeros que pintábamos por placer, comencé a reconocer el pulso del oficio y como el color me acercaba un poco más al corazón de las cosas.
Si bien en mi obra siempre tuve preferencia figurativa, esa opción nunca ofuscó mi entendimiento ni fue obstáculo para comprender que tanto el Arte, como su enseñanza, han de concebirse de forma amplia y radicalmente plural. Siempre me he sentido muy alejado de esa arrogante postura que se autodefine académica, que culmina en el anquilosamiento, cuando no en un decidido elogio de la caspa.
En algunos casos aquellos centros de enseñanzas artísticas, aquellas Escuelas Superiores, podían ser decepcionantes, pero en estas disyuntivas siempre procuré estar en el lado optimista del espectro y si hiciera resumen de aquel tiempo, procurando cierta ecuanimidad, debo decir que tuve catedráticos que todavía llevaban en la yema de los dedos el rastro reciente de la pintura española; todavía latía en el corazón de alguno de ellos la pintura de siempre, herederos directos que eran de los Ibéricos, o de la Escuela de Vallecas o del paisajismo venido de Haes, pasado por Muñoz Degrain y Martínez Vázquez: Barjola, Villaseñor, Martínez Díaz, García Ochoa, los mediterranistas de la joie de vivre como Amat y Puigdeangolas, el gran dramaturgo y escenógrafo Francisco Nieva o catedráticos de Historia del Arte como José Milicua , Santos Torroella o el poeta Joaquín Gurruchaga.
Quiero decir con esto que si bien aquello no eran la Bauhaus, la Central Saint Martins o la Academia Estatal de Stuttgart, que por supuesto no lo eran , en algunos casos no carecían de cierta densidad espiritual para empezar a entrar en el mundo veleidoso del arte, con sus características tan específicas y peculiares.
Un momento destacado de su aprendizaje
En mi periodo de aprendizaje tuve momentos importantes, pero el que recuerdo cumbre, el álgido, de la enseñanza recibida, lo viví en Roma cuando disfrutaba la pensión que obtuve para la Academia de España. Fue en la Galeria Doria Pamphili ante una obra de Caravaggio:”Descanso durante la huída a Egipto”. Allí el gran historiador y por entonces también alcalde comunista de Roma, Giulio Carlo Argan, impartía un curso sobre el Barroco. Recuerdo aquella tarde inolvidable y como fue describiendo palmo a palmo la pintura y el modo sabio de descifrarla. Aquello que decía, un flujo subterráneo y profundo que te hacía volar, era hermoso, compacto, satisfactorio y nutriente. Algo que te hacía soñar uniendo definitivamente Arte, Historia y Vida. Sus palabras llevaban al paraíso de la cultura y de la inteligencia.
Fue muy importante para mí. Una lección de ética y estética que me traspasó: la belleza enseña. Lo bello convoca a la memoria y nos despierta. Nos da otra interpretación del mundo. Un modo no utilitarista de estar en él. Aquella narración de Argan era de una belleza insustituible que hacía vibrar el corazón. Aquello: la belleza, lo culto en su máximo grado, eso que ilumina al ser humano, era una forma de resistencia, un modo diferente de estar en el mundo. La condición humana provoca la barbarie pero también lo bello.
Todo puede comprarse salvo el saber. El saber conlleva esfuerzo. “Lo fácil lleva a la oscuridad” dijo el poeta. La belleza lleva la luz que cultiva los huertos.
VENECIA
“En Venecia fui a buscar la voz de los de siempre”
Terminada la carrera comencé a viajar pensando que así podía abrir los horizontes de mi imaginación. Viajar daba también sentido a la existencia. Y viví en Venecia donde fui a buscar la voz de los de siempre. En Zattere, muy cerca de la casa de Gardella en el canal de la Giudecca. Allí alguna vez, de forma sigilosa, Tiepolo me dijo: ”Aunque veas putrefacto el canal, los palacios en ruinas, agrietarse los puentes y agotado respires el rumor de los peces, no decaigas, la vida continua”. Venecia esperó paciente la impaciencia de mi juventud. Todavía servía como engaño.
Al tiempo, como he dicho, obtuve la pensión del Ministerio de Asuntos Exteriores para vivir en la Academia de España en Roma.
Retrato en Venecia. 1974
ROMA CIUDAD DE PARTIDA
«Roma era, siempre fue, la ciudad de partida; la púrpura excelencia donde navega el vértigo”
Dejé una España crispada en transición y llegué a una Italia herida y escindida. Llegué a Roma justamente el día que Alberti la dejaba. Para Italia también aquellos fueron años políticamente convulsos y de plomo. Al poco de llegar mataron a Aldo Moro. La ciudad estaba invadida de manifestaciones y policía. Esa Roma fue la que viví. Aún así siempre me fue luminosa.
Roma era la Historia entera, era vivir el verso de un poema inmenso. A Roma vas a dejarte envolver por el frenesí del pasado con la intención de hacerlo futuro. A vivir la arquitectura: Allí la descubrí. Allí intenté cargarme de pasado, de esa necesidad por preservar lo eterno y hacerlo nuevo y entendible a los ojos de hoy. Nos construimos desde el pasado: aquel que nos impulsa siempre hacia adelante.
Dice Ida Vitale:”Cuidado. No se pierde sin castigo el pasado; no se pisa en el aire”.
Italia era ir a buscar ese pasado. Pasar del asombro al conocimiento para saber ordenar y poder construir desde ese lugar. Acudir a la memoria e ir con ella más allá para forjar un mundo sensible. Llenarte de estímulos y destellos visuales y aprehenderlos, retenerlos y llevarlos contigo en forma de arquetipos; después, en el estudio, acudirás a ellos para saber poner lo que falta y no añadir nunca nada a lo que sobra.
Como colofón de un aprendizaje casi oceánico pero íntimamente poético, en Italia me dejé envolver por toda la pintura mural que desbordan sus muros milenarios.
Italia me hizo sentir y definirme pintor.
Al poco de mi vuelta de Roma y de Venecia conocí a Nieves, mi compañera. El camino comenzó a tener una nueva luz.
El lugar de los sueños. Casa de Aragón en Barcelona.
Técnica mixta sobre lienzo pegado a DM. 311 x 410. Lateral izquierdo. 2009
Mural Los alegres resquicios del Sol. Fundación Virgen del Pueyo, Villamayor (Zaragoza).
Técnica mixta sobre lienzo pegado a DM. 2,10 m x 5,35 m. 2008
El amor nuevo. Fundación Amantes. Teruel. Técnica mixta sobre lienzo pegado a DM. 330 x 520 cm. 2004
Tuve la fortuna ,cuando estudiaba, de que el catedrático de pintura mural de la Facultad de Bellas Artes de Madrid fuera don Manuel López Villaseñor. Él me descubrió la pintura italiana sobre muro y la imprescindible e ineludible necesidad de verla en directo. El encanto que produce verte rodeado, envuelto, por estas obras es una experiencia estética difícilmente igualable. Este embeleso, este misterio es el que he pretendido levantar en cuantos lugares he tenido el privilegio de poderlo hacer. Siempre estaré profundamente agradecido.
ETAPA DE PARÍS
Tiempo después, bastante tiempo después, viví en París. De nuevo con el deseo de ensanchar el mundo. Compartí casa con el también pintor Pepe Cerdá, amigo cuya inteligencia y generosidad facilitó muchísimo nuestra estancia; convivir tres años, como hicimos, no es tarea fácil y vivir en una gran ciudad tampoco. Vivíamos en un petit pavillon, con dos jardines, junto a Porte d’Italie. Muy cerca de allí vivieron Aguayo y Saura.
No fue como Roma, no podía serlo, pero fui con el mismo entusiasmo y deseo; dispuesto a dejarme impregnar por todos cuantos poros de mi cuerpo todavía estuvieran abiertos.
Fue un tiempo hermoso; divertido, vivaz, repleto de interminables cenas regadas de vino y de Calvados que terminaban más allá del desayuno. A ellas acudía una variadísima muestra de invitados. París fue un canto a la amistad y a la vida y también al trabajo que quedó reflejado en algunas de las exposiciones que hice por entonces en Barcelona y Ámsterdam o más tarde en Madrid y Bilbao
Fue tiempo de visitar arquitectura, galerías, talleres o museos maravillosos; rutilantes unos y escondidos otros, casi desconocidos o muy poco frecuentados, como el de Bourdelle, Moreau, Maillol o el de Arts et Metiers, entonces todavía sin remodelar, donde quedé deslumbrado por el hipnótico péndulo de Foucault…No hubo icono o lugar representativo que nos pasara inadvertido o que no frecuentásemos.
Aquel tiempo pasó como un suspiro.
“París la de la luz, el color, la de las musas…París la de los huesos húmeros, camisa abotonada, la de los aguaceros.
A veces a los pintores la ilusión nos pierde”.
Por grande que sea la ciudad que habites, no ha de ser más grande tu gesto, tu sueño o tu criterio: la intensidad, el misterio, no se contagia por ósmosis, ni asciende al corazón por capilaridad.
CÓMO AVANZA SU PINTURA
El arte no avanza en línea recta.
“No eres flecha. Espiral eres que crece, te expandes como aceite, fluyes como agua antigua, empapas lo que alcanzas, bañas los sentidos, los conmueves.
Manas siempre de la remota, oscura, de la misma fuente que invadió los tiempos.
Velázquez y Picasso nunca fueron más intensos ni mejores que Chauvet o Altamira. Liguetti es Monteverdi. Ronchamp irradia siempre la misma luz que el Partenón de Atenas”
Mi pintura se ha ido ensanchando; poco a poco ha ido haciendo un camino propio. Poco a poco, creo, ha ido surgiendo una voz propia; un ideario que, al final, intenta reflejar el camino recorrido.
Diversas épocas de su pintura
Muy al principio me sentí influenciado por aquellas tendencias que a partir del Romanticismo se hacían en comunidad, en hermandades, desde la que creció en el entorno de Willian Morris, o la de los prerrafaelistas ingleses y los nazarenos alemanes, a la escuela de Barbizón o los Nabís… Aquella era una manera juvenil, entregada, algo naif de acercarte a la pintura. Luego llegó la travesía. Aquel tiempo sirvió para ir haciendo paso a paso el mismo trayecto que recorrió la Historia. Para intentar decantarla, comprenderla. Por tu cabeza pasaban la Abstracción, la Bauhaus, el Dadá, las vanguardias rusas, los neoplasticistas… Sumar, asimilar cada uno de los pasos que dieron los pintores, los artistas, para intentar entender…Esa era la tarea: No sólo saber dónde se encontraba el Arte; sino en qué lugar me encontraba yo…Y para eso atravesabas una cordillera; un bosque casi inexpugnable. Todo lo que era entonces y es hoy en día la respuesta que da el Arte a la sinrazón de la Historia.
Ese fue el camino que tuvimos que hacer cuando estudiábamos, cuando fuimos creciendo en nuestro trabajo. Pero me gustaría subrayar que lo terrible del siglo XX no fue la desaparición de todas las certezas estéticas, ni de la belleza burguesa, apaciguadora y gratificante, lo aterrador del siglo XX, y en estos días volvemos a comprobarlo, fueron las dos guerras mundiales con sus holocaustos incluidos que dejaron yermo y vacío el espíritu humano. El Arte, entonces, estuvo obligado a cruzar el desierto encendido de la Historia para poder volver a hacerse creíble a los ojos de la humanidad, sabedor de que la dialéctica de la razón no sirvió para evitar la barbarie.
Timo y Rosa en el Museo del Prado. Oleo sobre lienzo . 200 x 200, 2006
Muchas veces he dedicado cuadros a pintores que admiro.
Este lo hice pensando en la escritora Rosa Chacel y su marido el pintor Timoteo Pérez Rubio que siendo Presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional le tocó , al final de la guerra civil y ante la amenaza de ser bombardeado, dirigir la difícil operación de vaciar el Museo del Prado y trasladar a Ginebra sus fondos más emblemáticos.
El salvó la pintura.
En este homenaje hay también un gesto metafórico de seguir salvando la pintura, de seguir creyendo en ella como gesto artístico.
Evolución del estilo expresivo
Pasados todos estos filtros y decantados, poco a poco, y de nuevo para seguir manteniendo el pulso de la figuración que a mí siempre me interesó, para hacer mi particular retour à l’ordre, mi ritorno all’ordine, fui a buscar respuestas y salidas entre las páginas del Realismo Mágico de Franz Roh, o la Nueva Objetividad alemana, o “il Valori Plastici” italianos. Y paseé también por la figuración inglesa de los cincuenta o la catalana de Sunyer; caminos todos ellos que venían de Poussin, Ingres, Cézanne o Rousseau pero también de Böcklin o Klinger. Hasta indagué en la Escuela de S. Francisco con Diebenkorn a la cabeza y en otros pintores o tendencias que el foco impertinente y cegador del show business hubiera podido esconder o enmascarar. El caso era seguir haciendo creíble la pintura que me interesaba; el pulso de la figuración.
¿Un resumen de la pintura del siglo XX?
El recuento podría ser muy amplio y pluridisciplinar pero si después de todas las decantaciones, de todas las travesías y todos los avistamientos tuviera que hacer un resumen de la pintura del siglo XX diría tres nombres que para mí son cumbres: Picasso, Beckmann y Sironi.
EL ARTE
“todas las artes son solo una”
El arte es uno y todas las artes son caminos paralelos que sin embargo tienen la virtud de entrecruzarse. La música, la poesía, la arquitectura, la pintura, el cine, la escultura, el teatro o la danza. Es una idea que se dice con medios distintos. Todas, absolutamente todas las artes son sólo una. Eres tu quien debe tomarles el pulso y convivir con ellas. Una a una, en mi medida, he ido comprendiéndolas, desentrañándolas para vivirlas desde dentro y sentir cada una de ellas con la misma intensidad, sabiendo que me acompañaban, que las llevaba conmigo.
Sobre lecturas de arte
Aquel modo de descifrar la pintura, como la descifraba Argan en aquella inolvidable tarde en la Doria Pamphil siempre me interesó y sin ser un especialista, siempre he procurado estar en contacto con ese mundo a través de ensayos y textos sobre las ideas estéticas, teoría del arte, o su función social… En aquellos años de formación me acompañaron y me siguen acompañando y releo con gusto autores como el propio Argan, George Steiner, Jean Clair del que admiré en París su maravillosa y fugacísima exposición ”L’âme au corps” o Herbert Read ,el crítico y pensador anarquista inglés al que he acudido muchas veces . También John Berger, Kenneth Klark, Argullol, Calasso, Gombrich, Anthony Blunt, V. Bozal… y hasta Hans Sedlmayr en su rocosa edición granítica de Rialp del año 1957. La lista es muy grande. Son muchos los autores relevantes. En ella me recreo y a ella acudo cuando lo necesito. Como también a los escritos y reflexiones sobre arte que a lo largo del tiempo han hecho los propios pintores; los artistas…
QUÉ ES PINTAR PARA JORGE GAY
Para mí pintar es ordenar la memoria y construir un mundo. La pintura es un gesto remoto, pintar es un mirar antiguo. Es la suma de infinitas miradas llegadas a ti desde la Historia. Un gesto que traes al presente. El mismo que hicieron los hombres en las cavernas de Lascaux, Chauvet o Altamira. Es la necesidad de retener lo eterno. Es ir a encontrar el orden inmutable de las cosas en la Naturaleza. La permanencia. Lo remoto pero latente, lo desvanecido pero auténtico. Se dibuja y se pinta para hacer las ideas visibles. Para llevar con nosotros la escala de cuanto nos envuelve; la esencia de lo que miramos. Dibujar es elegir una línea y distinguirla del marasmo real que nos rodea.
Pintar es construir un mundo al que acudir para sobrevivir a la realidad. Un lugar donde poder volver con nuestra memoria. Pintar y dibujar es penetrar bajo la apariencia de las cosas para ir a encontrar su estructura, comprender su interior e intentar desvelar el misterio del mundo.
“ Pinto como el de ayer, procurando crecer en cada cuadro, llegando con él a donde puedo, ensanchando el mirar, el deslizar del juego, el hilván indeciso de las sombras. Pinto para contar, para cantar la vida y celebrarla y hacer con ello un tiempo sin horas ni minutos.
Mi paisaje es nuevo, no ha existido jamás. Como siempre en él conviven el dolor y la luz.”
“No se trata de que aquello parezca sino de que sea. Pintar no representa. Cuando pintas construyes. Lo que allí queda pudiera ser que sea: el orden del azar, el césped de los sueños, equilibrios del caos en la balanza. Pintar no sólo es, aunque también lo sea, jugar con los colores. Pintar es ir hasta el final a verte el alma”.
Pintar, como dice el proverbio chino, es la suma caprichosa del corazón, la mano, y el ojo. Si falta una de las tres el equilibrio se rompe y zozobra el barco que navega hacia la búsqueda.
Pintar es sinónimo de obstinación, constancia, tenacidad, insistencia, lucidez, tozudez, terquedad. Necesita de soledad, ensimismamiento, concentración y aunque por definición estemos abocados al fracaso no debemos renunciar a comprender. No pinto para explicar; lo hago para comprender, para comprenderme…Al final lo importante es que tengas algo que decir, algo que contar y fascinar con ello. No importa los medios con que lo hagas
Pintar es un modo de estar en el mundo, una manera de amar, de cuidar, de guarecer, de ir a buscar el corazón esquivo de los otros y hacernos el mundo todavía creíble.
Mi pintura es deseo de futuro a la espera de alguien que la necesite, como un libro o una partitura.
Pintar trata de eso: ir a buscar al almacén del alma lo que fuimos poniendo en ella, lo que ella fue guardando día a día.
El pintor de hoy, el escritor, el músico… sale a la búsqueda y navega en la incertidumbre.
No tiene mapa al que atenerse. Ignora lo que descubrirá en el trayecto; lo averigua en tanto que avanza. En el camino desmembrará el misterio. Descubres el paisaje y te descubres a ti mismo cuando lo vas haciendo.
¿Cómo definiría su momento actual?
Mi momento actual todavía quiere insistir en encontrar el rincón donde siga viviendo el encanto sereno, indefenso, cordial y eterno de la pintura.
Un lugar donde por una vez, el tiempo se detenga y pueda desentrañarlo, como lo detuvieron Masaccio, Giotto, Ucello o Piero, y que en los ojos de todos cuantos se fueron, están y vendrán reconozcan en él un jardín donde poder amarse.
Ese lugar es el que quiero, el que me gustaría proponer en mi pintura.
VOLVER A ZARAGOZA
Zaragoza es mi ciudad. Aquí nací, aquí vive quien amo. Aquí vi de muy niño la pintura que luego me influyó: la de Aguayo, Berdejo o Marín Bagües. No necesito de fronteras ni banderas para reconocer mi huerto, mi lugar. He recorrido muchos lugares con el afán de saber y aprender. Soy un poco de cada uno de esos lugares en los que estuve. Pero tan importante como irse es saber volver; saber reconocer el huerto que te ha tocado cuidar y cultivarlo. Tras la travesía, el retorno nunca será sinónimo de fracaso, derrota o cobardía: “Feliz quien, como Ulises, ha hecho un largo viaje”… pues al final se trata de que todos aquellos destellos y estímulos recibidos sepas utilizarlos y los hagas crecer en el trabajo del estudio.
Yo volví a cultivar ese huerto. Zaragoza me lo ha permitido. Aquí he podido desarrollar mi trabajo. Zaragoza me ha facilitado mucho esa labor. Hasta he sido nombrado Hijo Predilecto de la ciudad. Sólo me queda estar eternamente agradecido. Es verdad que hay muchas Zaragozas pero, al final, la que me toca vivir es la que amo.
( -Los párrafos que aparecen entrecomillados y en cursiva pertenecen al poemario ”Los Fugaces Párpados” editado en el año 2020 por Prensas Universitarias con motivo de la exposición que con el mismo título se realizó en las salas del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza entre los meses de otoño de 2020 y la primavera de 2021)