Recordando a Eloy
En la tarde del sábado diecisiete de diciembre, en una sala de ceremonias del cementerio de Torrero, tuvo lugar un emotivo acto de despedida y recuerdo a Eloy Fernández Clemente. Con la presencia de su viuda, Marisa Santiago, y de sus hijas María, Elena y Laura, María José Cabrera y Pablo Carreras dieron lectura a diversos textos de amigos y compañeros de Eloy ante un emocionado y numeroso auditorio..
Tras la lectura, su hija Laura agradeció a todos su presencia y su afecto y se escuchó la canción “Aragón”, interpretada por José Antonio Labordeta.
Como recuerdo y homenaje a Eloy, transcribimos a continuación los textos que fueron leídos en dicho acto.
Eloy y la Historia
Hay pocas dudas de que, para Eloy, la Historia era la mejor manera de comprender el mundo. Su trabajo, desde que en 1969 publicara, en la mítica editorial Cuadernos para el Diálogo, el libro Educación y revolución en Joaquín Costa, será la demostración continua de esta afirmación. La suya ha sido una curiosidad sin límites por el pasado. Desde la ilustración hasta el Regeneracionismo, desde la historia de la prensa hasta la de la Dictadura de Primo de Rivera, desde la historia del Aragón Contemporáneo hasta la del exilio aragonés en América, desde la historia del ferrocarril hasta la de las dictaduras del período de entreguerras, sin olvidar la infinidad de figuras que siempre atrajeron su interés, como la del gran Joaquín Costa o las de Martín de Garay, Joaquim Pedro de Oliveira Martíns, Manuel Sánchez Sarto o los turolenses Francisco Mariano Nipho, Isidoro de Antillón y Tadeo Calomarde.
No obstante, en Eloy la Historia nunca se quedaba en el pasado. Siempre era contemplada como posibilidad. Historia con una poderosa carga cívica y de compromiso con la sociedad y con el presente. Estudiar cómo hemos llegado hasta aquí para saber quienes somos, con qué recursos contamos y hacia donde deberíamos dirigir los pasos. Tan simple y tan complicado a la vez. Construir la Historia para edificar el futuro.
Algunas de sus obras, como la que coordinó con Guillermo Fatás, Aragón, nuestra tierra, publicada en 1977, contienen la síntesis de una nueva historia de Aragón. Un Aragón de espíritu ilustrado y republicano, heredero de Goya, de Cajal y de Buñuel, regeneracionista, modernizador y autonomista. Una historia nueva que estaba imaginando la posibilidad de un nuevo Aragón. Su capacidad para coordinar equipos humanos consiguió que esta idea de lo que había sido Aragón se hiciera popular y terminara asumida, aunque fuera inconscientemente, por la sociedad aragonesa y se convirtiera en la base del Aragón democrático. Esto fue posible, no solo por el efecto multiplicador del periódico Andalán, sino por la publicación de los 12 tomos de Gran Enciclopedia Aragonesa, que reunió a los principales especialistas en todos los campos del conocimiento y proporcionó el arsenal erudito de ese Aragón por construir.
Eloy fue siempre generoso en sus esfuerzos y optimista, a pesar de su fama de pesimista, porque de otro modo nunca podría haber pilotado las naves que consiguió llevar a buen puerto. Ha sido un maestro, reconocido por la profesión y por la academia, y un referente generacional cuyo talante aragonesista y progresista es claramente visible en su obra. De este modo, entre la reflexión erudita sobre el pasado y el compromiso cívico/político con la sociedad, es como Eloy ha llegado a forjar todo un estilo. Confío que hayamos aprendido algo de esta forma de afrontar los problemas de hoy conociendo bien como hemos llegado hasta aquí e imaginándonos en nuestra mejor versión como proyecto de futuro.
En esto, Eloy, nunca tuvo dudas.
Pedro Rújula
París, 18 de diciembre de 2022
Eloy Fernández Clemente, gallego adoptivo
Se suele decir de los gallegos que son adaptativos, pero menos se habla de la capacidad de convertir en hijos adoptivos a quienes no lo son de nacimiento. Eloy Fernández Clemente era un ejemplo de ello. Siendo aragonés de nación, se hizo gallego por amor, gracias a Marisa Santiago Docanto. En sus memorias narra la peripecia de llegar a la punta más septentrional de la península, donde están los altos acantilados de la Capelada y una villa marinera e industriosa, que es Cariño, patria de su amada. Si es verdad, como pregonaban los clásicos, que los nombres definen personas y lugares, así sucede con Cariño, que unió para siempre a Eloy y Marisa. Hasta allí viajaron juntos todos los veranos, con la excepción de 2020, “el primero en 54 años”, según me confesaría con tristeza.
El se hizo gallego por amor y por decisión consciente. Atento lector de la literatura y la historia de Galicia, amaba a los grandes autores, de Rosalía de Castro a Cunqueiro o Manuel Rivas y, en los últimos tiempos, simpatizaba con las novelas de Domingo Villar, quizás porque uno de sus personajes literarios era aragonés. Pero de Galicia conoció algo más que su literatura. Se interesaba por su cultura popular y sus patrones identitarios a los que siempre despojó de los estereotipos más comunes, algo que quizás aprendió en los libros de su coterráneo Carmelo Lisón Tolosana.
Desde Galicia, con más decisión que muchos gallegos de nación, se interesó por Portugal donde frecuentó los ambientes académicos y culturales y se granjeó numerosas amistades y algunas querencias. La más emblemática, la figura de Oliveira Martins, a la que dedicó una biografía novelada, El Portugués. Fue una de sus últimas contribuciones al diálogo ibérico.
Ahora parece que Eloy ha muerto. Es posible que así sea, pero para un gallego -y Eloy, lo era- la muerte es un tránsito hacia otra vida, esa que el fabulador Cunqueiro solía denominar el “trasmundo”, lo que no vemos a pesar de estar delante de nuestros ojos.
Yo estoy viendo a Eloy en muchos lugares, en los que compartimos trabajos y ocios. En los cursos de Pau o en el barrio de San Blas, en Madrid, adonde me llevó a un mitin de Felipe González. Lo estoy viendo en la península de la Magdalena, entre cursos y tertulias sobre historia, cine o literatura. Lo estoy viendo en Lisboa, en compañía de la amiga común Miriam Halpern Pereira, haciendo de zahorí de la cultura portuguesa y fabulando sobre la relación entre la familia “Dos Cantos” azorianos y los “Docantos” galaicos. Lo estoy viendo en Zaragoza, dentro de los muros de la universidad y arreglando el mundo en “Casa Emilio”, en compañía de los amigos Carreras, Borrás y Forcadell. Pero donde lo estoy viendo con más nitidez es en las tierras del Ortegal, en su casa de Figueiroá, asomada a una ría espaciosa y tranquila. Allí pasamos agradables veladas agosteñas de largas charlas hasta que la brisa de la ría y la humedad cantábrica aconsejaban retirarse.
Afable y entusiasta, Eloy llevó bien tener dos patrias, que también se enlazan en sus meses postreros. En Cariño comenzó a quebrantarse seriamente su salud, durante este verano. Pero tanta era la fidelidad a Aragón, que fue en su primera patria donde dio su penúltimo suspiro. El último lo dará cuando no quede nadie que lo recuerde.
Adios, caro Eloy, que tengas buen viaje.
Ramón Villares
Querida Marisa y queridos amigos; pero, sobre todo, querida Marisa:
No es verdad que a los amigos se les conozca en la necesidad. Se les conoce siempre. Y aquí, como dijo Petrarca, hablo para decir verdad sobre un amigo que no me necesita para nada.
Eloy se ha ido, “en paz y tranquilidad”. Ya no dará besos y abrazos, ni escribirá, ni leerá, ni hablará más con nosotros. Cierto que lo escrito queda, pero esa es voz pronunciada en el pasado. Para alguien como Eloy, otium sine litteris mors est: sin escritura, está uno como muerto.
En 2010, para encabezar sus memorias, escribió Eloy que temía los fallos que pudiese haber en sus recuerdos. Le importunaban hacía unos años. Dentro de pocos más, mis recuerdos se habrán borrado de la mente envejecida y la reconstrucción de lo que he presenciado será imposible definitivamente. Pero, con desmemoria y todo, redactó más de dos mil páginas en la que hizo nuestros retratos y los de nuestros días, que han sido los suyos hasta ayer mismo.
Eloy estudió tres carreras y las ejerció todas con entusiasmo. Era laborioso y diligente. Una vez le dije que era el ‘azacán de Andalán’ y me consintió el mote.
Hubo momentos en que pagó el precio de su verdad. Con esa cara de buena gente y de perpetuo sorprendido, se aferraba tenazmente a su verdad. Por eso discutíamos tantísimo, pues yo hacía otro tanto con la mía. Y, una vez aferrado, era valiente más que ninguno, sin atender al aviso de Don Baltasar (Criticón II, 3): Líbreos Dios de una valiente zurra de verdades: pican que abrasan. Y añade, casi a renglón seguido: La verdad atraviesa el corazón. Cuando apareció uno que venía gritando: «¡Verdad, Verdad!, pero no por mi boca!” Y concluye el rebelde jesuita: De estos toparéis muchos. Todos querrían les tratasen con verdad, pero ellos no tomarla en la boca».
Eloy lo sabía y por eso siempre tuvo un punto de imprudente. Menos mal.
Le gustaba esta sentencia de Jon Juaristi: Cuando llegue la hora, no hagas ruido. Así se ha ido. Por eso es deber nuestro hacer ruido por él.
Guillermo Fatás
Querido Eloy, queridas María, Marisa, Elena, Laura, amigos tantos, presentes o ausentes hoy aquí; resulta difícil trasladar los sentimientos de una pérdida y despedida, y más imaginar que lo haga, dolorido y lejano, desde Nápoles, donde se hace inevitable percibir tantos ecos aragoneses sin hacerlo a través tuyo y de tu animo cordial y entusiasmado.
Las cosas cobran sentido después de pasadas y mi primera sensación es que ha sido una suerte poder acompañarte durante medio siglo, desde que en 1972 fundaras y nos agruparas en Andalán, viajáramos al poco a Pau, alentados por Manuel Tuñón, o iniciáramos la aventura de contribuir, bajo la tutela de nuestro amigo y maestro Juan José Carreras, a la creación de la facultad de Empresariales en Zaragoza, de la que acabaste siendo decano de grata memoria y en la que te has jubilado.
Son proyectos colectivos iniciáticos, de los orígenes, los que quiero rememorar ahora, a los que siguieron muchos otros hasta hoy y hasta este final que nos encoge con un sentimiento de desamparo. Muchas empresas, muchos entusiasmos, mucho papel has dejado escrito, pero como escribió un compañero nuestro sobre Juan José Carreras, en palabras de Horacio, serás “aere perennius”, más duradero que el bronce, más allá de nuestro cariño, nuestra memoria y nuestra pena.
Carlos Forcadell
Hola Eloy,
Somos Luis y Vicente, y te escribimos en nombre de todos tus compañeros de Historia Económica, del Departamento de Economía Aplicada y de la Facultad de Economía y Empresa de nuestra Universidad. Te has marchado de pronto y nos has dejado noqueados. En las sucesivas visitas en las que Iñaki, Javier, Domingo o nosotros mismos te hemos ido haciendo veíamos tus progresos y confiábamos en que te fueras recuperando…
Todos sabemos que tu excepcional labor cultural, hija de tu profunda obsesión pedagógica, trasciende con mucho el ámbito académico de la Historia Económica a la que le has dedicado más de media vida. Hemos compartido múltiples proyectos colectivos de tu amplia y poliédrica agenda cívica, pero ha sido tu labor en la Facultad de Economía y Empresa -de la que fuiste su Decano- la que nos ha unido cotidianamente durante muchas décadas.
Es inevitable que nos acordemos de cuando solo estábamos nosotros tres en historia económica y compartíamos el pequeño espacio que teníamos. Con los años fueron llegando más personas y tú fuiste capaz de generar un ambiente integrador, donde dedicábamos largas horas a discutir programas, organizar clases, comentar artículos y compartir nuestros trabajos de investigación. Organizaste con Jaume Torras el mítico Seminario de Historia Económica por el que han pasado muchos colegas de tantos países, que sigue muy vivo y en el que hasta el final has seguido participando. Nos apoyaste a todos, fuiste generoso con tu tiempo e imprimiste un sello de horizontalidad y democracia al área que es nuestro deber preservar. Afortunadamente pudimos en vida reconocer tu trabajo y publicar un libro en tu homenaje que apreciaste mucho.
Siempre has sido incansable, inagotable, intenso, ambicioso y trabajador. Esperamos seguir tu ejemplo. Nos quedan infinidad de recuerdos, vivencias y sentimientos que nos seguirán acompañando…
Ha sido un honor y una gran suerte, Eloy, compartir tu camino.
Como esos viejos árboles…
Luis Germán y Vicente Pinilla
Eloy, maestro de la “Generación Paulina”.
En la segunda mitad de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, se gestó en Teruel una experiencias humana, pedagógica y cultural, que se ha dado en llamar la “Generación Paulina”, en referencia al Colegio Menor San Pablo, epicentro de aquella vivencia, abierto por el profesor Florencio Navarrete para dar alojamiento a los estudiantes de pueblo que acudía a estudiar a la capital.
En aquel encuentro educativo y cultural participaron alumnos/as de la provincia y de la urbe turolense; centros como la citada residencia, el Instituto de Enseñanza Media “Ibáñez Martín”, y otros colegios como el Sagrado Corazón, General Pizarro, etc., y profesores veteranos o recién incorporados a sus destinos como: Eduardo Valdivia, el citado Navarrete, Vicente Dualde, José Antonio Labordeta, Juana de Grandes, José Sanchis Sinisterra, Magüi Mira, Jesús Oliver, Amparo Benaches, Cristóbal Navarro, Agustín Sanmiguel, Pilar Narciso, José María Pérez Calvo, y claro, Eloy Fernández Clemente y Marisa de Santiago, entre otros ilustres docentes y creadores.
Eloy era entonces un joven y entusiasta profesor que repartía su tiempo acelerado y fecundo entre el Instituto, algún otro centro y, al caer la tarde, San Pablo, donde acudía con sus amigos Labordeta, Sanchis, y otros compañeros a cultivar una rica oferta cultural, en la que sobresalían el teatro, la canción popular aragonesa y la prensa juvenil.
Y fue precisamente en el periodismo escolar donde, el recién estrenado periodista, alentó a los estudiantes a colaborar en la revista escrita y hablada “San Pablo”, en la confección de murales, en la participación en secciones juveniles y musicales de la prensa y la radio turolenses. Su vocación de maestro y pedagogo- en la residencia abrió un gabinete de Psicopedagogía- se fundió con la de periodista e investigador. En esas fuentes bebieron y hicieron sus pinitos literarios y periodísticos alumnos de prometedora carrera artística y comunicativa como Joaquín Carbonell, Carmen Magallón, Federico Jiménez, y tantos otros.
El tierrabajino, en su estancia en la capital, de la que dicen que “”llegas llorando y te vas llorando”, y en sus viajes y conocimiento del entorno rural, maduró su formación y empezó a germinar su conciencia aragonesista, al contacto con sus gentes y paisajes, sus carencias y aspiraciones. Allí se gestó Andalán, aunque por razones administrativas y de censura viera la luz en Zaragoza y Aínsa; allí, en aquel Aragón profundo, se moldeó la personalidad de este hombre bueno, sabio y comprometido.
Se nos ha ido un maestro especial, irrepetible. En el Olimpo cultural aragonés se encontrará con otros entrañables compañeros y maestros como Labordeta, Borrás o Sanmiguel, y con discípulos tan singulares y aventajados como Carbonell, Rafael Navarro o Alfonso Azuara.
Eloy, Marisa, familiares, aquella generación que cultivasteis con vuestro magisterio, bonhomía y amistad, os lleva, os llevará siempre en el corazón y os acompaña con un fuerte abrazo turolense y paulino.
(Recuerdo emocionado de la “Generación Paulina.”)
Querido Eloy, se pueden decir tantas cosas de ti, que cuesta elegir trozos de vida de tu apretada biografía. Tu exhaustividad es perenne.
Hace apenas medio año me pasaste la lista de las personas de Andalán ya desaparecidas. Eran cerca de cien, o más. A la hora de escribir, no tengo el dato a mano. La cifra, según tus palabras, era tremenda. Imagínate ahora, con las muertes de Luis Granell, José Luis Rodríguez, José Luis Lasala y tú mismo….. Tremendo y doloroso, paradójicamente, este año en el que celebramos los 50 años del nacimiento de Andalán, una de tus criaturas más queridas.
Se supone que yo hablo en nombre de todos aquellos periodistas que tuvimos en ti, y en tu grupo de amigos intelectuales, a unos maestros exigentes y brillantes. Somos muchos los que hoy podemos decir, con la cabeza alta y el corazón henchido, que nosotros estábamos ahí, con vosotros. Que somos ramas de vuestro tronco, que nos enseñasteis a querer a Aragón de verdad, por encima de otras consideraciones laborales e ideológicas.
Vosotros, gentes de la Enseñanza, la Economía, la Historia, la Cultura o los movimientos ciudadanos, nos ayudasteis a hincar raíces en la tierra fértil y honesta del periodismo, abonada por las ideas de muchas otras personas. En horas de duda, tuvimos la tentación de pensar que se nos había ido un poco la mano, en la defensa de nuestra gente. Pura ingenuidad de izquierdas, porque lo que ahora vemos, en tiempos desacomplejados de periodismo de trinchera, nada tiene que ver con nuestro entusiasmo y nuestra decencia.
Nos inculcasteis el respeto a la verdad y el compromiso con los suscriptores y lectores. No disponíamos en Andalán un libro de estilo, sino de la ejemplaridad de vosotros, los pioneros, y la complicidad en creer en Aragón. Tampoco necesitamos envolvernos en banderas, pues nuestra misión consistía en ser notarios de una actualidad a veces ocultada, en un paisaje al que pusimos identidad y orgullo, problemas y esperanzas.
El periodismo que ejercimos aquellas mesnadas que ya se van jubilando, se extendió luego a otros medios y ámbitos. Fue una siembra con tempero, con el resultado de una cosecha de periodistas respetados y formados. Profesionales que con mayor o peor fortuna procuramos ser buenos discípulos, haciendo del Periodismo un oficio respetado. Pablo Larrañeta, director también de esa feliz etapa periodística de Andalán, y que ha venido hoy desde Madrid a despedirte, da fe de ello.
Admirado Eloy, siempre me llamabas Lolica y me recordabas mis orígenes. Eras amigo de poner siempre las coordenadas personales a tu gente, lo que se agradecía de veras. La última vez que hablamos con algo de detenimiento, me recordabas – con esa memoria sobrenatural que admirábamos- que yo os cantaba la jota de La Palomica; ésa que levanta tanto el vuelo. No me acuerdo yo de semejante osadía, pero será verdad.
Pues, querido Eloy, ahora que tú también has levantado el vuelo, los periodistas que somos hijos y nietos de Andalán, te agradeceremos eternamente tu iniciativa de crear una revista con Franco aún en El Pardo, tu sabiduría, tu energía y tu cariño. Te llevas el nuestro, y el orgullo de haber transitado contigo un capítulo apasionante de la historia de Aragón.
Lola Campos Palacio
Querido Eloy:
Eras partidario de la vida. El periodismo te permitía indagar, conocer, llegar al alma humana. Te gustaba la gente y lo dabas casi por todo por una buena historia. Siempre estabas alerta. Nos enseñaste mucho en ‘Andalán’, en reportajes, entrevistas e informes, en ‘La sargantana’ en ‘El Día’, en tus artículos en ‘El Periódico’ y ‘Heraldo’, y en tu medio centenar de libros. Solías llegar a los sitios antes que nadie. Suscitabas confianza: tenías el don de la empatía y la ternura, y la amistad era una forma de respirar mejor y más veces. Llevabas Aragón en la mirada y en la sangre, y Labordeta lo había convertido en canción para ti.
Eras un lector entusiasta de Mariano Gistaín, de Pepe Melero, de Luis Alegre, de Miguel Mena, de Ángela Labordeta, de Cristina Grande, y un largo etcétera, Notivol, Grasa, Sanz Barajas, en tu corazón cabíamos todos y alguno más: poseías ansiedad por saber para contarlo y contagiarlo. Te emborrachabas de tinta, de cariño y de nombres propios.
Tu ordenador y tu pluma estaban con los otros, para decir “os amo”, “os sigo”, o para reparar olvidos, injurias o abatimientos.Habías asimilado, con tus achinados ojos, que un día sin risa era un día perdido. ¡Qué forma de reír o de cantar, en Casa Emilio o donde fuese, pícaro y galanteador de todos los ritmos! Por eso, en medio de clases, de prólogos, de salidas al cine o de guiñote, tenías un instante para la terquedad, el humor negro, un nuevo proyecto, la generosidad sin límites o eso que tanto te gustaba: ronronear un poco hasta oír que eras como un segundo padre, el amigo ideal e imprescindible, el alquimista de bondad, y lo eras. Lo eras. Te gustaba decirnos que nos querías, que Marisa y las chicas te habían iluminado de felicidad, y que nos mandabas un abrazo crujiente.
Querido Eloy: Nos has dado tanta vida que ni tendremos tiempo ni afán en malgastarla. Descansa en la luz. De nuestra memoria no te quita ni Dios.
Antón Castro
Conozco a Eloy desde hace mucho tiempo, como un entrañable amigo de mi padre, que estaba siempre rodeado de libros y metido en mil historias, empeñado en contagiarnos a las entonces jóvenes generaciones su pasión por Aragón y la lucha por la libertad.
Recuerdo con cariño como desde siempre he oído las historietas de aquel grupo de viejos amigos y compartido muchos momentos, siempre escuchando e intentando colaborar en sus andanzas.
Hace unos años nos juntó a un grupo de personas para intentar recuperar el espíritu de los años de andalán con formato digital y tuve la oportunidad de compartir con él diversas aventuras y tertulias. Eloy era un liante, incansable y concienzudo, capaz de reunir a su alrededor a un variopinto grupo de personas y organizarlas para acometer numerosos proyectos. No escatimaba en menciones y detalles hacia sus amigos y siempre intentaba estar al tanto de todo.
A lo largo de más de una década, todos los jueves, comíamos juntos, contábamos historietas y debatíamos con Ángel y Rafa Artal, y otros amigos, acerca de la actualidad en un mundo que se nos antojaba cada día más complicado.
Este año, durante varios meses, con la ayuda de Carlos Más, acometimos con ilusión la tarea de confeccionar un monográfico acerca de los cincuenta años de andalán, acompañados con cariño por Marisa.
Eloy deja huérfana a una sociedad, que sin merecerlo, está necesitada de personas como él para ser mejor.
Ramón Salanova (Cuco)
– Enviadme algo para publicar, aunque solo sea una cuartilla.
¡Cuántas veces, querido Eloy, esta petición tuya! ¿Y cómo negarse a quien era el primero en proponer, en hacer y en dar?
Incansable aglutinador de afanes, trabajos y voluntades, la historia de Aragón, la del pasado y la que se iba haciendo cada día –texto a texto y lucha a lucha-, tiene entre sus primeros nombres el tuyo, gran Eloy.
Siempre preferiste –es frase que repetías con frecuencia- equivocarte con tus amigos que acertar tú solo, lo que, bien mirado, es la forma más cabal de fundirse en la amistad y en la obra colectiva.
Tus amigos del guiñote -cartas, tertulia y cena-, aprendimos muchas cosas de ti, muchas; entre ellas la de la importancia de los triunfos pequeños. Tú fuiste acumulando muchos; de esos que, apenas valoran, o incluso desprecian, aquellos que ignoran que la vida es una metáfora del juego. Esos triunfos pequeños te fueron haciendo grande, muy grande, intelectual, humana y ciudadanamente, gran Eloy.
Nos vamos llenando de oquedades. Tu silla, desde hoy vacía, se une a la de Gonzalo y son también recuerdo en nuestras conversaciones, José Antonio, Juan José, Emilio …y tantos otros. Estamos aprendiendo una de las lecciones más duras, que es la de recontar los afectos por las ausencias; las ausencias de la minoría de una generación que, desde el dolor y la rabia, supo plantar –al modo andalán, por supuesto, abriendo zanja común y no un hoyo para cada uno-, la esperanza.
Por una vez no nos has pedido una cuartilla, pero, manteniendo todavía una parte de la fuerza y del coraje que nos dabas, aquí nos tienes escribiéndola. Descansa con la paz de los hombres que han sido, en el buen sentido machadiano de la palabra, buenos. Esencialmente, Eloy, como es tu caso, buenos.
Tus amigos del guiñote de los lunes.
RECUERDO A ELOY DE JUANA DE GRANDES
Hoy, 17 de diciembre, a las 7 de la mañana, he vuelto contigo a Teruel, a recordar aquellos años de juventud y de entusiasmo en lo que estaba todo por hacer.
Recuerdo nuestro primer encuentro familiar, vosotros con vuestra hija María y nosotros con Ana y Ángela. Fue un encuentro que marcó nuestras vidas. Desde ese momento, hemos recorrido caminos y veredas hermosas junto a compañeros como Emilio Gastón y Gonzalo Borrás, siempre con entusiasmo, ilusión y esperanza.
Acompañaste a José Antonio en su larga enfermedad. Hoy me toca despedirme de ti, agradeciéndote todo lo que has hecho por la familia Labordeta, por la Fundación y por mí, por ser mi querido amigo, por estar a mi lado cuando te he necesitado.
Eloy querido, siempre nos quedará Teruel y el documental “Labordeta, un hombre sin más”, en el que, sin tu presencia y tus palabras, hubiera faltado un trozo hermoso de Aragón.
Te queremos, y ese querer, bien lo sabes, es el mismo que comparte Marisol.