Mirando atrás, por el camino de Santiago
En cualquiera de los Caminos de Santiago hay muchas constantes, a las que el Peregrino ha de enfrentarse día tras día. Una de esas constantes es el “mirar siempre hacia delante”, hacia el lejano horizonte que hay que alcanzar, superar y después dejar atrás, para volver a encontrarse con otro nuevo y lejano horizonte que también hay que alcanzar, superar y volver a dejar atrás. Y así un día y otro día, hasta que se llega al “último horizonte”, que, alcanzado, ya no habrá que superar ni dejar atrás, porque en su regazo están la ciudad, la catedral y el sepulcro que justifican y explican los afanes, cansancios, alegrías y dolores que marcan los kilómetros andados. Y si esto es verdad que todo Peregrino sabe, ¿por qué digo yo “Mirando atrás, por el Camino de Santiago”? Sencillamente, porque deseo contar a Ustedes mi primera vivencia del Camino de Santiago, vivencia que aún está fresca y viva en mis recuerdos porque marcó para siempre mi posterior vida de Peregrino
Era uno de los primeros días de julio del año mil novecientos ochenta y dos. Era mi primera salida al Camino de Santiago. Yo tenía entonces cuarenta y ocho años y mis tres compañeros de Camino andaban en los diez y ocho o diez y nueve años. Era nuestro primer día en el Camino, para hacer los 28 kilómetros que separan Villafranca del Bierzo y O Cebreiro, enfrentándonos a la larga y dura cuesta de La Faba y de Laguna de Castilla.
A mitad del Camino, en Vega de Valcarce, comimos casi todas las provisiones que llevábamos en la mochila; después de comer seguimos andando, inconscientemente felices y despreocupados, hasta que nos enteramos que en O Cebreiro, donde pensábamos cenar y dormir, no había ningún comercio en el que comprar comida. Todo lo que quedaba en nuestras mochilas era medio paquete de galletas y un poco de leche condensada en el fondo de un bote. No eran muchas provisiones para cuatro Peregrinos hambrientos; era fácil suponer que nos esperaba “una noche de perros”.
Faltando tres kilómetros para llegar a O Cebreiro vimos a una Señora que iba también hacia allí, llevando tres vacas. Hablamos con ella, la saludamos con cortesía y le decimos:
“Señora, nos dijeron en Herrerías que en O Cebreiro no hay ningún sitio donde comer o donde comprar comida. Casi no llevamos nada para cenar, ¿puede sugerirnos alguna solución para esta noche?”.
“No se preocupen”, nos contesta . “Cuando lleguen al pueblo pregunten por la Señora Dolores. Como no hay más que una con ese nombre, que soy yo, y como en O Cebreiro no hay más que cinco familias, pronto encontrarán mi casa”.
Llegamos a O Cebreiro y antes de terminar de montar nuestra tienda de campaña apareció la Señora Dolores con una enorme hogaza de pan y con dos botellas de leche caliente, recién ordeñada. Recuerdo muy bien lo que nos dijo:
“Esta noche ya tienen cena. Abríguense bien porque, de noche, puede hacer frío. Es verdad que estamos en el mes de julio, pero también es verdad que estamos a mil trescientos metros de altura”.
Cuando nos levantamos a la mañana siguiente, encontramos delante de nuestra tienda otras dos botellas de leche caliente, recién ordeñada. Antes de continuar nuestro Camino nos acercamos a su casa, porque queríamos despedirnos de la Señora Dolores. Habíamos cenado y dormido bien; habíamos desayunado aún mejor. Estábamos eufóricos.
“Buenos días, Señora Dolores. Ya nos vamos, pero, ¿qué le debemos por el pan y la leche?”.
La Señora Dolores nos escuchó en silencio, nos miró poniendo mucho cariño en sus ojos y sólo dijo:
“A mí no me deben nada. Ustedes son Peregrinos, porque por este camino, con mochila y a pie, sólo se puede ir a Santiago. Denle un abrazo mío al Apóstol y díganle que me disculpe; este año no puedo ir a verle porque mi salud no es buena. ¡Que tengan buen Camino, que lleguen bien a la Catedral y que vuelvan felices junto a sus familias!”.
Todavía hoy me emociono recordando este hecho. Los cuatro Peregrinos tardamos más de una hora en poder hablar. La generosidad de la Señora Dolores nos había conmocionado. He visto después muchas veces a la Señora Dolores, porque O Cebreiro queda cerca del pueblo donde está la casa de mis padres y de mis abuelos. La Señora Dolores ha muerto hace cinco años, pero su recuerdo estará siempre conmigo, porque de ella aprendí dos de las componente del verdadero espíritu del Camino de Santiago:
– Generosidad con el Peregrino, sin pedir nada a cambio. Generosidad especialmente valorable cuando se practica con un desconocido.
– Lo mejor del Camino de Santiago no somos los Peregrinos que vamos caminando. Lo mejor es la gente que vive al lado del Camino, dispuesta siempre a ayudar al Peregrino; sin esta gente, los Peregrinos no podríamos dar un solo paso.
RAMON LOPEZ CANEDA
(Peregrino y Hospitalero)