Sáhara occidental, noviembre de 2010.
La ruptura de las reglas
Cualquiera podría haber afirmado, hace bien pocos días, que el contencioso del Sáhara Occidental era un conflicto estancado, sin posibilidad de avance alguno. Empantanado entre el cínico mantenimiento de un statu quo ilegal con la complicidad de los organismos internacionales y la reiterada insistencia en un imprescindible acuerdo político, por otra parte inviable, entre dos posiciones radicalmente enfrentadas y, una de ellas, la de Marruecos, contumaz en el desprecio de los principios del derecho internacional y en el sistemático incumplimiento de todo tipo de acuerdos. Hasta algunos analistas y estudiosos consideraban que la verdadera y principal víctima de este proceso, el pueblo saharaui, agotara su voluntad reivindicativa o simplemente desapareciera por la pérdida de su capacidad de resistencia e, incluso, de su identidad colectiva.
Pocos días fueron necesarios para mostrar el error de este posicionamiento, por otra parte bien interesado. La abortada creación de campamentos en todas las ciudades del Sáhara no pudo impedir la acampada de Gdeim Izik, Campamento Dignidad era su nombre, donde fueron creciendo el número de jaimas y personas que, de forma pacífica y decidida, planteaban una reclamación acerca de sus derechos permanentemente vulnerados por treinta y cinco años de sometimiento y, más importante aún, intentaban mostrarle al mundo, de forma inequívoca e incontestable, su existencia real como colectividad y su voluntad evidente de afirmarla desde la dignidad y la persistencia, en un reclamo vivo a la comunidad internacional.
¿Qué era lo que ocurría para semejante acontecimiento casi impensable con anterioridad? Ese cambio bien fundamental de la estrategia de los saharauis del interior se debe, a mi juicio, a dos apreciaciones novedosas. La primera, la consideración de que la relajación en los controles fronterizos y policiales del territorio y la voluntad manifiesta por parte de Marrocos de presentar un Sáhara pacífico y normalizado en busca de favorecer la aceptación de su proyecto de autonomía abría una brecha en los estrechísimos márgenes en los que podían ejercer su precaria y limitada libertad. En segundo término, la de que la difusión pública del texto de una carta confidencial dirigida por Cristopher Ross, el enviado especial de la ONU para el Sáhara Occidental, a los países responsabilizados de mediar entre las partes negociadoras, el reino de Marruecos y el Frente Polisario, insistía tanto en la prioridad de promover “medidas de fomento de la confianza” cuanto en la idea de que “la consolidación del statu quo…es, a largo plazo, inaceptable” pues puede afectar “a la estabilidad regional, a la seguridad, a la integración y al deserrollo”. Parecía reactivarse la posibilidad de la negociación y los saharauis del interior del Sáhara no estaban dispuestos a que su voz no fuese escuchada por creerlos mudos o marginalizados, según la propaganda de consumo interior marroquí, en la condición de grupos incontrolados de terroristas peligrosos y ansiosos de sangre.
Un pueblo digno y en pie, a pesar de las presiones políticas, militares y policiales, en un porcentaje de ciudadanía considerablemente mayor que la integrante de la famosa Marcha Verde que había consumado simbólicamente la invasión, decidió insistir en la reclamación de sus demandas pese a episodios tan tensos como el del ametrallamiento de un todoterreno ocupado por civiles con el resultado de cinco heridos de bala y la muerte del niño de 14 años Nayem El Gareh, que non llegó a inquietar en absoluto la marcha mohína de una comunidad internacional demasiado acostumbrada a mirar para otro lado en los momentos de conflicto.
Hassán II había manifestado, en el año 1975, que la Marcha Verde y su toma de posesión simbólica del Sáhara fuera impulsada en la creencia de que un ejército, en aquel caso el español, nunca llegaría a atacar a civiles indefensos y desarmados. Justo lo que su hijo Mohamed VI, declarado y ferviente demócrata, decide y ejecuta, poniendo patas arriba todas las estrategias que se estaban llevando a cabo hasta ese momento; porque, no nos llamemos a engaño, la bárbara destrucción y quema de la acampada establece un antes y un después en la dinámica de este contencioso.
Una orientación que poco o nada tiene que ver con la necrófila guerra de cifras que pretende sustituir la fuerza de los argumentos y de las razones por la lucha de los números, sangriento y sensacionalista tanteo de un partido sin ganadores donde las partes y los medios se esforzasen por demostrar cual de las posiciones es la más acertada con el aval del número y el sufrimiento de sus muertos. Y, hay que decirlo alto y claro, aunque este episodio hubiese finalizado de una manera incruenta, algo a priori no factible, no por eso sería ni menos indignante ni menos brutal.
Ninguna de las partes va a resultar indemne a partir de este tsunami político, producto más de la mezquindad y de la miopía intransigente que de la voluntad de alcanzar soluciones estables y duraderas que non pasen obligadamente por el cementerio.
O desprestigio evidente conseguido a pulso por la ONU y la MINURSO, su misión en este conflicto, se hace irreversible y rompe totalmente con la esperanza de la población afectada en una posibilidad negociada en pie de igualdad y no como víctimas de la estafa o del engaño colectivos
Marruecos entierra definitivamente su propuesta de autonomía y, con ella, la imagen amable, democrática y tolerante con la que viene actuando y creyendo engañar a los países occidentales. Difícilmente podría pactar ya con unos ciudadanos, con una población, a quienes no respeta y trata peor que animales, sin reconocerles su legítimo derecho a aspirar a su soberanía política, avalado por docenas de resoluciones favorables de las Naciones Unidas y su Comité de Descolonización.
El Frente Polisario se ve en la encrucijada entre apostar por no aparecer como quien abandona las conversaciones después de haber mostrado su inequívoca y rotunda voluntad de tratar de llegar a soluciones acordes con el derecho internacional, y la necesidad de dar satisfacciones urgentes a la reclamación dolorida e urgente de una parte de sus representados, bárbara y brutalmente barrida por su interlocutor en la negociación. Si no es capaz de garantizar la seguridad física de su pueblo su legitimidad quedará en entredicho.
¿Es que decir de las llamadas medidas de confianza?… ¿Donde quedarán?… ¿Alguien podrá reclamarlas honestamente a corto o medio plazo?
España, condicionada por sus vacilantes actitudes condescendientes, consecuencia de su traición a los compromisos que había adquirido en la condición de potencia administradora, seguirá ahondando inexorablemente en sus ambigüedades, incapaz de remontarse en su ineficaz y reiterativa consideración de que la solución pasa por un acuerdo entre las partes. Está dentro del grupo de los llamados países amigos que tutelan la resolución del conflicto pero ni esa condición legal, ni el hecho de haber sido potencia administradora (y, legalmente, serlo aún), ni su voluntad reiteradas veces explicitada de defender los intereses legítimos del pueblo saharaui, ni la “españolidad” de muchos de ellos nacidos en la declarada en tiempos provincia cincuenta y tres de nuestro Estado, ni el hecho de que algunos de entre los afectados sean, en virtud de reclamación legal, ciudadanos españoles de pleno derecho, nos bastan para intervenir activa y decididamente a favor de la paz. La nueva Ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, aseguró que los ciudadanos españoles de El Aaiún se encontraban bien al mismo tiempo en el que las fuerzas de seguridad marroquíes asesinaban, atropellándolo repetida y brutalmente con uno de sus vehículos, al ciudadano español Baby Hamday Buyema, ingeniero eléctrico en las minas de Fos Bucraa.
Y el pueblo saharaui, el de los campamentos de refugiados en Tinduf y el brutalmente apaleado y aplastado en sus derechos y en sus personas por Marruecos, incrementará su desconfianza en una intervención exterior fiable y eficaz y en la verdadera capacidad de mediación en un proceso en el que, en definitiva, se dirime su existencia en cuanto tal. Habiendo vivido con ellos unos pocos pero intensos días antes del inicio de esta protesta y conociendo de sus ilusiones y esperanzas sé hasta que punto de desilusión y de rabia los llevará el hecho de que hayan sido defraudadas de todo punto.
Todos son, somos, pues, los avergonzados y vencidos en esta hora. Hemos perdido una importante batalla por la paz, la legalidad y la justicia.