Por el recuerdo activo de todas las víctimas del Holocausto
Por segundo año –a instancias de Rolde de Estudios Aragoneses, Amical de Mauthausen y el Gobierno de Aragón– en las Cortes se rindió homenaje, el pasado 27 de enero, a todas las víctimas del Holocausto. Aragón se incorpora institucionalmente a los actos que se han celebrado durante estos días en distintos lugares de España y en numerosas ciudades, principalmente del mundo occidental, siguiendo la recomendación de las Naciones Unidas.
El genocidio planificado por los nazis se llevó a cabo de forma sistemática y raciona, con políticas y estrategias, equiparables a las de la economía productiva, que extendieron el terror y la muerte por el territorio europeo. Millones de hombres, mujeres, ancianos y niños formaron parte de los colectivos de víctimas a quienes los nazis aplicaron su legislación racista, sectaria y discriminatoria. Con la aniquilación de cualquier oposición, los nazis pensaban asegurarse la pervivencia de un régimen totalitario sobre el amplio solar de la vieja Europa, donde la supuesta raza aria ejerciese su preeminencia sobre el resto de la población, considerándola inferior y, consecuentemente, condenada, en algunos casos, a su desaparición o a ser utilizada en su propio beneficio. Bajo estos criterios, el Tercer Reich asesinó a millones de ciudadanos europeos –población judía principalmente– y condenó al trabajo esclavo a hombres y mujeres en unas condiciones que produjeron la muerte a varios cientos de miles de personas por inanición, enfermedad, accidente, agotamiento, torturas y asesinatos.
Entre estos colectivos estaban los enemigos políticos del Reich. Su persecución se inició paralelamente a la llegada de Hítler al poder. Los campos de concentración empezaron a funcionar; sus finalidades y el trato de los guardianes con los internos eran conocidos en el resto de Europa. La prensa internacional, y entre ella la española, habían difundido lo que sucedía en ellos. El 24 de julio de 1934 en el diario “La Voz” de Madrid se podía leer:
Goereing y Goebbels irradian júbilo por todos sus poros. Nadie les iba a la mano en sus crueldades represivas. Los campos de concentración, cuyo régimen era incomparablemente más duro que el implantado en los que albergaban a los prisioneros de la Gran Guerra, se extendían por Alemania. En octubre ascendían ya a 45 y contenían ceca de 100.000 confinados, tratados como bestias de carga y torturados inquisitorialmente. Donde se cometían sevicias más criminales era en los campos de Orainenburgo y de Dachau. En éste imperaba el vesánico Edmundo Heines, con atribuciones ilimitadas. Obligaba a los presos a comer hierba, mientras los S.A. los azotaban implacablemente. Les hacía desnudar y apalear desnudos hasta que perdían el sentido; les hundía el rostro entre excrementos…
El artículo seguía enumerando las torturas infligidas a los internos en el campo de Dachau… ¡ya en 1933! Los signos de lo que sucedía eran evidentes, sus métodos y objetivos se conocían, se divulgaban,… Entonces, ¿hacia dónde miraban los estadistas responsables de la Europa democrática y civilizada?, ¿por qué no se hizo caso de quienes alertaban sobre el peligro que aquel germen siniestro?, ¿qué intereses cómplices, permitieron el desarrollo y el contagio de los valores del nazismo? ¿hemos aprendido la lección?. Cuando se analiza la difusión de lo que ocurría en los inicios de la Alemania nazi, quizá sea necesario recordar que el conocimiento previo de la barbarie no es suficiente para derrotarla. Ante cualquier vulneración de los Derechos Humanos, la información es imprescindible, pero la única forma de atajarla, minimizando su efecto, es mediante el compromiso crítico y una actitud beligerante -individual y colectiva- en su defensa sin fisuras ni matices.
Es nuestro deber el recordar a las víctimas del Holocausto y de la persecución nazi, entre las que se cuentan los más de 9.300 españoles deportados a los campos entre 1940 y 1945. Denunciar lo ocurrido hace 70 años tiene sentido, hoy más que nunca, para fortalecernos ante los miedos y contradicciones del mundo actual, cuando es muy fácil culpar, de las dificultades cotidianas, al extranjero, al más débil, al diferente, al… ¿inferior?, y cuando, muy a menudo, se banaliza lo fundamental y se encumbra la trivialidad más insignificante y ofensiva. En nuestras manos está la capacidad de evitar –aprendiendo de las lecciones del pasado– el sufrimiento, individual o colectivo, producto de las amenazas xenófobas y discriminatorias que se esparcen por doquier.
Juan M. Calvo es miembro de la Amical de Mauthausen (http://www.amical-mauthausen.org).