Chateaubriand en Saint Malo
François-René,vizconde de Chateaubriand, fue el escritor que introdujo el romanticismo. Su obra más conocida “Memorias de ultratumba” la redactó durante cuarenta años. En 1811 fue admitido como miembro de la Academia Francesa por su obra “Itinerario de París a Jerusalén”. También fue un político controvertido y realizó diversas labores diplomáticas. Está enterrado en Saint Malo, en la Bretaña francesa.
Hemos llegado a Saint Malo al anochecer. Nos alojamos en un encantador hotel, “La peniche”, con 12 habitaciones que miran al mar. Observo la habitación en sombras, los cuadros de barcos piratas y velas hinchadas que surcan mares imaginarios salidos de los pinceles de algún artista enamorado, oigo el rumor de las olas y recuerdo las palabras del poeta en su testamento: «Durante las horas de reflujo, el puerto queda seco y, en las orillas este y norte del mar, se descubre una playa de la más hermosa arena. Al lado y a lo lejos, hay diseminados peñascos, fuertes, islotes deshabitados: el Fort-Royal, la Conchée, Cézembre y el Grand-Bé, donde estará mi tumba”.
Chateabriand nació en Saint Malo el 4 de septiembre de 1768 en el seno de una familia aristocrática. Se educó junto a sus cinco hermanos en el Castillo de Combourg.
Ingresó en una escuela eclesiástica de Dinan donde descubrió las confesiones de Rousseau, que serían inspiración para sus “Memorias de ultratumba”.
Se enroló en el ejército que abandonó para no participar en la Revolución y se trasladó a Estados Unidos, estancia que influyó en sus novelas más exóticas “Atala” y “René”. Introdujo en sus obras personajes y ambientes nuevos y exóticos, procedentes de los nativos y de los paisajes americanos, subrayando la introspección y la melancolía, elementos nuevos que le señalan como uno de los precursores del romanticismo.
Vivió en Londres y la literatura inglesa influiría notablemente en su obra posterior. Escribió el “Ensayo histórico, político y moral sobre las revoluciones”, que tuvo un gran éxito.
Fue designado embajador en Berlín, Londres y Roma, narrando sus experiencias. Emprendió un viaje a Creta, Grecia y Palestina que relató en “Itinerario de París a Jerusalén”, siendo elogiado por la Academia Francesa y admitido como académico.
Tras abandonar la vida política, se retiró a París y se dedicó intensamente a su última obra, “Memorias de ultratumba”.
La fuerza descriptiva de su genio y su lúcida conciencia histórica se plasmaron en numerosas obras, la gran apología de “El genio del Cristianismo” con los famosos episodios de René y Atala, la novela “Los nátchez”, “Las aventuras del último abencerraje” y la más extensa de todas “Memorias de Ultratumba”, un texto adelantado a su tiempo, donde el escritor mezcla en sus páginas fantasía, imaginación, poesía, política, diplomacia, filosofía y narrativa. Narra con profusión de detalles, la historia de Francia de la primera mitad del siglo XIX y las repercusiones que tuvieron algunos hechos históricos. También encontramos algunos de los mejores ejemplos de prosa poética. La melancolía de su obra convertirá a Chateaubriand en el ídolo de la joven generación de románticos franceses entre ellos a Víctor Hugo, quien siendo un niño escribirá en un cuaderno: “Seré Chateaubriand o nada”.
Falleció el 4 de julio de 1848 en París. Fue enterrado, siguiendo sus deseos, en Saint Malo, en la Bretaña, lugar donde había nacido.
Es nuestro último día en Saint Malo. Con la marea baja nos paseamos por la bahía. Atravieso con los pies desnudos la arena de la playa del Socorro en medio de gaviotas que se dejan fotografiar mansamente.
A lo lejos en un pequeño islote, el gran Bé, aislado en medio del Atlántico.
Subimos por caminos empedrados. Dominando la Costa Esmeralda se encuentra la tumba de Chateaubriand con una pesada cruz de granito sin nombre y una placa que dice “un gran escritor francés ha querido reposar aquí, para no escuchar más que el mar y el viento”.
El escritor, el romántico, solo escucha el silbido del viento y ve bailar el mar. Me acerco y deposito una flor silvestre. Aquí, como él quiso, duerme su sueño eterno, solo bajo el cielo bretón y las estrellas, escuchando el viento y el mar.