16/05/2011

Pequeños pero no invisibles

Con el anterior título, TV Aragón lleva bastante tempo realizando un programa en donde nos muestra la vida diaria de muchos pueblos aragoneses  que perdieron su población en una sangría lenta e irreversible, pero que han sabido subsistir venciendo  las llamadas embaucadoras que la capital les mostraba. Nuestra comunidad, que a mediados del siglo pasado tenía más de mil núcleos de población, actualmente no llegan a 750, y de ellos, una cuarta parte no superan los 200 habitantes, siendo muchos los que apenas tienen cincuenta empadronados; pueblos agrícolas y ganaderos que fueron perdiendo sus habitantes a medida que la mecanización sustituía el esfuerzo físico de las personas y de los animales.

¿Cómo se vive en estos pueblos que ataño estaban llenos de vida, y hoy son habitados  por personas mayores que se agarran con sentimiento y valentía al hogar en donde nacieron y trabajaron? Las imágenes que  TVA muestra, dejando a la cámara como un visitante más que escudriña con mirada zoom todos los rincones, nos descubre unos lugares paradisiacos en donde la soledad queda compensada por el atractivo de unas casas modernamente acondicionadas en su interior, pero que en su mayor parte han sabido mantener las fachadas originales que les daban personalidad. Solitarias y cerradas quedan las monumentales iglesias y ermitas, que cada pueblo conserva como puede, pero que en días señalados del año recobran la grandiosidad y el entusiasmo de antaño, cuando los nativos, atraídos por la magia de sus raíces, vuelven ilusionados a beber el alimento espiritual que les dio la vida. Solitarios están la mayoría de los campos que, ajenos a su abandono, reivindican cada año la explosión de una primavera que, si ha sido generosa en lluvias, nos regala sus colores y aromas. Pero no todo se ha perdido. Allí quedan, como guardianes temerosos, pero alegres y felices, aquellas personas que no quisieron abandonar sus lares y hoy, con muchos años en su espalda, nos los muestran con orgullo sabiendo que, gracias a ellos, aún es posible que algún día las risas y llantos de los niños correteen por su calles, calles que antaño eran de tierra y barro y hoy, asfaltadas y siempre limpias, son un espejo en donde mirarse.

Se cerraron las escuelas, se fueron el  médico, el veterinario, el  practicante el maestro… Y aunque perdieron aquella atención diaria de unos sacrificados funcionarios, hoy son visitados, al menos semanalmente, en una rueda en donde todos pasan. Pero hay un lugar que no ha perdido su idiosincrasia; si antes era el café o el casino en donde se reunían, hoy es un solitario bar a cargo de un vecino, a veces llegado de fuera, que incluso realiza las funciones de alguacil. Y el alcalde, que en numerosos municipios es elegido por consenso entre los vecinos, soluciona los problemas en concejos abiertos en los que todos sus habitantes pueden participar. Y en este recuperado paraíso tienen mucho que decir las mujeres; ellas, intentando resarcirse de la esclavitud de tiempos pasados, se asocian y realizan cursillos manuales de los más variados y hasta se atreven a practicar ejercicios gimnásticos que den fuerza a sus cansados huesos. Los hombres, más propensos a la contemplación, se limitan a sonreír y a soñar sentados en el carasol  con la llegada de vecinos jóvenes que sepan revitalizar los campos y montes que ellos tanto trabajaron. Hasta que ese día llegue se contentan con cultivar en pequeños huertos esas hortalizas cuyo sabor es impagable. Y cuando los nietos llegan en los fines de semana, y sobre todo en verano, descubren sorprendentemente que vivir en contacto con la naturaleza es más placentero que pasar horas y horas con los juegos electrónicos.

Los políticos discuten, y más en estos días preelectorales, sobre cómo revitalizar estos pequeños municipios. Todos opinan pero muy pocos dan soluciones. Sería un delito imperdonable que por desconocimiento, o por los pocos votos que aportan,  dejaran que lentamente desaparecieran. Quien haya vivido en un pueblo durante la infancia y adolescencia  queda marcado por unos valores que le acompañan durante toda su vida aunque viva muy alejado de él. La actual crisis económica en la que vivimos ha obligado a volver a su antigua morada a buen número de personas. Tal vez, paradojas de la vida, sea ahora el momento de un nuevo renacimiento rural.