Paisaje y futuro (IV). El paisaje turolense: la maldición eólica
Hay en el centro de la provincia de Teruel una alineación montañosa orientada Norte-Sur que representa bien la imagen de su paisaje duro, frío y áspero: la Sierra del Pobo. Lo que en tiempos fue un macizo cubierto de carrascales, sabinares y enebrales, es hoy en día, visto desde la Virgen de la Peña, en Aguilar de Alfambra, una inmensidad de soledades que te saca de este mundo. No es el Pirineo, pero es un paisaje bello. Huele a tomillo arrasado por luz abrasadora y viento helador, y al florar las aliagas se convierte en un mar amarillo. En los cortados viven cabras montesas y buitres, y entre los arbustos, valiosísimas aves esteparias. No en vano en su superficie tienen cabida la ZEPA Parameras del Alfambra, el LIC Castelfrío-Mas de Tarín y diversos Hábitat de Interés Comunitario.
No es raro escuchar que montes como esos, antes de que estén abandonados, mejor que produzcan algo. Y, sin embargo, hay que saber que ya producen. Producen servicios medioambientales, que aunque no nos los paguen, tienen un valor contante y sonante al generar oxígeno y agua de calidad, ser sumideros de CO2 y contar con un suelo capaz de soportar la regeneración de bosques, de cultivos, de pastos… Es cierto que los servicios medioambientales no computan en el PIB, pero el PIB tampoco estima como riqueza nacional el trabajo de las amas de casa.
Con este panorama, las sierras se ven abocadas a inversiones rentistas y, en general, empobrecedoras como la energía eólica. Con el mismo entusiasmo que falta de reflexión sobre el sector, nos abocan a un futuro en el que desde San Just hasta el puerto Escandón todo será un continuo de parques eólicos. Si el paisaje debe producir, ¿por qué malbaratarlo? ¿Cuánto territorio y recursos naturales se consumen para producir, en comparación, una cantidad ridícula de energía? La energía eólica, por su ineficiencia, además de costarnos dinero, no evita que en las centrales se sigan produciendo CO2 y desechos nucleares.
Si el dogma es no valorar ni pagar nuestro principal valor diferencial, el medio y el paisaje; si este patrimonio debe producir de forma activa, ¿por qué en vez de inversiones vinculadas con las características del territorio y que refuerzan sus valores y su capacidad de producción integral, nos reservan las que lo destruyen en beneficio de otros? ¿Por qué lo sacrifican con aerogeneradores, líneas de alta tensión o minas de arcilla a cielo abierto, a la vez que no dudan en castigar a la ganadería y la agricultura, que forman parte de ese paisaje? ¿Por qué algunos hablan de sostenibilidad y hacen lo contrario? Tal vez sea por su falta de reflexión sobre el paisaje y su valor… un valor que existe pero que no tiene traducción en un balance contable.
Una vez más la maldición de territorios sin peso, castigados a especializarse en producciones baratas que los reducen al monocultivo. Una espiral infernal que hipoteca su infravalorado patrimonio diferencial y los hacen más dependientes de los centros beneficiarios. Hoy, en las crestas de la Sierra del Pobo, esa maldición tiene forma de aerogeneradores.
Ivo Aragón es miembro del Colectivo Sollavientos