La degradación de la democracia
Cuando la democracia comienza a degradarse y las ideas y verdades que la sostienen son derrumbadas ante la indignación de quienes creen en ellas, no cabe duda: ha nacido una demagogia.
Aristóteles fue uno de los primeros pensadores de la historia que barajó esta opción, quizás porque la época de esplendor imperial en la que vivió era heredera de las ruinas de una fastuosa democracia que desde casi el primer momento comenzó a degradarse, a causa del interés y el lucro de sus representantes, hasta convertirse en un sistema más destructivo que la propia tiranía; corrupto, de gobiernos despóticos y donde el supuesto ciudadano de la polis había sido convertido en realidad en una simple herramienta que el gobernante puede utilizar y desechar a voluntad, sin importarle el mal que provoque en sus actos. Quizás por todo lo que pudo vivir y comprobar a raíz de los testimonios orales y escritos Aristóteles terminó dando preferencia a la aristocracia frente a la democracia, no por simple preferencia o tradición, sino porque sabía que no podía confiar en la mentalidad de sus coetáneos y en las corrientes sofísticas que amenazarían una y otra vez con degradar toda democracia que pudiera llegar a nacer hasta convertirla en el más injusto de los sistemas.
Han pasado más de dos mil años y, para nuestra desgracia, la alerta de que nuestras democracias, símbolo del avance gnoseológico de occidente, puedan acabar en una repugnante demagogia está más presente que nunca.
La globalización y la actual crisis económica parecen haber desencadenado una serie de reformas sociopolíticas que están suponiendo una amenaza para los principios e ideas que sujetan y soportan la realidad democrática que vivimos en Occidente. En los últimos tiempos hemos podido comprobar con expectación y temor cómo la sociedad, a causa de la globalización, ha terminado por consolidar una mentalidad interesada, lucrativa y muy relativista que impide o ridiculiza la actuación en el Bien, el pensamiento, la generosidad con los demás o, con sinuosidad, todo aquello que no se realice con el interés y el lucro como fin. Casi sin percibirlo nuestra sociedad se dirige al abismo, no a la destrucción de unos valores para generar otros nuevos, como diría Nietzsche, sino a su propia destrucción, a la destrucción de todos los que la componemos, a la guerra sin principio ni fin que resulta la lucha de todos contra todos. Esa mentalidad tan norteamericana, que desgraciadamente se ha instalado en nuestras vidas, nos lleva a mirar por encima del hombro al de al lado, a exigir por encima de lo que nos corresponde, a desamparar a nuestros congéneres en beneficio de nuestros intereses y a descomponer de una manera lenta e imparable, si nos referimos al campo de la política, nuestras queridas y necesarias democracias, las mismas por las que tanto lucharon nuestros antepasados buscando un futuro mejor para sus descendientes.
La crisis económica, por su parte, está sirviendo de pretexto para llevar a cabo medidas puramente lucrativas pero escasamente solidarias y justas que, demagógicamente, están siendo enmarcadas en un contexto formalmente demócrata. Así, por ejemplo, en nuestra aún joven democracia (pues apenas supera de los treinta años de edad) se han impuesto una serie de recortes que aún dificultan más la vida a quienes menos recursos poseen para sobrevivir en esta complicada sociedad, haciéndoles creer, además, que tales remedios y tamaña adversidad es por un bien futuro que ha de llegar. Otro de los famosos recortes que lamentablemente parece que va a aplastarnos como una enorme losa aniquiladora es el tijeretazo que se está gestando sobre el sistema sanitario del que disfrutamos en la actualidad. Un sistema sanitario paritario, gratuito y abierto a todos del que podemos sentirnos exclusivamente orgullosos, pues pese a ser un servicio que debiera estar presente en toda democracia que se preciara, no lo está ni puede ser disfrutado por los ciudadanos que viven en ellas. El tijeretazo que ahora planea acechante sobre la sanidad pública española implica que algo tan básico como la atención primaria quede dificultada, si no completamente inaccesible en un futuro no muy lejano, para aquellos que no tengan dinero suficiente para pagarla. Y curiosamente, para justificar el copago en servicio tan básico y tan puramente demócrata, las voces que comienzan a oírse se están basando en que nuestro sistema sanitario no es rentable y que no genera beneficios, intentando convencer a la masa mediocrizada y manipulada de que un servicio necesario que debe ser ofertado incondicionalmente al ciudadano por un Estado que realmente se considere justo, debe ser en realidad un sucio negocio donde el afán de lucro impera sobre la necesidad y Verdad de sus ciudadanos.
Aristóteles tenía razón: una democracia puede degenerar hasta convertirse en una mentira, en una detestable demagogia.
Ojalá que nuestra aún vigente democracia logre sobrevivir a las amenazas que pujan por transformarla en su degradación más impura y dañina.