La estancia en Huesca del escritor José Sánchez Rojas (I)
El escritor salmantino José Sánchez Rojas (1885-1931) vivió en Huesca el destierro que le impuso Primo de Rivera en el año 1926. Enseguida se integró en la vida bohemia y cultural de la ciudad, sumándose, además, al grupo de colaboradores de El Diario de Huesca. Allí dejó textos que reflejaban, bajo la óptica de un castellano, diversos aspectos de la vida del Altoaragón.
El escritor salmantino José Sánchez Rojas (Alba de Tormes, 1885-Salamanca, 1931) es uno de esos personajes que todavía no han tenido la oportunidad de lucrarse de los tributos que, de tanto en cuanto, dedican los estudiosos a las figuras del pasado que, por diversos motivos, se han visto apeadas de la Historia; y todo, pese a que fue un destacado prosista y poeta que, además de algunos libros –recibió excelentes críticas por Las mujeres de Cervantes y Tratado de la perfecta novia–, realizó infinidad de artículos que le valieron el halago de hombres tan conocidos como Azorín y Valle Inclán. Hombre inconformista y brillante, noctívago y enamoradizo, bohemio – “por no poder ser otra cosa”, dijo en alguna ocasión– y un tanto desordenado –algunas noches, dormía en una cama que había en la propia redacción de El Adelanto–, quienes le conocieron subrayaron su carisma, su inteligencia, sus ideas izquierdistas y, como parte más superficial de su aspecto, su –utilizando el verso de Machado– “torpe aliño indumentario”.
Llegó Sánchez Rojas a Huesca en el mes de febrero de 1926, después de haberse atrevido a criticar el destierro que a un buen amigo suyo, el siempre aguerrido Miguel de Unamuno, impuso Primo de Rivera. Al saber de ello, el Dictador había decidido pagarle esas quejas con la misma moneda: le apartó de su plaza de profesor de Lengua Italiana de la Universidad de Salamanca y le llevó a una ciudad a la que, hasta entonces, Rojas sólo se había asomado desde los tópicos. Sin embargo, inasequible al desaliento, y consciente de que también allí debía hacer lo que mejor se le daba, pronto se integró en la plantilla de colaboradores de El Diario de Huesca, siendo tan fructífera la relación que cuando el dictador le levantó el castigo, este siguió enviando al periódico sus trabajos. Tales textos –irónicos y repletos de gusto por la vida y por los placeres–, además de, por supuesto, su carácter, abierto y afable, pronto le introducirían en la vida cultural de la Huesca de la época. Y así, en el tiempo en que permaneció en el Altoaragón, se le vio en conferencias, asistió a las charlas del Círculo Oscense y se sumó a las iniciativas de los sectores izquierdistas y republicanos locales. De todo ello da buena cuenta el elogioso artículo que le dedicó el mismo López Allué en el Diario de Huesca, en el que le calificaba como “un oscense más” por, precisamente, esa rapidez con la que se había insertado en la ciudad.
Desafortunadamente para Huesca, Sánchez Rojas no caminó entre sus calles demasiado tiempo, pues, a finales de abril, Primo de Rivera decidió rectificar su decisión y levantarle el castigo. De lo contrario, ahora, seguramente, contaríamos con un buen número de interesantes textos que reflejarían, bajo la perspectiva de un castellano, los paisajes y modos oscenses. No en vano, de su estancia en la ciudad guardó el escritor un buen recuerdo del que posteriormente se serviría para componer algunos de los trabajos que escribió en Salamanca.
Sánchez Rojas falleció en 1931, a los 46 años de edad, durante la primera Navidad que vio la Segunda República. Al saber de su muerte, el profesor anarquista Ramón Acín, con quien había trabado amistad, le brindó una personal necrológica en El Diario de Huesca. Quiso, además, dedicar Acín estas líneas a Ramón J. Sender, excusando tal decisión en el común interés que este y Rojas tenían –el de Chalamera había publicado El verbo se hizo sexo ese mismo año- por la figura de Santa Teresa.